La casa de Verónica estaba un poco alejada del colegio. Debía coger un autobús para desplazarse hasta él; cuatro viajes al día de unos quince minutos cada uno.
Ese primer día de clase, después de las comentadas vacaciones de principio de primavera, la muchacha estaba indispuesta para acudir como siempre al colegio. Estuvo en la cama hasta bien entrado el día. Se encontraba sola en casa y nadie se molestó en llamarla o preguntar su estado, debido a la ausencia a las clases. Por norma, el colegio hacía una llamada telefónica al alumno si observaba que su ausencia pasaba de un tiempo permitido a la hora de entrada, pero nadie llamó a Verónica esa mañana.

En un viejo reloj de pared colgado en la sala de estar de la vivienda, sonaron unas campanadas, dos exactamente. Después, el silencio volvió a toda la casa de nuevo. Un silencio que se había adueñado del vacío que rondaba entre las paredes, entre los rincones, en el ambiente enrarecido por un olor que provenía de las habitaciones del piso superior.

El timbre del colegio avisaba que las clases habían terminado. Eran las cinco de la tarde y todos los alumnos salían para dirigirse a sus casas. El profesor nuevo, que también salió a la vez que ellos, se montó de un salto en su moto y salió a toda prisa del recinto escolar.
-Por favor, no pasen de esta barrera-le indicó un policía cuando quiso acceder a la casa de Verónica.
El profesor detuvo el motor y dejándola a un lado bruscamente intentó por todos los medios pasar la barrera puesta por los policías. No lo consiguió.

En el interior de una ambulancia en la misma puerta de la vivienda era introducida una camilla con el cuerpo de una persona tapada con una sábana. Las manchas de sangre en ella demostraban que había sucedido algo espantoso, pues casi toda la tela blanca esta empapada de rojo.

¡¡Verónica!!- Gritó el profesor desde su lugar detrás de la barrera.

¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Continuará...

®Manuel Muñoz García-2003