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Sentado en la silla de las mil guerras, estaba aquel anciano de barba blanca, fumando un cigarro que seguramente era cubano, meneándose al compás del bolero que la vieja grabadora entonaba y al mismo tiempo recordando ese tiempo pasado que sin duda fue el mejor.
Su casa estaba en la parte media de la montaña, pues según él, era el mejor sitio para pensar, fumar y de paso echar un vistazo a su pueblo natal, sus amigos que se contaban en los dedos de una mano y las mozas del camino que contoneaban sus caderas blancas y morenas ante la mirada y voz seductora de este anciano.
Algunas mujeres que estaban interesadas en la supuesta fortuna que él guardaba en algún lugar de su memoria, decían que su porte y actitud eran de militar, seguramente exiliado ante un fracaso de golpe de estado.
Los hombres y valientes guerreros de este pueblo decían que no era mas que un extranjero mal oliente que causaba conmoción por su extraño acento y tez blanca como la nieve y él reía, fumaba y volvía a reír… vivía feliz en cierto modo.
Una mañana de viernes, con su atuendo negro intenso desde el sombrero hasta los zapatos, bajó con una maleta del mismo color y levantó la mano ante la mirada atónita de los curiosos, hizo un ademán de despedida y se embarcó rumbo al sur, lento y constante hasta que su sombra desapareció de la mirada de las mujeres de caderas blancas y morenas, con machos guerreros de color canela a sus costados.
Algunas lloraron, pero no sabemos si de la tristeza de la despedida o de desilusión y orgullo ante la incapacidad de conquistarlo completo con su supuesto dinero… corran, dijo una de ellas, corran que no va lejos.
Con y sin aprobación de sus machos maridos, salieron despavoridas levantando polvo, llorando y haciendo alguna clase de teatro para cuando él las mirara arribar y sin opción se viera obligado a decidir entre la gorda de cabello negro, o la flaca mona de 52 años…
Pero nadie lo pudo alcanzar, solo se percibió el olor a tabaco fresco al lado de la calle, solo el olor como su alma en la vida.
En alguna época de mi vida, cuando ya era un hombre hecho y derecho, con familia y un prominente futuro, lo encontré metido hasta las rodillas en el río donde los desechos de toda la ciudad circundaban sin tregua, por lo que doblemente me preocupé…
Corrí algo desesperado en su ayuda, porque en el fondo me preocupaba que pudiera contraer una infección a causa de el mal oliente río, pero descubrí que sus ojos eran igual de brillantes y visionarios.
No se si cometí un error al dejarlo ahí, pues al poco tiempo murió de una infección incurable… no se si el anciano y su tabaco era real; por ahora beberé vino y fumaré en su honor, así las mujeres me tilden de loco seductor y los machos cabríos de mal oliente extranjero.

Texto agregado el 17-02-2006, y leído por 91 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
17-02-2006 Me gustó tu texto. purpurinagirl
 
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