Ella estaba frente a aquella casa que le penaba noche a noche. Abrió la puerta y vio allí un hombre de unos 30 años que la saludaba con una sonrisa. El rostro de la mujer reflejaba miedo, pero algo la impulsó a seguir avanzando. El hombre se comenzó a alejar, mientras la mujer empezaba a zamarrearse intentando zafarse de algo que la presionaba hacia él. Gritaba, lloraba, pero todo era completamente imposible.

- Perdóname por favor ¡Nunca quise que esto terminara así! - gritaba.
- Lo siento amor - dijo el hombre, girando su rostro y mostrando una herida de bala inmensa que atravesaba de un lado al otro su cabeza.

La mujer lloró amargamente y miró sus manos, donde sostenía un revólver. Intentó soltarlo pero no fue capaz.

- Esta arma la cargarás el resto de tu vida - dijo el hombre.

Ella bajó la cabeza en señal de resignación.

- Que descanses en paz - dijo, acongojada.

Una voz interrumpió esto, la imagen de su marido desapareció, y frente a ella el juez dio el veredicto final.

- Culpable - dijo, golpeando con el martillo la mesa.

Ella sonrió, se sentía en paz al fin.