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Siendo las dos de la tarde, hora en la el sol golpea con furia medio mundo, especialmente la zona ecuatorial en donde me encuentro ubicado, caminaba dos pasos cada siglo y con ellos la mujer que me hacía compañía sin pedírsela.
La verdad es que estaba haciendo fila para pagar los impuestos, “los eternos impuestos” en el único banco de mi pueblo y por consiguiente como cualquier ser humano debía soportar el calor infernal de la tarde con una variante… la mujer que estaba justo detrás, observando mis zapatos desgastados y haciéndole muecas a las comadres…
Me saludo con algo de sorpresa y hasta me tendió la mano, actitud que sabía tenía mas de hipocresía que de educación, a lo que respondí con un “como está” y volví la mirada al frente, a la nada.
Pero aquella mujer era persistente y como la mayoría orgullosa… no podía permitir que un individuo como yo le hiciera un desplante de tal magnitud, arregló un poco su cabello mal teñido, escupió el chicle y me pregunto por la vida que había de seguir después de tan horrorosa noticia.
Al principio no le entendí, de hecho creo que no le quise entender, pues me resultaba grosera y de poca educación la pregunta y la actitud con la que había abordado un tema que no me interesaba tocar, pero teniendo en cuenta que el sol estaba necio y el sudor hacía de las suyas en mi cuerpo, aprobé la miserable conversación con una cerrada lenta de ojos.
Ella sonrió, se sentía victoriosa por lograr mi atención y es que lograrlo era digno de tal mérito, tanto que en el fondo me corrompió el orgullo y se lleno de una furia inconcebible… me sentí violado en cierto modo y eso no podía permitirlo.
Discúlpeme –le dije –, y abandoné mi lugar que era el penúltimo, caminé en dirección de la blanca estatua de Simón Bolívar, encendí un cigarrillo y desaparecí de ese momento de su vida, de esa imagen, de ese espacio claro e insoportable.
Volví a mi casa con un extraño sentimiento; no se como describirlo pero supongo que me sentía culpable por algo, por ser tan grosero, tan patán o simplemente por no haber dado la cara y la lucha ante una discusión que era imposible postergar.
Tomé lo que quedaba de una caja de vino y salí lo mas rápido que pude en busca de esta mujer de apariencia grotesca y figura de puta, pero el destino no quiso que el encuentro se diera… ella ya no estaba.
El tema de conversación, el sol de las dos de la tarde y una mujer al son de mi vino son los últimos recuerdos que tengo de esa vida feliz y arrogante que solía llevar… hoy solo quedan recuerdos infelices, cigarrillos y estatuas blancas… tan blancas, que vuelan.

Texto agregado el 17-02-2006, y leído por 87 visitantes. (0 votos)


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