Encontrones

Como un tuerto en el pais de los ciegos, a los ojos de la cuadrilla era yo un genio.

Es común entre los hombres simples, endiosar al que sabe un poco más. Resulta desagradable la opción de reconocernos mediocres: conclusión inevitable si a ese supuesto "dios" lo vemos como realmente es, otro fulano común y silvestre.

Aceptar que la vida apenas nos da tiempo de aprender lo elemental, implicaría asumirnos siempre alumnos; y parece que todos tenemos apuro en obtener aquél título que nos libere de continuar con el esfuerzo de seguir aprendiendo, como si eso fuera posible.

Debo reconocer que no me resistí mucho a compartir la noche de copas con los muchachos. Siempre se encuentra un motivo válido para alguna escapadita, y celebrar mi ascenso era buena excusa: la inocencia de imaginar que una reciente categoría de "oficial" significaba algo más que dinero.

Por una noche, podiamos sentirnos bacanes: estaba la cuadrilla completa, con nuestras mejores pilchas y el sobre recién cobrado haciendo bulto en el bolsillo. Lo primero: una buena cena, y el vino; sobre todo el vino. Después, ya con tanques llenos, algún boliche de copas. Hasta parecíamos un grupo de estudiantes festejando el fin de curso.

Sin embargo, para los parroquianos del boliche aquél, eramos simplemente:

- Esos negros de mierda que vienen mostrando plata para cagarnos las mujeres -

La bebida me había hecho demasiado efecto, quizás por la falta de costumbre en esos ultimos años. Decidí mejor hacerme el sordo. El correntino en cambio, lo escuchó clarito y se le fue. No sé bien que se habrán dicho, pero el insolente quedó despatarrado en el suelo de un cachetazo. Así empezó el encontrón.

El correntino pegaba duro pero el otro estaba más fresco, la cosa hubiera estado pareja si no fuera porque se metieron otros.

Me levanté para quitarle al que lo agarraba de atrás, y tiré mi mejor derechazo. Solo le pegué al aire y fuí a dar aparatosamente sobre una mesa ocupada por mirones.

En cuanto pude levantarme de entre las botellas rotas, sentí un sopapo y ya estaba otra vez en el suelo, ni ví quién me pegó.

Cuando me llovían las patadas, alcancé a ver a Medina que me sacaba de encima a dos tipos repartiendo tortazos ¡todo un experto!

Otra vez arriba, otra vez trompada, y ya no recuerdo más...

Camino de la gamela me despertó la radio a todo volumen y el batifondo de los muchachos cantando. Viajaba en la parte trasera de una camioneta que manejaría el menos mamado. Tenía un corte en la cabeza y las costillas me dolían tanto que tuvieron que ayudarme para caminar hasta la cama.

Por supuesto, ese sábado figuré en la lista de los ausentes con aviso, y me tomaría todo el domingo prepararme para el lunes.

Ese domingo, algunos amigos se acercaron a la cucha para matear con el herido. Otros, se prendieron en una partida de truco al lado de mi catrera. Todos, recordando la anécdota del viernes a la noche y comentando acerca de otras similares.

- Nos resultó bravo el tornero -

Las costillas me dolían de risa cuando le aclaré a Medina que no había podido "colocar" ninguna piña. Solo había cobrado y me quedé con el vuelto. El gordito estaba totalmente ileso, y con sus ocurrencias levantaba el ánimo de todos. El correntino tenía un ojo cerrado, por lo demás, como si nada le hubiera pasado.

- Cuando un pobre se divierte, nunca faltan encontrones-

Recordé ese verso cuando los "enfermeros" se estaban retirando temprano. En una gamela, los domingos no son para trasnochar.

Comencé entonces a darme cuenta que ya no estaba para esos trotes, había pasado los treinta; y los cuarenta, me esperaban a la vuelta de la esquina.

ergo