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EL SACRISTÁN

Asumió su papel como tantas veces; aunque cuerpo y alma no estuviesen de acuerdo. Bueno, el alma o esa abstracción en la que los sentimientos infantiles pintaban de blanco y en forma de paloma. Ese lugar íntimo en el que reina la conciencia, lo empírico, lo espiritual, lo metafísico…
Equilibrio inquietante y frío que siempre se desbarata y en el que acaba por ceder el más débil, o el más fuerte, según se mire.
Los perfumes de la sacristía a madera antigua, a telas viejas, a velones de cera, a vino dulce de consagrar y a dinero en monedas traídas de los bolsillos de los feligreses en las cestillas de mimbre, le envolvieron y le inundaron las pituitarias.
Al acariciar el alba de lino, recién planchada, una imagen, huida de algún rincón de la mente, cobró vida en sus retinas internas. Sería el reflejo condicionado del tacto de la tela blanca y la piel caliente.
Los ojos volaron al crucifijo en la pared. Ni pensó, buscó otro reflejo condicionado y lo obtuvo.
El sacristán rumiaba palabras sin esperar respuestas, ni siquiera miradas. Se le hacía imposible aguantar el silencio, los recuerdos le empujaban a hablar sin parar, aunque fueran insustancialidades.
El cura lo sabía y le regalaba algún “¡Vaya!” o algún “No me digas” mientras se ponía delante para que besara la estola o el cíngulo que ceñía el alba.
Salió a confesar. Pocas mujeres.
La luz de la mañana entraba filtrada de colores azules, rojos y amarillos por el rosetón del frontispicio, al rebotar en el suelo de mármol se expandía por el centro de la iglesia en forma de neblina luminiscente, de manera que todo quedaba en penumbra, incluso las que se iban a confesar.
La última mujer se arrodilló frente al sacerdote, por la parte en que se confiesan los hombres. El sacerdote se inclinó hacia ella en ademán de indicarle que debía ponerse en una ventana lateral con rejilla, como el resto de mujeres. Se creó una situación tensa, pues la mujer se mantenía en su lugar mirando directamente los ojos del párroco. Este se quedó inmóvil como presa que se hace la muerta para evitar ser atacada. Fue inútil, las manos y los brazos se descolgaron sigilosos como dos pitones, se posaron uno en cada pierna y rastrearon los volúmenes que escondían la sotana y el alba.
A estas alturas, el pequeño cubículo se había llenado literalmente del perfume de la recién llegada, lo que aturdía más si cabe al paralizado padre.
Desabotonaba con destreza inusitada la larga hilera de botones con una sola mano, mientras con la otra le agarraba de la pechera atrayéndolo hacia su boca entreabierta.
La seductora hembra comenzó a hablar en voz baja una especie de letanía que no entendía en absoluto, pero incesante.
Un meneo más violento desde la ropa de su pecho, quizás de su estola, le hizo recobrar el sentido, mientras escuchaba al sacristán murmurar por lo bajo: “Ya son varias veces que se duerme en el confesionario, padre, y en esta le he tenido que quitar las manos de debajo del alba, que no sé qué se estaría tocando. Claro, desayuna mucho y le entra sueño, pero un día le van a dar un susto, seguro. Pues no conozco a poca gente que disfrutaría gastándole una broma. Hubo una vez un párroco que, el pobre, no tenía mucha gracia cantando en la misa gregoriana. Al darse cuenta los mozos, fueron a cantarle bajo la ventana una madrugada en las fiestas:



Para entonarse en la iglesia
y cantar como los ángeles
las gárgaras de magnesia
y los huevos de González

Bébase solo las claras
no sea que se atragante
y se le queden las yemas
atrancás en el gaznate



A estas alturas de runruneo, indescifrable al oído humano, que, por supuesto, continuaba aún sin interlocutor, el de la sotana caminaba azorado hacia la sacristía, alegrándose de la diarrea mental verbalizada de su ayudante.






Texto agregado el 13-02-2006, y leído por 390 visitantes. (12 votos)


Lectores Opinan
08-04-2006 El hoy controvertido Sacramento de la confesión tratado con luces que se prenden y apagan. Bien tratado, dificil hacerlo sin tomar partido. Mis 5 * alfeiran22
28-02-2006 Entre el sacristán y el cura anda el juego. Cuando leí "al acariciar el alba de lino..." tuve que hacer un esfuerzo, yo a veces también padezco de "diarrea mental" y me creí que te referías a la "madrugada". azulada
20-02-2006 Que calidad, puro talento y gotas de humorística elegancia LAPLUMA
20-02-2006 Que original tú relato. Disfruté mucho al leerlo . purpurinagirl
19-02-2006 "A estas alturas de runruneo, indescifrable al oído humano, que, por supuesto, continuaba aún sin interlocutor, el de la sotana caminaba azorado hacia la sacristía, alegrándose de la diarrea mental verbalizada de su ayudante." Creo que este último párrafo resume todo lo que has querido contar y transmitir en este cuento. Lo has logrado, enhorabuena. Claraluz
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