El día sucedió a la noche, la vida a la muerte. Es difícil acostumbrarse a la inmortalidad; también es difícil acostumbrarse a la muerte. Despertó como de un sueño sin sueño, sin memoria.
Estaba en el sillón. Antes de la muerte un libro que descansa sobre sus piernas. Los miembros entumidos, casi tiesos. Luego el miedo, la angustia, el primer movimiento, el alivio.
Nada coherente en ese despertar. La misma sala, el mismo sillón de siempre, los mismos adornos, la misma alfombra y las mismas manchas. Sin embargo todo distinto, nada semejante a antes de la noche.
El primer movimiento fue para el brazo derecho; se pasó la mano por la cara. Lo sorprendió la frialdad, y a la sorpresa vino el presentimiento; primero como algo extraño, luego con angustia.
El brazo izquierdo no respondía. No importa, se dijo (debió pensar que el detalle era una trivialidad en medio de la zozobra que lo es todo).Con la mano derecha buscó el pulso del brazo izquierdo; nada.
Calma, ante todo calma. Siempre hay una explicación, la irrealidad sólo es fantasía, la fantasía el otro mundo al interior de la mente. Este es el real, el verdadero, se dijo. Pero la angustia no cedió.
Aún así se concentró. Finalmente pudo mover el brazo izquierdo. Nuevo intento, pero en el derecho tampoco hubo pulso. No sudó, pero debió ser la mecánica, amenos que...
No, eso no, pensó. Nuevo esfuerzo hasta que la pierna derecha respondió. Luego la izquierda. Flexión, uno, dos, uno, dos, como en clase de gimnasia. Un pequeño masaje a las piernas (no duele, tampoco hay descanso).
Un intento. Las manos apoyadas en los brazos del sillón; caída y fracaso. Nuevo intento, nuevo fracaso. La tercera es la vencida, pensó. No hubo vértigo al estar de pie, pero creyó caer sobre la mesa de centro. Un balanceo en los brazos y recuperó el equilibrio.
Así es mejor. Cuestión de acostumbrarse. Uno, dos, tres. El primer paso, inclinación a la derecha, riego de caída. Estabilidad recuperada. Es como un juego, pensó, sólo hay que agarrarle el modo y todo listo.
Poco a poco fue adquiriendo seguridad. Al final el trayecto no fue corto, pero la pared representó un apoyo y más seguridad. Reaprender a caminar. Quiso recordar su infancia, pero la distancia era muy larga, incluso para su nueva condición.
Nunca antes le pareció tan sórdido el departamento. Desolado más bien, lleno de ausencias (incluyendo la suya propia). La angustia no desaparecía, pero el dominio sobre su cuerpo aumentaba.
Llegó al cuarto. Ella no estaba. No reparó en la cama destendida. Abrió el closet. Sacó su maletín. Extrajo el estetoscopio. Le gustó (rarezas del momento) el cromado del instrumento.
Se desabotonó la camisa y se sorprendió ante la palidez de su cuerpo. No había reparado en ella; estaba en sus brazos también (de seguro igual en las piernas). Tembló al llevar los auriculares a los oídos.
Luego se colocó el extremo del aparato en el pecho. Nada, nada, nada. Llevó el aparato por todo el pecho, pero no ubicó el ritmo cardiaco, estoy muerto, se dijo, y creyó que enloquecía.
Nada es concluyente, menos lo que se relaciona con el absurdo. Recordó sus obsesiones hipocondríacas. Años de convivir con la muerte generan sin fin de miedos; cáncer, sida, ataques cardiacos, complicaciones; dolor y miseria, eso es todo.
Sin embargo ahora (es gracioso pensó)...
Nada es concluyente, pero había que seguir. Después fue una aguja, un piquete rápido. No hubo dolor, tampoco sangre. El bisturí entró en acción, una ligera herida, nada, ni siquiera enrojecimiento.
Se levantó, esa vez no tuvo más problema. Aunque difusa, el espejo le devolvió su imagen. Se revisó los ojos (ni una venita roja), la garganta. Estoy muerto, muerto, se dijo. La angustia desaparecía. No sintió miedo. Qué curioso, se dijo, estar muerto...
Algo le llamó la atención en el cuello; marcas de mordida. Más; un par de agujeros. Vampiro, se dijo. Y luego: pendejadas, eso no existe. Pero relacionó la desaparición de ella.
Y por primera vez, cosa extraña, montón de cosas y lo principal no, se empeño en recordar el pasado reciente; la ausencia de ella durante la noche (¿qué noche?), ninguna llamada, su llegada por la tarde (¿qué tarde?), miedo (miedo ya no dice nada) y dolor, un dolor fuerte, luego lo gritó.
Se asomó a la ventana del cuarto. Abajo la calle, la gente y el sol. Pinche sol, ya no eres para mí, murmuró. Qué curioso, pensó, estar muerto, estar vivo. No duele, pero es incómodo.
Sintió sueño. Antes estuve muerto, ahora no, ahora quiero dormir, se dijo. Se acostó en la cama destendida, en la misma cama desde donde ella lo miró (¿cuándo?) y le echó el ojo. Pinche vieja, me fastidió, y cerró los ojos.
Lo despertó el hambre. No el hambre del vientre, del estómago y las tripas. Un hambre más de quién sabe dónde. O no hambre, pero sí necesidad de alimentarse (recuperar energías).
El cuarto estaba a oscuras (debía estar a oscuras), pero el veía bien, muy bien. Se levantó, regresó al espejo pero esta vez nada. Reproducía el cuarto, la cama destendida, un cuadro en la pared, justo enfrente. Su ropa, reproducía todo menos a él.
Soy invisible, soy espíritu, soy fantasma. Estoy muerto muerto y no muerto vivo ni no no-muerte, se dijo. Adiós mundo, pensó. Adiós temores, miedo y demás cosas, le dijo a la noche, a la pinche vieja, a los vampiros y a las fantasías.
Pero no era fantasma, no espíritu puro. Sus brazos, fuera del espejo, estaban ahí, eran tangibles (lo comprobó sin lugar a dudas). Se tocó, se sintió, sólo se sintió, pero ya ni siquiera había el frío de su piel.
Y el hambre seguía ahí, en alguna parte indefinida de quién sabe quien. Pero había algo; deseo de un cuerpo tibio (¿qué es tibieza? Pregunta lanzada a todos, menos a sí mismo), deseo de tocar, gozar y (asombro del vampiro que comienza a ser vampiro) de alimentarse con esa vida (¿sangre? Sí, pero también miedo y voluntad ajena dominada).
Quiso hacer un experimento (restos del pasado como vivo en su conciencia); tomó una Penthouse de su colección, ninguna mujer fotografiada le trasmitió nada. Comprobación; impulsos nuevos, imágenes sin información, condiciones de calor y presencia como algo fundamental en su vida (espíritu científico que conservó, abrió paréntesis).
Hay dos opciones en la vida de un vampiro; condenarse a permanecer cada vez más disminuido (sin destruirse) o asumir su nueva condición, o matar y poseer. Optó por la segunda.
-O-
La calle es un mundo de posibilidades. En la oscuridad el vampiro acecha. A lo lejos unos pasos se dejan oír, se acercan. El vampiro alerta, siente a la mujer, se prepara a gozar.
Esto es la vida, se dice, y ataca. |