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Con un termómetro en el brazo y la cobija de la cama hasta el cuello, desperté la mañana de domingo en una cama de un cuarto que no era conocido por mí y con la poca luz que entregan los días nublados, me era difícil distinguir algún vestigio de familiaridad en aquel lugar. Cuando sentí que alguien venía cerré los ojos y me dispuse a escuchar para saber de quién se trataba. Dos mujeres de distintas edades entraron discutiendo en voz baja sobre mi permanencia en aquella casa, la primera, de menor edad, le contaba a la otra que me había visto hoy, cuando se dirigía al colegio, tirado en la banca de la plaza de enfrente con un color blanco en el rostro que de seguro expresaba una suerte de hipotermia; la segunda, en cambio, pensaba en lo que iba a pensar el padre al ver a un desconocido durmiendo en el cuarto de su hija. En ese instante comencé a sentir a las mujeres emprender la salida del cuarto, mientras sus voces se alejaban de mis oídos manteniendo la misma conversación. Lamentablemente ninguna de las voces me era conocida y por lo mismo mi presencia en esa casa iba a incomodar a la mayoría de sus habitantes, por lo cual me levanté con la intención de salir de aquel lugar sin que nadie se diera cuenta, para no formar más líos. Al ponerme de pie y encontrándome totalmente desnudo, el reingreso de la madre al dormitorio, hizo que ésta emitiera un grito que enmudeció al sonido que provocan las gotas de lluvia al estrellarse con las tejas. De inmediato tomé la ropa de la cama y me la puse en la cintura, le expliqué que yo no quería molestar más y que me estaba retirando de su casa, pero me di cuenta de que estaba desnudo y ahí entró ella y ocurrió lo que ya sabía. Ella solo me pidió que me volviera a acostar y salió nuevamente de la habitación. Luego entró la hija con una bandeja y me trajo una sopa caliente, mientras me explicaba que mi ropa estaba secándose en la estufa y que por ello, y por que la lluvia afuera era insoportable, yo debía mantenerme en cama por lo menos un par de horas más. La niña tenía más o menos quince años y aún traía el uniforme del colegio puesto, según me explicó en el estado en que me encontró no podía ir a la escuela con la conciencia tranquila sabiendo que yo podría estar muerto a su regreso y por ello decidió traerme a su casa. Me faltaron palabras en mi vocabulario para agradecerle que me halla salvado la vida, pero insistí en la idea de que yo no quería causar más problemas y por ello prefería irme.
Mientras salió a responder al llamado que su madre le hacía, yo contemplaba el cuarto, ahora con la luz encendida, y me daba cuenta de que era una casa más bien humilde y la pieza denotaba la femineidad de la dueña. La joven se llamaba Magnolia y me contó que quería estudiar enfermería, de ahí su espíritu de servicio y su actitud hacia mí. Además me contó que había sido ella la que me había quitado la ropa y que si me daba vergüenza se disculpaba, pero que para ella había sido algo muy natural y no significaba nada más. A mi no me dio gran cosa, la que si se enojó fue su madre y por eso la había llamado hace un momento atrás y por eso además se asomaba cada cierto tiempo a la habitación con la excusa de saber como estaba, pero en realidad para ver si su hija y yo estábamos en algo. Para ser franco, Magnolia era una chica muy tierna y linda, pero la edad era un gran impedimento para que entre ella y yo ocurriera algo, además yo la miraba con ojos de protegido y ella me veía con ojos de protectora. Magnolia y yo nos hicimos muy buenos amigos esas dos horas que estuve ahí, pero pasado ese lapso, con o sin lluvia pensé que era momento de emprender mi partida, sin antes agradecer de todo corazón a Magnolia y a su familia por la hospitalidad que me habían otorgado.
