De niños crecimos juntos,
y ya de mayores, la vida
nos llevó por nuestro lado,
tu al dinero, yo al jaleo,
y después de algunos años
se ha producido el encuentro.
Estás gordo, tienes coche,
vives feliz y contento
con tu reloj con brillantes
y otro brillante en el dedo,
y con tu hija adolescente
y la mujer de tus sueños.
Pero... por mucho que tengas,
amigo, te compadezco.
Y te compadezco yo,
que mírame, nada tengo,
ni puerta donde llamar,
ni donde caerme muerto.
¿Verdad que te causa risa
que te esté compadeciendo
a ti, que lo tienes todo,
yo, que nada tengo?
¿Y quieres saber por qué?
Pues a decírtelo vengo,
en nombre de aquel cariño
que desde niña te tengo.
He conocido a tu esposa,
por eso te compadezco.
Por que esa mujer que tienes
es tonta de nacimiento.
Y eso de la tontería
también tiene su precio,
porque tú no eras tonto,
estás tonto sin remedio;
pero como tienes coche,
una hija de por medio,
y la tonta te sonríe,
y te coloca el sombrero,
y te limpia los zapatos...
te acostumbraste a ello.
Por esto ya escrito, amigo,
sin más te compadezco.
La felicidad no es así,
mi felicidad no es eso.
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