Hay historias realmente tristes, pero no todas lo son.
Cuando vio a la beba por primera vez quedó impresionada con la frescura de sus ojos negros, era una niña realmente preciosa. Al principio le pareció loquísima, disfrutaba viéndola jugar en su gran mundo infantil al margen de las lágrimas que a menudo derramaba su mamá. La beba ignoraba las penurias de la nostalgia, el dolor de la soledad... sin embargo, todos temían que en su interior se escondiese la sospecha de que nada estaba bien. Pronto comenzaron a hablarla de la beba.
“¿Te diste cuenta que no habla?, es una movida, no emite sonidos, nada de nada, ni un ruidito. Podías comentarla a su madre a ver que te dice y vemos que se puede hacer. Seguro que a ti te lo cuenta, confía en ti y no se va a sentir incomoda.”
La chica se alejó pensativa, parecía odiar esas situaciones, la violentaba meterse cuando no la invitaban, estaba bien que formara parte de su trabajo, pero no era su forma de trabajar. De pronto recordó que un día la comentó que la beba lloraba por las noches.
Cuando se encaminaba a la sala de encuentros vio a la beba jugando en el suelo, le ofreció lápices de colores, papel y una goma de borrar, la beba la observaba sonriente cuando arrojó a lo lejos la goma, la complicidad comenzó cuando la chica agarró la goma al vuelo y comenzó a esconderla, lanzarla, pasarla de mano en mano en mano, la beba la seguía con ojos sonrientes, su carita brillaba con luz propia. Alzando dos deditos la indicó su edad, la miró solemnemente y dijo “¿Me la das?”. Mil cosas cruzaron la mente de la muchacha al escuchar ese regalo de la beba. Al rato jugaba y reía con otros niños.
Hay historias muy tristes, pero no todas lo son.
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