Entre boinas y frutos secos se volvieron a conocer. Había olor a tierra mojada y a cosecha de año nuevo: prometedora, fresca, pura y renovada.
Habían ríos de claveles: corrientes blancas para él, corrientes rojas para ella. Jardín de orquestas a Do mayor, sin miedo de la altura y del porvenir alado que se les concedió.
Se miraron atentamente: alba de tierra y alba de cielo; siempre alba: temprano, antes de tiempo, con el ayer impregnado en la pupila. Con el mismo campo de siempre, el de antes, con colinas de acuarela vivaz y telas simples, caminatas de lunas cantantes, brisa cálida en el rostro y amor tejido con doble nudo.
La emoción iba al compás del vals amanecido, con sabor a naranja recién cortada: de gajos dados de boca a boca, de murmullos del sol filtrado por la ventana, de hojas que vuelven a crecer, de fruta que vuelve a nacer, de árbol que nunca cae y de mirada sostenida.
Prepararon sus flechas y sus arcos. Dispararon. Y directo en el blanco. Flechazo perfecto en el primer roce. Con tacto mutuo de palma abierta, con líneas de vida sutil y destino navegable en aguas tranquilas. Con tripulación única y mapas estrellados. A dirección continúa de felicidad eterna en la veleta de la rosa de los vientos. Sin números exactos y sin bitácoras que cumplir, sólo con el acariciar de las ramas del sauce llorón, que realmente sonríe, y con el suspiro adormecido de alta mar.
Cuando terminó la melodía, comenzaron a bailar otra pieza. Y cuando un recuerdo llamó a la puerta, se sentaron en una banca, a la sombra de las parras, abrieron su libro y leyeron todo lo que habían dejado. Sonrieron ante las bromas y se felicitaron por sus hazañas. Se deshicieron de las penas y celebraron las alegrías. Recortaron las derrotas y sembraron los triunfos. La música volvió a sonar, y siguieron bailando al ritmo de los acordes fugitivos, mientras marcaban la página de la generación futura y los tiempos nuevos.
Lamentablemente no pude continuar con mi seguimiento, ellos volaban y yo a duras penas trataba de seguir corriendo. Pero mientras mis pasos se inventaban otra ruta, vi las velas de su barco izarse más alto y oí sus risas camufladas en el viento matutino, entre burbujas de azúcar y esencias amarillas...
[[En memoria de Lidia Rojas y Pedro López]]
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