Me encuentro caminado por las calles, observando la imagen sin vida de los rostros peregrinos de esta ciudad, que más que inspirarme, me motivan a un sepulcro nacional necesario, algo así como un ultimátum, “comienzan a vivir o simplemente se mueren”. Una vez escuché una frase que decía “todos los hombres mueren pero no todos viven de verdad” y lamentablemente, desde el momento en que la escuché, me di cuenta de que yo soy parte de los que de seguro morirán pero nunca han vivido, sin embargo tampoco haré nada por cambiarlo. Hoy me encuentro caminando entre la penumbra, en un callejón oscuro lleno de delincuentes y prostitutas que intentan promocionarse a la luz de un farol. Todo esto dentro de mí, aunque afuera la cosa no es tan distinta. La lluvia inunda la capital limpiando el aire de toxinas, para además limpiar un poco la conciencia de estos Santiaguinos que bajo sol y sombran se comen como caníbales. Aún no recuerdo cuando fue la última vez que salí a la calle sin preocuparme por la hora en que debo volver para no tener que toparme con delincuentes que son capaces de quitar la vida sin piedad por unas cuantas monedas. Pero eso es solo lo que puede ver en las calles, pero dentro de los edificios la cosa es peor. En vez de armas usan “títulos” para robarle a la gente que no tiene la suficiente cultura o que simplemente son analfabetos como para percibir que no todo lo que les sucede se acerca a lo legal, bueno que hasta lo legal está hecho para ayudar a unos pocos dejando a la gran mayoría que no se encuentra dentro de su beneplácito, sin beneficios. Todo esto me ha mostrado lo imposible que es vivir en esta tierra, solo se puede luchar por sobrevivir, lo cual no es mucho, y conformarnos nos convierte en unos mediocres.
Me encantan los bares de “mala muerte”, llenos de borrachos que por mucho conocerse ya no tienen nada nuevo que contar, y desperdician su tiempo y su dinero, con otro que se sienten tan o más infeliz que ellos. Hoy entré a uno de estos bares como a las siete de la tarde y pedí una cerveza, y me senté al lado de uno de estos personajes, quien cubría su rostro con ambas manos, pero lo despejó para voltear y, dentro de su embriaguez, intentar reconocer en mi a un viejo compañero de borrachera, y ante una decepción solo se limitó a decir “tú no eres al que espero...” y volvió a colocar sus manos en su quijada. Al mirarlo sentí lástima, pero he aprendido que nadie se merece mi lástima, ni siquiera yo mismo, a si que me volví y fijé mi vista en una hilera de polvorientas botellas de whisky y coñac, que el cantinero tenía sobre un espejo que no alcanzaba a reflejar mas que sombras deformes de nuestra propia imagen. Ahora dudaba si se trataba de un espejo que reflejaba almas o simplemente jamás lo habían limpiado. Mientras pensaba esto, un hombre se me acercó y me propuso jugar una partida de dominó con la intención de apostar algo de valor, le explique no traía más dinero que para la cerveza, pero el me insistió que podía apostar me reloj si no tenía dinero, que a él le daba igual. Acepté la invitación y nos sentamos en derredor de una mesa en un rincón de aquel liberador local. Yo revolví las cartas procurando pasar mis manos por sobre todas ellas, por si acaso este hombre ya hubiese localizado el “chancho seis”. Antes de comenzar le pregunté que apostaba él a cambio de mi reloj, a lo que me contestó ¡un cupón!, enfadado por este embuste me puse de pié y él, notando mi rabia, también se levantó y me dijo “tranquilo, buen hombre, es un cupón para un spá, diez días de sol y aventura completamente gratis”, se lo pedí para verlo, pero de inmediato lo guardó diciendo “lo siento, solo será suyo si gana, o acaso yo le he pedido su reloj”, me volví a sentar pero esta vez mirando el espejo, para ver, pensando en que mi alternativa no obvia era cierta, si su alma era más oscura que la mía, y pude comprobar que solo esta sucio pues se reflejaban los colores de su vestimenta. Corrí el riesgo y jugamos, mi reloj contra su cupón, aunque si perdía igual le pediría el cupón para leerlo y comprobar que no me estuvo engañando. Finalmente, por esos azares del destino, le gané y realmente era un cupón pero de un spá para suicidas. Dentro de mi extrañeza y con el sentimiento que es producido cuando alguien me ha timado, lo miré pero ya no estaba, el hombre había desaparecido y con él su reflejo en el espejo. Volví al asiento en la barra del comienzo y el borracho sentado a mi lado hizo el mismo movimiento, sin dejar de lado la frase, haciéndome pensar que lo del dominó nunca pasó. Dicho pensamiento se confirmó cuando el cantinero me preguntó: “¿que se va a servir?”, del mismo modo que la primera vez. Me sentía en una película de ciencia-ficción o en una cámara indiscreta, pero sin director ni cámara.
Salí del lugar un poco asfixiado, mirando para todos lados mientras la lluvia caía sobre mi pelo y las luces me encandilaban mientras las bocinas me irritaban los oídos hasta hacerlos sangrar. Corrí como desesperado, como si fuera un extraterrestre que cae en el centro de la ciudad y es perseguido por la multitud deseosa de ir más allá. Dentro de la selva formada por mi mente había una espesa neblina que me hacía recordar la infancia gracias a ese sabor que se forma en la garganta, como si me hubiera comido una cucharada de chocolate en polvo y me dieran ganas de estornudar sin poder hacerlo. Tirado en la banca de una plaza con el agua cayendo como de Baldes y acurrucado en posición fetal, recordaba aquellas largas caminatas junto a mi padre en los veraneos en la costa o las cálidas conversaciones a la luz de una chimenea en los días de lluvia en casa de Margarita, mientras esperábamos que estuviera listo el pan amasado que se cocinaba en el horno de barro. Pero todo el calor que provenía de los recuerdos no fue capaz de mantener mi cuerpo a una temperatura apropiada bajo los gélidos golpes que otorgaba la noche capitalina en pleno Julio.
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