La plaza de las malas artes

El bullicio de mediodía allá abajo se ha calmado. Luego de la siesta, provinciana costumbre que aún no me saco de encima, se reanudan las hostilidades.
Los bocinazos y chirridos de frenos traspasan incluso mi ventana de doble vidrio y retumban dentro de las murallas de mi ex- precioso departamento.
Ex precioso porque ya no lo quiero. Más, creo que lo odio.
Desde que él estuvo aquí.
No lo veía desde hace mucho. Desde el tiempo en que recordábamos el 11 poniendo velitas en las aceras frente al Nacional. Ahora, todo ha cambiado. La política tomó las riendas, los diputados, senadores, ministros, concejales todos, en gloria y majestad ejercen su poder. El, entre ellos.
Vino a verme pensando en que era yo la misma de antes. Gran error.
Me habló de sus planteamientos sociales, se paseó por la economía mundial y la nacional tuvo también su espacio; tocamos los problemas fronterizos cuando lo que en verdad esperaba él, era que yo dejara caer una insinuación, o al menos, el tirante de mi solera para que se solazara con mis hombros que siempre le gustaron tanto. Nada hice. Esperé tranquila a que pasara todos sus avisos. Quería- propuso -que trabajara en su campaña a Diputado. A mí se me salió el eterno femenino y le pregunté por su esposa. Incómodo respondió algo como bien, como siempre, en la casa. Me sentí estúpida por haberla mencionado, pero no pude remediarlo. Tengo que aguijonear a otro para estar tranquila. Mis amigas dicen que tengo que meterle el veneno a alguien para no morderme la lengua y envenenarme yo misma. A lo mejor, tienen razón.
Le prometí integrar alguno de sus Comités. Dijo -»el creativo, Mary, ese es el que tengo para ti; nadie como tú para inventar slogans y consignas y tus afiches...¿te acuerdas de tus famosos afiches?.» Mucho dorar la píldora» - pensé- «pero vas a ver la creación, muñeco»- y sonreí envolviéndolo en una de mis miradas que yo- inventora al fin- había ensayado para engrupírmelo años atrás.
Se fue y llamé de inmediato a mis amigos nuevos.
En menos que canta un gallo teníamos todo dispuesto.
A los días después, lo llamé. Que viniera en la noche del martes, le pedí, y bajé la voz enronqueciéndola- ¿qué sentirán los hombres cuando les habla una mujer de voz ronca, ah?, algo distinto sienten en su sangre y eso debo preguntárselo a mi maestro, él sabe todo y si no, lo inventa- al decirle, «en recuerdo de los antiguos tiempos trae una botella de champaña, mi amor». El mi amor se me deslizó sin siquiera pensarlo. « Debo poner más cuidado»- me reté- «no es cosa de andar soltando pistas así no más».
En las noches que siguieron me dediqué - para calmar los nervios- a mirar por la ventana de mi cuarto piso para aprender de memoria hasta las sombras de los árboles en la plaza; supe como visten los habitués del Pub de los maricas; cuántas palpitaciones del aviso en un minuto; a qué distancia de la salida del Metro estaba mi ventana. También ensayé cómo sacaría el cuerpo para gritarle «Hola, te estoy esperando» y lo que me demoraría en correr hasta la puerta, avisarle al estúpido del camarógrafo que se escondiera detrás de las cortinas y revisarle que no se vieran sus zapatos por debajo- igual que en las películas, ni más ni menos. Absolutamente todo controlado.
El martes pasé la tarde decidiendo qué ponerme. Para ser Mata Hari se necesita belleza y si una no la tiene hay que recurrir al perfume adecuado, zapatos perfectos, uñas decoradas, lunares estratégicos, la ropa interior... «tremenda película que va a ver el estúpido del Nick, él que jura que hace un solo cuerpo y alma con su máquina y se las cree), y mi voz... lo que más me choquea es el vocabulario que usaré, pero voy a llamar cada cosa por el nombre que a mi candidato lo estremece. ¡Vivan las malas bellas artes! »
Unos minutos antes de la hora precisa, reviso bien el plan. Hablo con Nick, con mis jefes, me aseguro que está reservada la página central del pasquín contratado, y me miro por milésima vez al espejo.
Lo veo estacionando su auto. «Lo cambió, claro, tenía que hacerlo, son nuevos tiempos». Me descuelgo hasta la cintura agitando mi mano para que me vea. Le sonrío y - qué extraño- me da gusto de verdad verlo y saber que viene a mí. Tiro las indicaciones planificadas a Nick y abro la puerta. El corazón ridículo me late fuerte, muy fuerte, igual que antes. Lo miro y se me hacen agua los huesos. «Romántica de mierda»- me reto. Trato de acordarme rápido de todas las que me hizo, de sus mentiras y del abandono. Surte efecto mi estrategia.
En un dos por tres me lo llevo al sofá. Doy inicio al show y el ojo metálico del Nick empieza a funcionar. Lo pongo loco. Me pide las cosas que siempre le gustaron hacer conmigo. Lo complazco. Entera para él. A medida que suceden las emociones, me parapeto detrás de los recuerdos tristes y me veo en las noches esperándolo y esperándolo. En eso pensaba mientras él me susurraba sus palabrotas así que no me fue difícil interrumpir la sesión en el momento preciso cuando llegaba su muerte dulce. Por supuesto que reaccionó como esperaba y me dio unas cuantas bofetadas- el Nick grabando, grabando. Se vistió furioso. Gritó que a él nadie le hacía eso. Lo único que alcancé a gritarle y que- por supuesto, no entendió- fue «puedo hacerte esto y mucho más».
Su candidatura no llegó a ninguna parte. Cerraron el diario. Tengo contratos que firmar con la televisión española y argentina. Los de aquí no se atreven.
Expuse mucha carne, parece.