De nuevo en la calle pero ahora con la ropa seca y un paraguas que me regaló la madre de Magnolia, emprendí mi regreso a donde podía estar sin incomodar a nadie, por lo menos eso creía. Luego de que mis papás fallecieron, mi hermano y su esposa se fueron a vivir a la casa donde yo y mis padres habitábamos, exigiendo su derecho de hijo, yo no puse ningún reparo por lo cual, desde ese día, vivimos los tres bajo el mismo techo además de su hijo Sebastián. Cuando llegué a mi “hogar”, la guerra ya se había desatado entre mi hermano y su mujer, y yo, sin quererlo, pasé a ser parte importante de dicho combate. El asunto era que Flor, la esposa de mi hermano, quería que de una vez por todas yo me fuera de ahí para que su hijo Sebastián pudiera ocupar mi pieza, ya que lamentablemente la casa de mis padres solo tenía dos dormitorios. Por mi parte, yo tenía el mismo derecho que ellos de vivir ahí, por lo cual le propuse a mi hermano que vendiéramos la casa y nos dividiéramos el dinero y así cada uno podía hacer su vida por separado. Pero mi hermano, que nunca le ha trabajado un día a nadie, con la excusa de que es un escritor en proceso de creación (hace ya tres años que está creando), dice que no tiene suficiente dinero para arrendar algo y que el dinero de la venta le será insuficiente para siquiera un pie de una casa decente para él y su familia. Además de ser un flojo, mi hermano tiene un estilo de vida muy alto, le encantaba la prodigalidad, y ésta era auspiciada por su mujer que es la que en definitiva trabaja.
Pasan las horas y los gritos siguen en el pasillo, mientras que en mi dormitorio, envuelto en una espesa oscuridad, siento en mi interior que bajo la lluvia estaba mucho mejor que aquí, por lo menos estaba más tranquilo, sin mencionar la tranquilidad del cuarto de Magnolia. En mi mano una copa hacía girar el resto de vino que me sobró de una comida que hicimos ayer en conmemoración de mis padres en la cual terminé retirándome debido a la gran cantidad de hipocresía que brotaba de los labios de mi hermano Miguel al mencionar su incondicional amor por mis padres. Aún puedo recordar aquel día en que Miguel decidió irse de la casa para vivir con Flor en la casa de sus padres, haciéndoles creer que su decisión era obligada por el mal trato que recibía departe de ellos al vivir bajo el mismo techo que yo; Miguel siempre se quejó de un supuesto favoritismo hacia mí por ser el hijo menor, aunque yo nunca pude percibir nada de eso, pues de haber sido así, habría aprovechado mejor esa fascinante oportunidad para obtener cada uno de mis caprichos. Esa discusión terminó con un golpe que Miguel le dio a mi madre, que jamás le perdoné. Lo más terrible de todo fue que cuando mis padres fallecieron en ese terrible accidente, Miguel apareció, supuestamente muy arrepentido y, desde ese día, nunca más se fue de esta casa. En fin, mientras el color rojizo del vino se paseaba de una orilla a otra de la copa, una pequeña luz que provenía de la sala e ingresaba a mi cuarto a través de una ranura provocada por el mal cierre de mi puerta, chocaba con la copa en forma lineal, entremezclándose con el vino y produciendo un color muy parecido a la sangre cuando está purificada. Mis párpados estaban entreabiertos y mis pupilas dilatadas para poder saborear visualmente aquella hermosa figura que penetraba hasta más adentro de mi mente, uniendo esa extremadamente larga distancia entre el cerebro y el corazón, o mejor dicho, entre la razón y los sentimientos. En ese instante el sonido de la lluvia en el techo y la aguda voz de Flor eran apaciguados por la extremada belleza que era casi imposible de describir, pero que gracias a la inspiración provocada por la idea, reafirmada por Magnolia, de que aún hay seres humanos dispuestos a salvar la tierra de su cercano final, pude hacerlo.
A la mañana siguiente, y con una mancha en mis pantalones formada por el vino que se derramó al dormirme, desperté con una resaca creada por la mala mezcla de vino y lluvia en mi pelo, en conjunto con la depresión al nivel más alto. La rabia no se había ido y el sueño solo logro aplazar un poco más las consecuencias de una mala vida y de una segura muerte. Con este pensamiento, arrojé la copa contra el muro y su sonido despertó al resto de la familia que comenzó de inmediato con las quejas. Eran como las cinco de la mañana de un día lunes, por lo cual faltaba poco para que Flor se tuviera que levantar, por lo tanto les hice un favor al despertarlos, pero obviamente ellos no lo veían así. Caminé, en calcetines, por sobre los cristales para tener un indicio de que estaba vivo, y el dolor es un buena manera para conseguirlo. Mientras caminaba por el vidrio, me asomé a mi estantes de los libros y tomé uno para ver si llamaba mi atención, aunque la imagen de vagos que tengo de los escritores gracias a Miguel, me ha provocado cierto distanciamiento con la literatura.

Texto agregado el 17-02-2006, y leído por 119 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
17-02-2006 Está bien redactado. Ya te comenté en privado en el libro de visitas. Saludos. yasmina
 
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