DOS VIEJOS AMIGOS
I
Camine por las adoquinadas calles del barrio tal como lo hice desde tiempos perdidos en mi memoria.
José me esperaba en el geriátrico sin imaginar lo que mis pesquisas habían logrado hallar.
Para el, mi visita se debía a mi costumbre de ser su acompañante en una rutinaria visita al urólogo. Sus hijos lo habían confinado a ese maloliente asilo de despojos humanos valiéndose de la excusa de que ya nadie lo podía cuidar.
Todas mentiras.
José, al igual que yo, no necesitábamos que ninguna niñera nos este regañando como a dos mocosos, pero esto no servia de nada. Menos para convencer a sus dos ocupados hijos, quienes pagaban puntualmente la cuota del asilo, así “el viejo estaba cuidado y tranquilo”.
Hipócritas.
Tanto costaba decir que, allí guardado, José no jodia.
José era un tipo metódico y tranquilo.
Mientras cruzaba la plaza Alvear recordaba cuantas veces fueron testigos esos bancos de nuestras eternas charlas filosóficas.
Éramos amigos desde hacia mas de 50 años, y ninguno de los 2 pensaba que iba a llegar a la edad que teníamos para recordárnoslo.
Lo vi a través de la reja y recordé cuanto cariño le tenía.
Alimentaba unas palomas junto a un viejo sauce, llamándolas con leves chasquidos producidos por sus labios. Se movía con algo de dificultad, la propia en sus 83 años bien llevados, dignos.
-¡¡ ¿Qué haces alfredito?¡¡- me dijo con una sonrisa-¿venís a verme?...o venís a ver alguna mina-
Respondí con un asentimiento y me encamine a la puerta. Allá me esperaba uno de los enfermeros.
-¿Cómo le va don Alfredo?...se lo ve cada vez mejor-dijo el morocho enfermero, mostrando una blanca hilera de dientes.
Correspondí el cumplido con una palmada en el pecho, mostrando una falsa robustez .solo yo sabia de mis achaques.
Camine por el sendero y me encontré con José, mi amigo de siempre.
-¿venís a jugar al ajedrez o estas de pasada Alfredo?
-sabes que vengo a verte a vos… ¿no te acordas que hoy hay que ir al medico?
-no…la verdad es que me había olvidado… ¿hoy es miércoles?
-no José…es viernes, y tenes turno a las 18:00 con el urólogo…-dije apesadumbrado. José era del tipo de personas que recordaba hasta el más mínimo detalle; los años habían hecho que su memoria fallase con mayor asiduidad al pasar el tiempo.
-bueno…me voy a cambiar y vamos…-me dijo mirando hacia la casona-¿sabe margarita que vamos al medico?-agrego intranquilo
Margarita era la encargada del geriátrico.
-si viejo…en unos minutos viene la ambulancia que nos va a llevar al medico…cambiate que te espero acá
José se perdió a los pocos metros, detrás de la gran arcada que daba la bienvenida a los visitantes a ese depósito de cuerpos seniles, mal llamado “dulce hogar”.
Nunca me hubiese estar en el lugar de mi amigo, lejos de los afectos, de su casa, la que construyo con sus mismas manos y que sus hijos liquidaron como si se tratase de un trasto viejo por un puñado de pesos.
Ni siquiera conservaba la basta colección de libros que durante toda una vida había sabido juntar. Su nieto se la había vendido por monedas a una reventa.
No olvidare nunca la lágrima que rodó por su mejilla al enterarse de lo hecho por alguien de su misma sangre.
-yo se la regale con la esperanza de que se cultive, aprenda de los maestros…pero a mi jorgito no le interesa mas que ese rock... ¿no es una lastima Alfredo?
No pude responderle.
Un nudo se había hecho en mi garganta.
Solo yo y su finada esposa sabíamos del amor de José por sus libros.
Una vida entera juntando y leyendo obras inmortales, inconseguibles en muchos casos, para terminar de esta manera...en fin...no era el peor de los males de este mundo, pero el dolor que producía era mucho.
Las balizas de la ambulancia me sacaron de estos pensamientos. Detuvo su marcha frente al jardín del asilo y el camillero se anuncio al enfermero.
Al poco rato salio José, acicalado y con un sobre repleto de estudio y radiografías.
Nada suponía mi amigo y ninguno de los empleados del geriátrico que hoy, este viejo zorro tenía pensado otro destino para nosotros dos.
|