LA DIGNIDAD Y LAS PAPAFRITAS
- No, nene, no tengo nada.-
La verdad es que estuve bastante grosero, pero en ese tramo de Boulevard Pellgrini entre San Martín y 4 de Enero hay tres semáforos.
Los tres me tocaron en rojo, porque en Santa Fe los funcionarios no se destacan por conocer las técnicas de la onda verde, y menos aún en una avenida de doble mano.
En dos de ellos niñitos limpiando los parabrisas y en el otro dos nenes, un varón y una nenita, supongo que hermanitos, haciendo piruetas.
- Y aunque sea un “monerita”, don..?-
Le iba a decir que no, pero el nene justo fijó su mirada en la consola de mi Fiat Marea, ubicada delante de la palanca de cambios, en la que había veinte centavos.
- Bueno, tomá-, dije malhumorado, y le dí los veinte centavos.
Era un día gris y tormentoso. En cualquier momento se largaba a llover. Necesitaba de un café y algo de comida.
Eran cerca de las doce del mediodía.
Iba para la obra.
Cambié de idea. Tomé por 4 de Enero a la derecha y estacioné.
Me dirigí al bar que está en la esquina del Boulevard y 4 de Enero.
Tomé el diario El Litoral del día anterior y pedí un cortado doble con un tostado de jamón y queso.
De reojo y sin darle ninguna importancia veía por la ventana a ese niñito arreglándoselas como podía para limpiar los parabrisas, ya sea de un pequeño Ford K, como de una F-100.
De a ratos leía el diario y de a ratos lo observaba.
Cuando iba por la página tres de El Litoral, se largó a llover.
A punto estaba de desgustar mi cortado doble con el suculento tostado, ahí los hacen grandes de verdad, y continuar con mi diario, cuando el niñito entró al bar.
Se sentó dos mesas delante mío. Para peor, de frente.
Cuando la moza, una jovencita de unos veinticinco años, lo vió se acercó desganada.
Lejos estuvo el trato amable que me brindó a mí, con la brusquedad con que lo trató a ese niño.
- Qué pasa, pibe..?-
- Cuánto cuesta una hamburguesa, pero con muuuuuchas papafritas..?
- Mirá una hamburguesa cuesta cuatro pesos, pero con papafritas sale cuatro con cincuenta…-
- Ah bueno…-, dijo con evidente desilusión.- Y se retiró del lugar.
- A mi me parecía que ya no me iban a caer tan bien los tres trozos que quedaban de mi tostado mixto.
Al poco rato, y luego de limpiar el parabrisas de dos o tres autos, volvió a entrar al bar.
Ya todo mojado y desalineado.
- Volviste, nene..?-
La verdad que, al menos, en atención a su edad ese chico hubiera merecido mejor trato.
- Y ahora qué querés..?-
- Una hamburguesa, pero sin papafritas, señorita…-
Yo lo observaba.
El niñito estaba sentado en la silla con su piernita izquierda colgando y mientras la balanceaba iba amontonando muy prolijamente en cinco montoncitos, las moneditas que se había ganado, entre las que se encontraban seguramente las dos de diez centavos que yo, de muy malagana, y porque me las descubrió, le había dado.
Ese era el sustento que en realidad muy dignamente se había ganado durante esa mañana, tal como yo iba a ganarme el mío en la obra.
La moza, bastante ofuscada, llegó con la hamburguesa sin papafritas y medio como que se la tiró sobre la mesa.
Ni se me ocurrió el preguntarme por qué eran cinco las pilas de moneditas…
Estaba tratando de concentrarme en el diario, cosa que ya no me resultaba tan fácil.
La cosa es que comió su hamburguesa. La comió con apetito, con inocencia, con dignidad y tal vez con la alegría de haber ganado su sustento que, en este caso, legítimamente le pertenecía.
Como siempre, tarde o temprano ocurre, paró momentáneamente de llover.
Los vehículos seguían deteniéndose en el semáforo cuando este se ponía en rojo.
Volvió a contar delicadamente sus monedas y prolijamente acomodó los cinco montoncitos en un costado de la mesa.
Raudamente salió del bar a recoger su baldecito con agua jabonosa y su pequeño secador.
Iba nada menos que a continuar con su trabajo.
No sé porqué al verlo cruzar la avenida me pareció, por un instante, que su diminuta figura se transformaba en la de un hombre de verdad y responsable, con espaldas anchas y todo…
Claro que, también raudamente, la moza, al ver ésto, se dirigió a la mesa, imaginando desde ya la jugarreta, el fraude y posterior huida de este niño.
Tomó los cinco montoncitos de monedas y, desconfiadamente los contó.
Luego me miró.
- Chico tonto este. Además de mojar toda la silla no sólo comió sin papafritas, sino que encima se equivocó y me dejó cuatro con cincuenta, como si las hubiera comido…-
Yo ya casi temblaba. La última porción de mi tostado aún no la había comido.
Ni la comí.
Como podría ella ser tan necia y yo tan soberbio y miserable..?
Y ese niñito, trabajador de los semáforos, tan digno..?
Ni siquiera nos habíamos dado cuenta que había renunciado a sus queridas papafritas para dejarle la propina..?
Casi en este caso, más que propina, podría considerársela un soberano sopapo.
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Señor intendente, señor gobernador, señor obispo, señores del Rotary, por favor colguemos de los semáforos hamburguesas, zapatillas secas, caramelos, libros, muchos libros..!, y que los semáforos estén lo más posible en rojo… Para que juntos, mi vergüenza y esa lección que sólo un niño, y encima pobre, me supo dar, me quiten tanta vanidad. A mí y a tantos otros…
Y además, esto dicho en voz baja para que nadie nos escuche, creo que a partir de ese día algo ha cambiado en mí cuando veo un semáforo…
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