“...a veces, aún después de la muerte las huellas de aquellas pequeñas laceraciones en nuestra alma perduran y resisten a la implacable acción de lo inevitable... y aún en estas circunstancias se pueden apreciar las más grandes pruebas de fidelidad y amor de las que pueda ser capaz el ser humano incluso teniendo la certeza de no ser correspondido como lo mereciera y es que en muchos temas tan humanos como el amor o el odio, las cosas no se merecen.
Sola en el aeropuerto, a la espera del avión que la llevará al encuentro con su hija la mayor, Calixta Seminario recordaría acompañada de una extraña mezcla de nostalgia con una sensación de leve pero constante dolor, la ocasión en que espió a quien pasara con ella los mejores años de su vida, el respetadísimo Don Adalberto Ximénez Robles, haciendo planes para el futuro que al parecer les era por demás atractivo, con la reciente adquisición de otro barco bolichero con el que podría abastecer los cantidades industriales de pedidos que en Chimbote debía atender. Recordaría como si hubiera sido hace un par de minutos que su extrañado Adalberto decía con gran entusiasmo, creyéndola profundamente dormida, quizás tanto como él lo estaba en sus más profundas cavilaciones en alta voz respecto a su futuro y el de su familia: “Los pedidos serán atendidos y los contratos ya son casi una realidad... de seguir así las cosas, podré comprar aquella casita en Cabo Blanco... aquella hermosa casa la cual servirá al amor de mi vida de reposo y descanso cuando yo no esté, porque una casa en un paraje así de parecido al paraíso sólo puedo dejártela a ti amor mío cuando ya no esté... a ti... me conformo con saber que de vez en cuando, en alguno de los tantos momentos de paz que de seguro te dará Cabo Blanco, consagrarás un minuto a mi recuerdo... eso es todo lo que necesito saber después de muerto; así como ahora tengo la certeza de formar parte de tus sueños...”
La noche del 24 de mayo de hace cinco años, marcaría definitivamente la vida ya triste de Calixta Seminario viuda de Ximénez. Aquella fría noche de invierno limeño, en que acababa de despedir a sus hijos que iban a visitarla y hacerle compañía tanto como podían y como lo hacían desde tres semanas atrás en que su padre, el buen Adalberto Ximénez Robles, murió víctima del maldito, terrible e implacable cáncer. La noche del 24 de mayo, Calixta se sintió nuevamente sola... tristemente feliz porque Adalberto ya debe estar allá en el cielo, porque a ningún otro lugar pudiste ir con lo gran hombre que fuiste. Buscó entre las cosas del añorado esposo para sentirse de algún modo nuevamente en su compañía, respondiendo a la necesidad compulsiva que tenemos los seres humanos a no aceptar las reglas de la vida y a negarnos a comprender que desde que nacemos lo único seguro que tenemos es que la muerte siempre intransigente vendrá por nosotros. Grande fue su sorpresa cuando encontró en la caja en la que Don Adalberto guardaba las fotografías y demás recuerdos que para él tenían una trascendental importancia sentimental, un sobre en blanco dentro del cual se encontraba un grueso con folios escritos a puño y letra en el cual dejaba su testamento, con lo cual se iba a poner orden respecto de lo que a cada uno le correspondería de la cuantiosa herencia de Don Adalberto; Calixta soltó una más de tantas lágrimas que hasta el momento había dejado escapar, porque mi querido Adalberto, hasta en esto pensaste y ni siquiera este dolor de cabeza nos lo permitiste... un gran hombre... lo único malo que hiciste fue morirte.
Doña Calixta luego de leerlo, hizo los trámites del caso para protocolizar el testamento ológrafo que había encontrado y cumplió a cabalidad la voluntad del correcto Don Adalberto Ximénez Robles, por lo que a la actualidad, debido a la liquidación de gananciales, Doña Calixta Seminario viuda de Ximénez es dueña de las tres casas ubicadas en la Urb. Rinconada del Lago y de los dos departamentos ubicados en San Borja; además, de acuerdo con la voluntad del siempre bien ponderado Don Adalberto, Doña Calixta y sus hijos Christina y Felipe Ximénez Seminario, son los propietarios de la empresa pesquera ubicada en Chimbote.
Estando a punto de abordar el avión que la llevará al encuentro de su hija la mayor, la preciosa Christina, Doña Calixta recordó todo ello y lo bien que económicamente los había dejado el respetado Don Adalberto, lástima que la casa de Cabo Blanco se esté deteriorando tanto por el descuido y por estar deshabitada, ya que según el testamento ológrafo del impredecible Don Adalberto Ximénez Robles, la casa de Cabo Blanco la dejaba a su prima Carlota Robles Gamarra, con quien a la altura de los 16 inviernos vividos, tuviera una casi desconocida relación amorosa... pero al parecer duradera en los impropios e íntimos recodos de su alma; prima a la cual nadie pudo ubicar para que tome posesión de dicha casa.
Ya en el avión y presa de sus recuerdos tristemente amargos en los brazos de los reproches póstumos, Doña Calixta pone punto final a su pena por aquella hermosa casa, sintiendo que lo que le estaba ocurriendo a esa casa era lo más justo que le podía ocurrir a la representación tangible de una gran mentira de toda una vida, porque en el fondo la verdad es que siempre estuve a tu lado, miserable Adalberto, pero nunca en tu corazón y eso no se le hace a una mujer, estúpido Adalberto Ximénez Robles...” |