Era mi cumpleaños pero aún así me pareció extraño que ese hombre, al que sólo había visto una vez cuando caminaba por la montaña, me ofreciera un regalo. Lo acepté por miedo a negarlo y no lo tiré después por curiosidad. El hombre pareció satisfecho de que hubiera aceptado, pensé notar un pequeño destello en su ojo derecho al mismo tiempo que sonreía una sonrisa caracolesca. En todo el encuentro no dijo nada pero entedí todo lo que no dijo. Me pregunto si él pudo leer mis pensamientos porque su rostro dibujaba gestos al ritmo de mis neuronas. Sin estar convencido, agradecí y me retiré, supongo que más rápido de lo normal.
Cuando por fin me atreví a abrir la caja de madera me pareció aún más extraña la situación. En ella se encontraba un muñeco vestido justo como estuve vestido el día que recibí la caja y estoy casi seguro de que traía lo mismo el día que vi al hombre en el parque. El muñeco tenía en su pecho un letrero: META (no es una carrera). Ambas cosas hicieron perder color a mi piel pero al mismo tiempo aumentaron mi deseo de un kibbutz, de cielo, de vida, de olor a ron checo, de sexo y de risa. Reí por una vida.
Abrí el ojo, me sentí como Pancho Villa, no, no, como Doroteo Arango, vi el camino de Texas a Chihuahua. Como atrás de mí sólo había mar, comencé a seguir el camino. Un camino extraño, a veces ancho, a veces angosto, a veces blanco, gris, azul o tutti frutti, en ocasiones giraba y giraba cual caracol hasta que mágicamente volvía a su estado rígido y recto, a veces bajaba y otras subía. Caminé no sé por cuánto tiempo pero llegó el tiempo que lo hacía por inercia, llegó el momento que ya no podía ni ver ni escuchar el mar (no estoy seguro de que alguna vez emitiera algún sonido) y mi único compañero era el camino, la nada y yo mismo.
- ¡Hola! - dije
- ¡Hola! - respondió el loco - ¿Qué te trae por estos mundos?
- El sol que se quemó. - respondí sin pensar - Busco uno nuevo.
- Aquí no hay sol - dijo el loco - sólo hay luz.
- ¿Entonces de dónde viene la luz? - pregunté incrédulo.
- Del alma, del olmo y de Ulm
- Entonces voy a Ulm, porque el olmo no existe y al alma no se llega. - dije - Pero ahí es donde te equivocas, el alma es un destino, tú destino.
El loco corrió volando y desapareció en la nada que tal vez era el todo. Fue entonces que me di cuenta de nada, era un sueño. Quize despertar pero no supe cómo por lo que decidí que sería divertido dormir en un sueño.
Me desperté en otro sueño, era obvio porque me encontraba en un laberinto y en la "vida real" no existen los laberintos sin salida, no sabía cómo pero estaba seguro que éste no tenía salida. Preguntéme si debía dormir de nuevo pero, como no tenía sueño y era feliz de haber salido del todo, decidí explorar el laberinto. - Mantén siempre tu mano derecha en la pared y camina - recordé. Recordé cuando de niño, armado con un lápiz y de una visión privilegiada, vencía los laberintos en algunos segundos. Pensé también en mi familia, en mis padres y mis hermanos, en mi esposa que nunca tuve, en mis hijos que tuvo mi esposa, en mis amigos, pensé también en Ram en la sirena, en la cabeza olmeca, en Njord y en mí.
Regresé al mimso punto en el que había iniciado mi caminata, fácilmente reconocible porque mis huellas eran de un color verde chillante, ese que si no lo recuerdas por el recuerdo, lo haces por el dolor que queda en la parte trasera del ojo. Cerré los ojos ante la amenaza de quedar ciego, era tanto el cansancio que decidí dormir de nuevo.
Abrí el otro ojo, estaba frente a una cueva, que resultó ser la puerta a una ciudad perdida, tiene miles de habitantes, parece pobre pero los habitantes no conocen (o no les importa) la riqueza entonces todo mundo es Robin Hood. Me acerco a uno de ellos y antes de que pudiera hablar me dice
- Bienvenido extranjero, parece confundido
- Siempre
- No en Atenal, nunca en Atenal
- ¿Cómo?
- Así - dijo mientras separaba sus manos que habían siempre estado unidas y las volvía a juntar en su centro de gravedad.
- No comprendo
- Naturalmente, llegaste aquí pero sigues casi muerto
- ¿Y cuándo... - pregunté riéndome - cuándo viviré?
- El día que comprendas que reir y llorar son diferentes sabores de chocolate, que conocer y amar son pintores del renacimiento, el día que entiendas que bendición y maldición, vida y muerte, este sueño y los otros son exáctamente la misma cosa aunque nunca totalmente. Siempre el camino que te dirige a tu muñeco, siempre al lado de la nada, siempre el mar detrás, siempre un laberinto sin salida al menos que sepas volar (o saltar muy alto para caer en el vacío), siempre una ciudad en las que todos somos hermanos y nos acompañamos sin acompañarnos, en la que se calla más de lo que se habla, aún con uno mismo, una ciudad en la que se entiende el mundo a través de uno mismo, porque el mundo es un mundo propio, una ciudad que empieza en mí y otra ciudad que termina en mí y que las palabras son puentes que se rompen al instante, que no se sabe si el nómada puede cruzarlo alguna vez. El día que entiendas que uno más uno es uno más uno es uno más uno es uno más uno es uno más uno...
Sus palabras causaron un efecto hipnótico. Desperté. Abrí el otro ojo. |