Aquella noche Utiq caminaba por una callezuela desolada y atiborrada de basura, obligado por su obsesiva compulsión de no tomar siempre el mismo rumbo para volver a casa. Su distendido andar era más adecuado para un paseo por una bella alameda, que para ese trecho endemoniado. Mientras su mente se ocupaba de los acontecimientos insignificantes de su ajetreado día de trabajo, y sus pasos estaban a punto de sacarlo del jirón infernal, una luz verde, intensa y deslumbradora, llamó su atención. Se acercó al objeto que motivaba su curiosidad, el cuerpo que despedía aquel destello era pequeño, no mayor al diámetro de una lenteja, era difícil observarlo claramente, por la poca iluminación de la calle y los trozos de plástico y papel que lo rodeaban. Vio a uno y otro lado, como cuando se está apunto de recoger un billete en la calle y no se quiere pasar la vergüenza de que el dueño nos pille en esa deshonrosa acción, se agachó y cogió el cuerpo brillante, revelándosele una supuesta nueva forma, larga y delgada como un trozo de salchicha. Algo confundido buscó un lugar más iluminado, volteó la esquina y se paró a la luz de un farol eléctrico, su sorpresa fue grande, al comprobar de lo que se trataba, era un hermoso anillo coronado por una piedra verdosa, todavía atrapado en el dedo chamuscado y costrificado de su amo. Metió los extraños objetos en su bolsillo, como si se tratara de un acto reflejo, y se mantuvo tranquilo. Pensó aceleradamente: debe ser una broma, un artificio para engañarme, el supuesto dedo sólo debe ser un juguete; y sino es eso ¿qué haré? Ir a la policía, claro, eso debo hacer; puedo tener la evidencia de un asesinato o de una mutilación. Decidió ir, finalmente, a su casa y tomar la decisión al inspeccionar detenidamente lo encontrado. Llegó, abrió la puerta y prendió las luces para ver mejor el dedo y el anillo, al comprobar que ambos eran reales, se aterró, pero sin desespero ¡Ya está iré a denunciar el hecho ahora mismo! De pronto, y como había sucedido antes, el encantador fulgor de la esmeralda lo atrajo irremediablemente, se quedó mirándola, pasmado por esa luz que lo envolvía como una suave ola fosforescente. Mañana, pensó, iré mañana, sereno y descansado a poner al tanto de mi descubrimiento a la policía. Abrió el cajón de su mesita de noche y metió los dos objetos, como quién guarda un calcetín. Y tras un tenue suspiro de incomprensible alivio se acostó en la cama logrando dormirse con facilidad.
Ahí en ese espacio nebuloso llamado sueño, donde el inconsciente invade la mente con su torrente de imágenes y recuerdos fallidos; fue perseguido por un espectro, un malvado fantasma, tal vez. Corrió para no ser alcanzado, con el latente presentimiento de que si fuera alcanzado sería despojado de algo valioso ¿Su vida? No, no era eso ¿El dedo? Por supuesto, el penumbroso ser exigía aquella parte de su cuerpo. No, pero no era eso tampoco. Tropezó, y mientras era zarandeado por la sombra demoníaca, supo lo que ella quería: El anillo y específicamente la piedra preciosa que la adornaba. Ese delicioso resplandor que surgía de sus entrañas, que le había proporcionado una calma suave y dulce, tan parecida a la felicidad, era el ente en disputa. Despertó presuroso, porque sabía que era la única manera de evitar los embistes de su rival. Se levantó y abrió el cajón donde había guardado la preciosa gema, y ahí estaba, hermosa y destellante; sin embargo, el dedo desapareció. Hizo el amago de buscarlo. Debió ser sólo el producto de mi imaginación desbordada, pensó, y ya no se ocupó más del asunto. Lo importante para él era el anillo, la esmeralda, y su envolvente efecto. Cogió el anillo, y esté se calentó y titiló en sus manos, imponiéndole la imperiosa necesidad de colocárselo. Así lo hizo y le nació el deseo de salir a la calle para mostrarles a todos su valioso tesoro, como quién pasea por la urbe con una hermosísima novia. Salió de su casa dejando la puerta abierta, ya que teniendo la posesión más apreciable, no interesa nada. Al dar sus primeros pasos en el exterior, el pecho se le lleno de una alegría ideal, melosa y ardiente, al observar obnubilado el resplandor de la piedra y la perfección con que calzaba el anillo en su dedo. Se escuchó un grito: ¡Cuidado! Se oyó el claxon de un vehículo. El chirriar del freno. El crujir de huesos y el desgarramiento de la piel. Habían atropellado a Utiq. Las personas se amontonaron alrededor del cadáver horriblemente deformado; mientras que a algunos metros de los hechos un dedo cercenado de forma inexplicable rodaba para ocultarse en unos arbustos, a la espera de ser encontrado por alguien que aprecie el gran valor de una esmeralda.
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