Sueños
Dejar la trinchera y subir en ese torno provocó algunos cambios en mi vida: ropa limpia y la oportunidad de ordenar ideas. Hasta tiempo de relojear el diario y responder avisos en búsqueda de otro empleo.
En el auto, ya con tanque lleno, estaba mi portafolios. Tenía en él unas cuantas copias del currículum, estampillas, papel, y sobres para carta. Cuando me tropezaba con algún aviso interesante, dedicaba un rato después de la cena en dejar el sobre preparado. Al día siguiente, en horario de almuerzo, aprovechaba para mandarlo.
No podía quejarme de aquello que había logrado: hacer unos pesos, sentirme otra vez capaz, ser útil, formar parte de algo, compartir con amigos... en resumen: recobrar autoestima.
Sin embargo y con cierto pesar, comprendí que tanto el corazón como la alcancía estaban listos para encarar otro vuelo.
En eso andaba pensando cuando apareció Matamala. Traía una pieza recién reparada, caliente aún en la parte soldada, para terminarla a puro torno. Le dije que estaría lista en menos de una hora y el chileno se quedó esperando que hiciera mi trabajo.
Un poco a escondidas, cebó unos mates y charlamos. Me contó que se volvía a su tierra en cuanto cobrara un par de quincenas más, lo necesitaba la familia en tiempo de cosecha y ya había juntado unos pesos. Muy contento andaba el hombre, contando los días para salir. También le conté algo sobre mis planes y compartimos esperanzas.
Cierta noche a mitad de semana, los muchachos necesitaban uno más para el truco de seis, completé un trío con el correntino y Medina. Un truco sin vino no es truco, pero así estaban las cosas y nos divertíamos un rato.
Después del partido, como es costumbre, vinieron las acostumbradas bromas que se le gastan a los perdedores, y la consabida excusa de éstos: habíamos ganado porque "ligamos" pero ellos jugaban mejor.
En algún momento, charlando de bueyes perdidos, Medina contó que estaba por salirle un trabajo en Mendoza, un hermano le estaba arreglando el asunto.
El correntino también andaba contento, tenía planes y antes de dormir me habló de ellos. Había heredado un local en su pueblo y estaba pensando en poner un boliche: En cuantito juntara lo necesario para comprar algo de mercadería...
Todos teníamos sueños. Quizás era la forma de adaptarnos a ese lugar donde todo era pasajero.
Éramos concientes: nada de lo que nos rodeaba permanecería en el tiempo, hasta la villa era transitoria. Una vez terminada la obra no quedaría nada. Para qué plantar un árbol si en poco tiempo, también desaparecería junto con nosotros.
En ese sentido hasta la gayola parecía más concreta, más permanente, más real. Una cárcel estaría en el mismo lugar, si con los años y luego de salir en libertad, al preso se le ocurriera alguna vez visitarla.
De la gamela en cambio, no quedarían ni rastros. Como si nunca hubiera existido, apenas un espejismo, mucho menos real que esos sueños compartidos.
Recuerdo que fue un martes, estaba dando la última "pasada" en un trabajo de tornería cuando avisaron de la guardia que tenía visita. Habíamos cobrado el viernes e imaginé a alguien de Zapala que acostumbraba llevar el sobre a mi familia.
De lejos reconocí el auto de mi mujer frente a la casilla de vigilancia.Su madre estaba conversando con el guardia y ella, que andaba por el octavo mes de embarazo, no había podido bajarse.
La alegría de verlas se agrandó con la noticia: En respuesta a una de mis cartas, me ofrecían un contrato en el Alto Valle. En la ciudad de Allen necesitaban un ingeniero para el montaje de una planta productora de embalajes. De ésos que se utilizan en la exportación de fruta.
La petisa no se sentía bien, demasiado esfuerzo había sido viajar en esas condiciones. Estrella nos podía dar la sorpresa de adelantar su nacimiento aprovechándose de una madre primeriza.
Con la premura del caso, pasé por la gamela a buscar mi bolsito y le dejé una nota al correntino junto con los vales de comida que ya no utilizaría, casi como una herencia.
Escribí una despedida para los muchachos, algunos garabatos de apuro que ya ni recuerdo y me fui, imaginando que volvería a verlos.
Cómo no hacerlo si eran mis amigos, casi mi familia. Además, aún tenía unos días por cobrar y visitándolos en algún viernes de pago, podría gastar esos pesos en una última noche de copas.
Nunca volví, y menos para cobrar esas monedas; fueron nada más que sueños de gamela...
ergo
Comentario de ergo lector
Como es costumbre en el autor, abraza nuevas formas de expresión literaria cuando aún están frescos sus anteriores fracasos. En este caso, otro intento poco feliz de ocultar su total falta de recursos con un uso abusivo, y a veces chabacano, del lunfardo o argot de Buenos Aires. Ha tratado, por supuesto sin éxito, de incursionar en la novela, como si bastara la longitud del texto para que el engendro pudiera encuadrarse en ese género. Entre otras aberraciones, merece destacarse la falta de continuidad y coherencia en la narrativa, producto de estados de ánimo demasiado variables.
La falta de profesionalismo surge claramente tanto en el desmanejo de la puntuación como en el uso repetitivo de adjetivos casi siempre fuera de lugar e inoportunos. Apela también al viejo truco de lanzar preguntas irrelevantes en el final de algunos capítulos. Vano intento de despertar interés en lectores incautos, por continuar en la búsqueda de un porqué, y descubrir finalmente que la trama jamás aparece. En tal sentido, merece destacarse la tan excesiva como inútil aparición de distintos personajes que no aportan, o mejor dicho, no pueden aportar, solución alguna ante la falta del elemento esencial de una novela: su argumento.
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