I

Un día lloré junto a ti. Observando estalactitas de colores, que caían, y golpeaban con sus puños los vírgenes pedazos de la recién humedecida tierra. Pero lloré con un motivo, el motivo de no tener ninguno. Sólo el de la lluvia y por el triste vestido que ella misma regalaba al abatido cielo.

Y si algún día he de comenzar mi historia de amor, debo antes terminar de llorar contigo. No sé si de amor; ¿será de amor una historia de alguien que aún no ha conocido el amor? Yo la llamaré simplemente "mi historia". Y si la gente no desea leer una historia de amor; aconsejo que se abandone la lectura de esta historia, mi historia.

Aún mañana, no entenderé como pude relatar mi historia, a tu lado, sin llorar de nuevo. Sólo después de escrita y releída podré darle libertad a mis ¿ojos? O sino tan sólo a mi memoria.


II

Qué fácil me he inspirado: la lluvia y tú a mi lado, y de lado como dije, mis recuerdos. Ella me conoció desde siempre. Aunque nunca nos presentaron, me comprendió desde siempre. Y sus ojos, o el contraste de café y azul de ellos, conocí desde siempre.
Y la lluvia nos acompañó en una extraña danza de abrazos de extraños, que no son extraños desde el día en que nacieron. Por que nacimos para ser, como el cielo al océano, seres que son todo si son uno y son sólo profundos y bellos si no lo son; aunque siguen siendo pero no son todo.

Lo fuiste todo desde ese día en el que creí que lo tenía todo. Hasta que descubrí en tu voz que no tenía nada. Sin dudar te amé desde el principio. ..Y hoy espero conocer el amor.


III

Siempre supe donde encontrarla desde aquel día, y lo mejor de todo es que nunca estaba dos veces en un mismo lugar. Aunque siempre estaba tan pensativa y tan artística como aquella señora de da Vinci que te mira y sonríe.

No conozco aún su verdadera voz. Pero la escuchaba como a nadie. Comprendía sus palabras y leía mis ojos con la misma suavidad de su sonrisa. Por eso decidí olvidarla. Por la misma razón que tuve para amarla con locura. Por eso odio el arcoiris que me muestra y que conozco el sentido de su hermosura. Pero no puedo poseerlo, por estar muy alto, y por no importarle el estar yo interno en mi universo: Inexplorado por preferencia, e incomprensible por descuido.

Las nubes fueron testigos y muchas veces centro de atención de nuestros Impredecibles encuentros. Sus rubios cabellos en mis dedos, fueron juego e incluso abrigo para mis temores. Admito que fueron muchos los intentos de cambiar el rumbo de su mirada. Para que la juntara con la mía, aunque fuera por un segundo.
Pero ninguno funcionó. Me miraba sólo cuando yo no la miraba y me amaba sólo cuando yo no la amaba. Quizá me evitó por miedo. El mismo miedo que tienen todos: miedo a lo nuevo, a amar, al amor, al dolor. O solamente no quería que yo leyera sus ojos.

Sé que si nos amábamos perdíamos el juego. Porque aún no necesitábamos hacerlo. Sólo necesitábamos no hacerlo para poder seguir jugando al amor.

Ella: no hay suficientes adjetivos para describirla. Además cuando hoy cierro mis ojos, no la veo. Se me olvidó.

Pero la vi en mi mente por mucho. Tampoco recuerdo por cuanto. Por la noche mis sentidos vigilantes la imaginaban en nuestro próximo encuentro y a la vez la recordaba en nuestro último encuentro. Hasta que como la conocí, la desconocí y la perdí.


IV

Y así el destino y lo inevitable comprendieron que no era hora de conocerte. Y el universo entero conversó contigo deteniendo tu llegada. Por eso hoy escribo, con mis inexistentes recuerdos de lado, mi historia del amor. De mi enamorada sombra -ente de lágrimas- que me acompaña desde que pienso que debes existir. Porque sería una lástima desperdiciar una mujer tan perfecta. Creada o no por mí.


V

Y contigo le lloré a la lluvia, sólo por pensar…

FIN