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TANGO

Omar Barsotti

Fue la primera y última vez que la vi y en ambas ocasiones sonaba un tango.
Percibí su imagen como entresueños, a lo lejos, a través del humo del cigarrillo que recién encendía, apareciendo y desapareciendo interrumpida por la concurrencia que se movía al son de una indefinible e indefendible pieza musical, mezcla de jazz y pasodoble, ejecutada por una orquesta de disfrazados, que, a riesgo de caer del pequeño escenario, se sacudía como si los cables de sus instrumentos estuvieran pelados.

Estaba sentado solo. No iba a los bailes con patotas, ni tan siquiera con acompañantes. No deseo hacerme responsable de las imbecilidades de exhibicionistas y mal bebidos. Llegaba solo, cuando quería, y me iba solo según mis ganas. Eso me ahorraba problemas y me permitía disfrutar del baile, que era mi objetivo. No quiero que me estorben ni me fuercen a quedarme cuando me doy cuenta que el ambiente no es propicio o faltan compañeras o, por el contrario, me obliguen a irme justo cuando le estoy encontrando la vuelta a la reunión.

Eran bailes de club, algunos en el centro, otros en el barrio, pero de una época linda. Había mucho trabajo, la gente estaba alegre y con dinero para gastar. Las chicas, bien vestidas y prolijas, asistían acompañadas por mujeres mayores que imponían orden con tan solo una mirada. A veces también iban los padres, especialmente si eran vecinos, y era bueno verlos bailar porque hacían escuela en una forma discreta y tranquila.

Fue una época en que se bailaba un tango genuino, elegante, sin exhibicionismos de patoteros y matones, y totalmente libre de las acrobacias y sofisticaciones for export. Era un buen tango, de arrabal, de pueblo limpio y decente, ejecutado por conjuntos y orquestas de maestros, que podrían haber estado en una filarmónica si no fuera porque sentían ese ritmo en el corazón y no lo cambiaban por nada.
Ella estaba con alguien con aspecto de tía. La tía, que resultó serlo, parecía una mujer alegre que disfrutaba de la reunión danzante. Ambas, observaban el espectáculo de los bailarines con interés. La sobrina, por su parte, con una leve inclinación de cabeza y los ojos entrecerrados. Había empezado un tango. Ella escuchaba con mucha atención. Estoy seguro que en su imaginación danzaba. Y lo disfrutaba.
No dudé, me largué a caminar hacia su mesa. Ella miraba serenamente, haciendo sentir que me esperaba. Por seguridad, la cabeceé de lejos y me devolvió un leve gesto de asentimiento. Yo seguí avanzando pues, por respeto, y a riesgo de pegarme un frentazo, siempre invito a bailar a la mesa. La acompañante hizo una rápida y experta inspección del candidato y aprobó murmurando algo a la chica, quien se levantó.
Quedé un poco alelado, era de una belleza poco común. Ella me animó con una sonrisa, aprestando la mano derecha a la altura del hombro donde se la tomé con firmeza a la vez que rodeaba, con el otro brazo, un talle esbelto y firme que parecía vibrar. Nos balanceamos. Ensayé unos pasos exploratorios. Trataba de encontrar la sintonía. No hubo necesidad, aquella vibración de su talle se transformó en suave movimiento apenas lo presioné. Hicimos casi un giro completo acompañados por un inigualable solo de bandoneón y cuando di el paso atrás para interrumpirlo, ella se recostó sobre mi pecho copiando, exactamente, la inclinación de mi cuerpo. Sentí una alegría inenarrable. No solo era bella, sino que comprendía el tango, no como una técnica o una exhibición, sino como un sentimiento claro y vívido de entrega aplazada..
El tango es una promesa, un preludio de enamoramiento en suspenso: El abrazo,.el leve y alternativo rozar de los cuerpos, los rostros cercanos, los ojos velados por el ensueño, la dependencia femenina, consentida, no del todo cedida, con el toque de una provocación tan pronto prometedora como retaceada. Todo eso en un marco de música en armonía precisa con las ansias del alma y de la carne. El tango es un coqueteo al límite del , pero no es descarnado, es atracción y seducción con un destello de ternura compartida.
Algunos creen que el tango es un baile, pero es una danza que no es lo mismo. En el baile se ensayan pasos preestablecidos, en la danza el movimiento nace en el momento, en la prístina inspiración en que la pareja descubre un entendimiento, siempre sorprendente, como si las mentes de ambos se hubieran fundido en un solo cuerpo.
Sin que la especulación nos dictara los tiempos, nos movimos por la pista como en un sueño. Una salida, un pívot, un boleo doble, cada corte surgía espontáneo y armonioso. Los demás bailarines abrieron un discreto espacio, el pianista, complacido, nos saludó con una sonrisa y leve movimiento de cabeza. La orquesta se animó. Yo era totalmente feliz.
Danzamos otras piezas con el mismo sentimiento y cuando “la típica” terminó su sesión, la acompañé hasta la mesa. Le di las gracias con el corazón. Ella respondió con un nos veremos que era más que una gentil promesa. La tía me rindió una sonrisa aprobándome.
Con ese espíritu pude soportar todo el tramo de “la característica”. Cuando la orquesta de tango se reinstaló, me dirigí hacia su mesa apenas sonaron los primeros acordes. Le vi la sonrisa en el rostro, mientras comenzaba a ponerse de pié.
Ese fue el momento elegido por un grupo de torpes para iniciar una riña, con un pequeño tumulto de corridas, insultos y empujones, que me interrumpió el paso. Me abrí camino con algunos coscorrones sabiamente distribuidos, pero, cuando llegué a la mesa, la encontré vacía. El escándalo, ya diluido, las había espantado.
Las busqué desesperado por toda la pista y todas las instalaciones del club. No las hallé. Salí a la calle esperando verlas, pero habían desaparecido. Confieso que corrí hacia las esquinas, pero infructuosamente.
Durante meses asistí a todos los bailes de ese club, y otros de los alrededores, mientras la esperanza de reencontrarla moría, dejándome el alma yerma.
Todos mis esfuerzos, buscando a la que ya consideraba mi única compañera, fueron inútiles. Sólo me quedaba, en la memoria, el aroma de su cabello, la firmeza de su cuerpo sobre el mío, la vibración de su talle en mi mano, el rostro de calma belleza y la sonrisa con que me aceptara.
Nunca más bailé. Con ella había danzado mi último tango.



Fin Rosario, 12/02/2006






Texto agregado el 15-02-2006, y leído por 170 visitantes. (1 voto)


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