Cuando oí por primera vez hablar de este episodio puse en duda que realmente hubiera ocurrido. La ignorancia nos hace incrédulos; sólo creemos lo que podemos comprender y comprendemos sólo lo que guarda similitud con nuestro reducido universo.
Aunque me ofrecieron las dos versiones, ni la capacidad de narración de cada uno de ellos ni el modo en que se produjo su confidencia son iguales, por lo que, seguramente, mi relato no será imparcial.
Parece que el desencadenante de lo que luego sucedió fue una actitud de ella que hizo que él dudara de su rendición completa. Le había repetido a lo largo de los últimos meses que conseguiría someterla y, a pesar de que creía haber obtenido grandes avances, aquella noche, sentados a la barra de un piano bar, ella volvió a mostrarse "excesivamente autónoma"; llegó incluso a atraer las miradas de todos los hombres del local, bailando sola, insinuante, junto al piano.
Él se enfureció. Cuando regresó a su lado, la recibió rodeándole el cuello con las manos. Algo que empezó en una caricia y en unos segundos se convirtió en una presión insoportable. Ella le miró desafiante a los ojos y él la soltó de inmediato; le dijo que se iban de allí, que la llevaría a otro lugar: "allí le enseñarían lo que no había querido aprender".
Estaban en una ciudad costera. La llevó a un barrio cercano al puerto. Callejeando, llegaron a lo que a ella le pareció una casa cerrada, pero con una puerta distinta a las de las viviendas; tampoco parecía un pub, no salía ninguna luz por las ventanas.
Le había preguntado varias veces a dónde la llevaba y él sólo había salido de su mutismo para repetir que allí iba a aprender a comportarse.
Llamó a la puerta. Salió a abrir un individuo con aspecto de camarero. Él introdujo la cabeza por el hueco de la puerta y habló con el supuesto camarero, sin que ella pudiera oir qué decían.
Después de unos momentos, el individuo les franqueó la entrada a una especie de hall con una luz muy tenue. A partir de ahí, él la condujo a una sala que hubiera parecido la de un pub convencional, salvo por dos detalles: la escasísima luz y las imágenes que podían verse en la pantalla del televisor que había situado en una esquina, que mostraban planos interminables de una felación.
No había nadie más en la sala. El camarero les trajo unas bebidas. Él salió varias veces, dejándola sola. Su mutismo, el entorno y el exceso de alcohol, hacían que se sintiera amenazada.Toda su seguridad, su actitud provocadora de unos momentos antes se vinieron abajo de golpe. Se sentía atemorizada y sola. Pensó en salir corriendo, buscar un taxi y volver a casa, pero recordó que no le iba a resultar fácil salir de allí sola.
Cuando él volvió, le pidió que se fueran, que la sacara de allí. A pesar de la penumbra pudo ver cómo le relampaguearon los ojos cuando le contestó con un escueto y sordo no.
Sintió un nudo en la garganta y que las lágrimas empezaban a correr por su cara. Nunca se había sentido tan abandonada. Nunca le había sentido tan inalcanzable.
Le trajeron otra copa y otra. Bebió y lloró en aquella sala, durante un tiempo interminable, con la única compañía de la televisión que seguía ofreciendo imágenes de una boca que succionaba un pene erecto.
Luego, apareció él acompañado del camarero. Le dió la mano para que se levantara, la cogió por la cintura y, sin decirle nada, la llevó a través de varios pasillos hasta una habitación, más iluminada, con las paredes cubiertas de espejos y con una cama inmensa, redonda, en el centro.
En una esquina de la habitación, de pie, había una pareja hablando en voz baja. No se dirigieron la palabra. Él se sentó en una silla junto a la cama y le dijo a ella que se tumbara.
Se tumbó. Las luces del techo empezaron a girar. Seguía llorando.
Sin que ella supiera cómo, apareció junto a la cama un muchacho. No tendría más de veinticinco años. Se arrodilló junto a ella y empezó a subirle la falda, suavemente.
En ese momento comprendió en qué consistía el aprendizaje que él le había anunciado. Se incorporó a medias, para buscarle, para pedirle con la mirada que hiciera algo para impedir que aquello continuara. Él seguía sentado, mirando con una sonrisa indescriptible cómo el muchacho, con un único gesto, acariciaba sus muslos y le subía la falda lentamente.
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