Mi boca, trémula,
se suspende en hilos de deseos,
figurando sumisión,
lacerante obediencia a sus demonios de placer.
Flaquean mis rodillas,
me fallan los instintos,
¡Un viaje eterno, amor!
Penélope se cansa,
teje, extenuada en su tumba.
¡Y cómo no recordar el ardor de tu abismo,
gemido,
verdugo de mi sangre!
Se lanzan lánguidos besos
al tormento de mis noches.
¿Y cómo no recordar en el silencio
-doliente silencio-
la belleza (¡tan ciega!) de tu amor?
Mi boca, tenue,
se abandona al reflejo de tu alma,
frunciendo su piel ante el rostro sin cara.
¡Maldito seas, hombre ausente!
El beso lejano, silente,
me entrega al olvido.
Mis labios no te aguardan,
no te rozan.
La tierra de eterna calma,
hoy, sonrió.
Tu eterno telar se tiñó de lágrimas.
Es tiempo de mi ausencia.
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