Máred despertó en el momento en que descubrió que unas manos le acariciaban los hombros, y si Asaru no le hubiese tapado la boca justo en ese momento habría gritado...


No te asustes... he venido para estar contigo y ahora no me iré.

Asaru, dijo sorprendido, sin duda este es el más hermoso sueño que jamás he tenido...

No es un sueño, Máred: volví y ahora nada podrá separarnos.

Pero si habías muerto...

Pero la muerte no es el fin...

¡Esto no puede ser!

Créeme, ¡Lo estás viendo!

Déjame tocarte...

Las blancas manos de Máred empezaron a recorrer el rostro de Asaru: los labios primero, los sintió duros, ¡igual a cuando lo besé por vez primera, Pensó, los recorrió con sus dedos. Asaru abrió la boca y le mordió sus dedos...

¡Estás vivo! le dijo y se abrazó a él...

No. Le respondió. Pero volví de la muerte...

Tras el abrazo vino un beso. Y con el beso resucitaron los miembros de Máred; sus manos recorrieron palmo a palmo el cuerpo de Asaru, su pecho, su espalda, su cuello...

Debo estar loco, dijo, sin duda debo estarlo, y se abrazó a Asaru aún más fuerte.

Mutuamente se desnudaron y se adentraron en el lecho como en un mar desconocido, plagado de sensibles olas capaces de llegar hasta los lugares más recónditos y sexuales... ¡Jamás habían tenido tanto tiempo para estar juntos! ¡Jamás habían sentido florecer en su cuerpo tal deseo de sí mismos! ¡Jamás se habían amado tanto!

Y luego el sueño se apoderó de la noche... Cuando Máred despertó a la mañana siguiente, sólo encontró la mitad de su cama vacía y las sábanas sucias de amor...


Ánônimo 060203