El murió. ¿Por qué morimos? ¿Para qué venimos a este mundo si, antes o después moriremos? Estas cuestiones no serán desveladas en este relato. Únicamente entenderemos una de las posibles causas que pueden llevar a la muerte de alguien, aunque no lo desee.
Esa mañana no pudo levantarse. Nadie podía imaginar ese final. Ni él mismo. Su vida fue compleja, como la de todas las personas. No fue fácil, no, no lo fue. Su muerte fue sencilla y fácil.
Tuvo varios amores, entre ellos dos: amó a una mujer y amó la lectura. Sus amores los vivió de manera diferente.
A ella (la lectura) la amó con pasión. Devoraba los libros con avidez, con la inocencia propia del aprendiz. No importaba el momento, el contenido (aunque lo elegía en muchas ocasiones), las horas de sueño hipotecadas en darse a este placer, todo valía.
A la mujer la amó tranquilamente, la disfrutó como a un buen libro. Compartió con ella el complejo caos que fue su vida. En alguna ocasión se atrevió a enseñarle algo de él mismo a través de pequeñas ventanas personales que de vez en cuando lograba entreabrir, sin saber muy bien cómo ni para qué.
¿Qué pasó? Se ahogó, le faltó el aire.
Debemos tener mucho cuidado con aquello que deseamos porque puede hacerse realidad.
Su vida transcurría. Nada parecía indicar que terminaría abruptamente, pero alguien a su lado había deseado demasiadas veces que dejase de respirar. Fue su compañera de cama. Cada noche él decidía por ella. Cada noche ella acumulaba rabia que se desvanecía al poco de levantarse y comenzar un nuevo día. Ella le amaba, él la amaba y este amor parecía estar por encima de todo (de casi todo). Demasiadas veces ella había deseado que esa noche fuese diferente a la anterior, pero no lo era nunca. Intentó afrontarlo, solucionarlo, ignorarlo, `plantarle batalla. Todo fue inútil. Él seguía decidiendo como sería su descanso (el de ella) cada noche.
¿Qué pasó? El deseo de ella se hizo realidad esa noche. Él no volvió a roncar. Se ahogó en uno de sus ronquidos. Le faltó el aire.
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