Lagrimas espectrales





Como una ráfaga sigilosa, cargada de una gélida densidad, el ser penetro en la habitación.
Distinguió en la penumbra el cuerpo desnudo de la mujer, y su etérea presencia sufrió un estremecimiento.
¡Cuanto deseaba, aunque sea por esa noche, ser un hombre cualquiera ¡
Ella dormía apacible, ajena a su presencia furtiva.
Su voluptuosidad descansaba al son de una respiración entrecortada, yaciendo inmóvil sobre sabanas inmaculadas de seda.
El calor nocturno era sofocado por un gran ventanal, que permitía el ingreso de una brisa imperceptible, desprendida por el paisaje melancólico de la costa.
¿Porque no poder ser un hombre mas?, se pregunto quejumbroso el ser, dejando que un exiguo sonido se le escapara acompañando su lamento.
Con angustioso tedio, floto a escasos centímetros de la boca de la dormida mujer, y libo el perfume de su aliento, embebiéndose en su belleza imperfecta y terrenal.
¿Porque no puedo poseerla, amarla, besarla y tenerla como yo desearía?, se pregunto por enésima vez.
Solo por la barrera de lo físico y lo intangible, de lo imposible y lo no descubierto, por los designios caprichosos de la naturaleza desconocida, razono lúgubre.
Se lamento en silencio, y de sus vacías cuencas brotaron lágrimas espectrales, que se derramaron sobre la seda de las sabanas.
Sabía que sus caricias provocarían reacciones no esperadas; que sus intentos de acercarse a la mujer no serian recibidos con apego; todo lo contrario: el rechazo seria total.
El lo sabia, al igual que todos los de su especie. Pero igual, tozudamente lo intentaban una y otra vez.
Desde tiempos inmemoriales ansiaban acercarse, siendo rechazados, más por desconocimientos y temor que por motivos valederos.
El ser, como otras tantas veces, lo intentaría.
Trataría de lograr el contacto tan ansiado, a sabiendas de que el rechazo era inevitable.
Floto alrededor de la cama, deleitándose una y otra vez con la belleza del cuerpo femenino, acariciando el aura prístina que la rodeaba, hasta que el deseo fue imposible de sosegar.
Estiro una de sus extremidades hasta el vientre y sintió el contacto con lo físico y sensible de la mujer, comprendiendo como otras veces que su propio nirvana era posible.
En ese segundo supo que el paraíso para los de su especie era la realidad física negada; que lo inmaterial lo envolvía en una burbuja negativa que le impedía ser libre de elegir.
El ser cerro sus ojos, tratando de prolongar ese instante por toda una eternidad, pero la mujer, con un brusco movimiento se agitó, buscando entre los pliegues de la cama una cobija que le quite el frío que súbitamente la embargaba.
El fantasma, con lágrimas espectrales en sus cuencas vacías, cruzo la habitación y voló hacia las tiniebla de la noche.