El plan que se llevaria a cabo seria de gran envergadura. Con meticulosidad encerrarian a la dama del rodete en el altillo, la atarían dejándole solo las aletas de la nariz para respirar. Un haz de luz llegaria desde el exterior depositando un poco de luminosidad aunque opaca y funesta sobre el lugar. Los resultados de la operación se verían inmediatamente, y demandarian grandes dividendos. Mientras la mujer permaneceria atada, dos de los complices irian a la casa y la despojarian de todo lo de valor que estuviera a la vista. Lo tenían todo planeado. El altilllo estaba lo suficientemente apartado, para no despertar sospechas entre los vecinos. Primero buscarían alhajas relojes de oro, antiguedades, plata, algun cofre o algo parecido, y por último y como postre irían a la heladera de la dama para revisarla. Eran cuatro los del complot. Dos se quedarían arriba vigilando y dos bajarían y arremeterían con el botín. En sus mentes febriles el atraco ya estaba consumado.
Llegó la hora señalada. Era la siesta. Aquella hora en que por la calle del pueblo no pasaba nadie. Todos dormían en un sopor indefinido.
Atravesaron las polvorientas calles con gloriosa disposición de ánimo. Se descalzaron para poder trabajar mejor y con mayor agilidad. Atemperaron sus ansiedades para que todo saliera tal lo planeado. Las ropas raídas y viejas eran sumamente eficaces para aquel dia agobiante del verano. En sus mentes obnubiladas, solo veían un botín para revender y una heladera repleta para saciar su sed y hambre. Llegaron a la casa. Con cautela entraron, rompiendo sin querer un vidrio dela ventana de arriba. Querían subir las escaleras, pero al pasar por la cocina y olfatear su aroma, olvidaron fatalmente el propósito por el cual habían irrumpido. Todos se abalanzaron sobre las ollas. Abrieron las alacenas, y con el cortaplumas cedieron las latas su contenido, jardineras, atun, fueron devoradas unas tras otras. Sus estómagos se estaban ensanchando, los jugos gástricos acudieron rápidamente y las energias y los ánimos se aquietaron. Al abrir la heladera econtraron algunos restos de comida del día anterior que tambien engulleron. En ese preciso momento entró la dueña de casa. El espectáculo que tuvo ante sus ojos, le dejó sin aliendo. Cuatro niños entre ocho y diez años años, sucios transpirados y exhaustos habian invadido su cocina |