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El poder, el siempre pequeño poder
El dragón dorado despertó esa mañana de muy mal humor, el dolor de colmillos no le había permitido pegar pestaña con pestaña en toda la noche. Enfurecido decidió salir a incendiar la ciudad con sus bramidos de fuego. Tres horas después, todo era escombros bajo sus alas, los edificios y torres derruidas, los árboles convertidos en antorchas y el humo que se elevaba cubriendo por completo calles y avenidas. Tanta destrucción le inflaba el pecho con una inigualable sensación de poder. Cuando estaba en el clímax de su omnipotencia, sintió que una mano gigantesca lo tomaba de la cola y lo zarandeaba con mucha fuerza. Era la pequeña Laura que, muy enojada por la destrucción de su ciudad de juguete, tomó al pequeño y atemorizado dragón y lo metió en el cajón de su escritorio encerrándolo con llave para evitar que vuelva a cometer otra de sus travesuras.
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Texto agregado el 15-02-2006, y leído por 107
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