Como todos los demás, sabía que nació para morir. La única misión en su fugaz vida, era esperar el momento de partir, para nunca jamás volver ni ser recordado.

Era claro que el final se acercaba cada segundo. Tener que presenciar como sus compañeros emprendían uno a uno, un viaje sin regreso, en medio de llamas y dolor, y sentir su penetrante aroma desaparecer en el aire, lo llevaba a cuestionarse el mandato divino que decidía su fatal desenlace, y el porqué de su destino gris: ser devorado por el fuego, quedar reducido a cenizas que se lleva el viento. ¿Por qué la muerte más dolorosa?... Nunca lo supo.

Fue una larga agonía, el tiempo transcurría lento y poco a poco el miedo y la soledad crecían. Recostado contra una esquina sabía que él era siguiente, no quedaba nadie más. Cuando llegó el momento, se podría decir que lo afrontó con valentía. La primera llamarada dolió. Después, mientras se consumía poco a poco en el calor, con un resignado llanto silencioso, y envuelto en su propio olor intoxicante, descansó en paz.

Ese fue el fin del último de mis cigarros.