Ella estaba sentada frente al agonizante sol de las seis. Sus piernas entre abiertas dejaban ver los rastros de sus amantes nocturnos, mientras sus ojos seguían complacidos e inhabitados. Su pelo daba vueltas sobre él y se encendía con el rojizo del sol de la tarde. Pensando en quien se fué, se quedó allí hasta la llegada de la noche y partío sin darse cuenta que su pañuelo descolgo de su bolsillo y se refugió en el suelo cansado de tantas lagrimas. Yo estaba cerca, desde la ventana de mi cuarto la observaba mientras sacaba las manos de mi pantalon humedas de tanto ensueño.
Cada tarde la esperaba y con ella aunque de lejos, admirabamos el artista sol mientras pintaba el firmamento solo para nosotros dos. La desnudaba con mis ojos, la metía entre mis sabanas y la poseía, pero ella siempre tan callada, tan serena tan ajena, tanto asi que me dolía.
Asi fué, hasta el día en el que no volvió. yo seguía soñandola y ella seguía sin volver que hasta llegue a pensar que el sol no volvería tampoco. Todas las noches se me llenaron de ella, recorría sus senos aventureros y me incluía en su porvenir pero ni el ensueño, ni la noche, ni la luna, ni la tarde me la devolvieron. Ella solo se fué y aunque me dejó el paisaje y su pañuelo nunca la volví a ver.
Ella se llamaba patria.