Para uno de los grandes
maestros de la Poesía.

Un escenario vacío,
asientos vacíos,
lámparas vacías.
Demasiado vacío
para un momento
tan hambriento de plenitud.
La pasarela perfecta
para la Poesía,
el palco ideal para pensar
en un mundo propio,
sin compañía.

Ojos ávidos de lucidez
y oídos sedientos de versos
tan elegantes como crudos
vagan por este cementerio viviente
de cristales de colores
y almas desubicadas,
que refugian sus sueños
entre la soledad de tanta gente.
Niños inocentes
agarrados de las manos
de sus padres,
adolescentes desorientados
que ocultan sus miedos
bajo sus chupas
de segunda mano,
y algunas vidas
de pelo blanco
que recuerdan
amaneceres de ayer
con cierto desamparo.
Especies en vía de extinción
que decidieron hoy
vestirse de gala para celebrar
un perfecto entierro musical,
una gran autopsia cerebral.
Nostalgia disfrazada
con enchufes y amplificadores.

En plena noche amaneció,
los versos y el batir de sus alas
-sonido desgarradoramente dulce-
nos hizo redescubrir
la absoluta necesidad de volar
hacia una arquitectura crepuscular
de luces negras y líneas rectas.
Se cerraron con fuerza las ventanas
y todos nuestros monstruos
quedaron atrapados
entre las paredes
de nuestros silenciosos llantos.

A la vuelta,
playas de antiguos sueños
y campos de tristeza.
En las mentes
rabia y ansia de libertad.
En las manos
rutina e incapacidad.

Un ángel caído
repartió insomnio para todos
esa noche.

Al amanecer todo quedó
en un escenario vacío,
asientos vacíos,
lámparas vacías.
Sueños vacíos,
manos vacías,
y un ángel caído
que volvió a sus noches
de insomnio.

La tristeza
tiene ahora un buen motivo
para quedarse conmigo.