Natalia
Te miras en el espejo y sientes como la luna le ha prestado un cierto aire de misterio a tu cuello. Sales a caminar por la ciudad a oscuras en la que los demonios saltan por las esquinas. Los faroles respiran entrecortados en un rito de muerte, de noche hecha piedra en el silencio de la sangre. Natalia, tu no le tienes miedo a la noche, tienes miedo a que nadie te distraiga en la contemplación del infierno. Por eso cuando estás sola y el espejo te tienta a mirar en la parte más oscura de la sílice, prefieres salir a la calle aunque sean las tres de la mañana como ahora para buscar en algún rincón lo que sea que te permita olvidarte un poco de Natalia y su soledad instaurada en la piel.
Mirá como la bruma baja poco a poco por el callejón de piedras iluminadas y no queda nada para nadie en este silencio espeso bañado de dolor. Este dolor que no es el tuyo, el tuyo viene de otras lunas, otros paisajes, cuando te bañabas desnuda en ese mar caprichoso que se aporreaba triste sobre arenas viejas, para después subir hacia Aguamal, tu pueblo de casas de caña hueca, de olor a pescado y salmuera, dibujado sobre una colina medio dormido y medio despierto tu pequeño pueblo. Subías a tomar cerveza helada con el viejo Mateo que entre sus arrugas y su pantalón de pana remendado siempre tenía una historia enterrada de peces gigantes y tiburones dormidos para regalarte. Te gustaba pensar en esas arenas que una vez fueron roca y que alguna vez serán espejo, cómo el que ahora te tortura cada noche. Fue en ese mar oscuro que lo descubriste mientras te mirabas en el reflejo de las aguas y desde entonces nunca más nada fue lo mismo. Todo en ti cambió desde aquella primera vez que viste al diablo.
La noche se ha puesto triste, el viento helado se filtra por las rendijas que deja tu chompa guinda, te hiela primero la piel, luego de a poco se mete en tu sangre y se acomoda entre tus huesos provocándote una especie de parálisis, y ya no puedes moverte Natalia te quedas en blanco mientras esperas que los primeros rayos del sol te salven de esta fría y triste noche que envuelve la ciudad con sus harapos. Esta que no es tu ciudad pero cada vez te aprisiona más, la sientes asfixiarte con su aire helado que nada tiene que ver con la brisa de tu playa lejana.
Que manera de extrañar las palmeras Natalia. Que manera de extrañar el calor subiéndote por el cuerpo mientras la marea se llevaba el agua después de jugar con tus pies descalzos Pero esa noche, esa maldita noche en que te bañabas y lo viste por primera vez, el miedo no te dejó otra salida que escapar. Habías visto la sonrisa del diablo, esa sonrisa que ahora estaba en todas partes, esa sonrisa obscena, como dibujada con lápiz labial ordinario, esa sonrisa macabra y obscena que sigue dándote vueltas por la mente hagas lo que hagas.
De nada ha servido que abandones tu arena, tu playa y tu gente, que dejes al viejo Mateo con las lágrimas de tu partida mojándole el rostro. De nada ha servido el subir a este sitio frío, a esta ciudad embrujada por fantasmas de altura. De nada sirve tu cuarto oscuro y el que vivas escapando, porque el diablo se ha venido aquí contigo y se filtra en tu espejo, en tus sueños y en tu mente. Porque el diablo ese con su sonrisa macara y obscena, ese que no deja dormir y te provoca fiebres, no se quedo allá en la playa.
Mientras la mañana comienza a nacer en medio de la llovizna, vuelves a tu cuarto cansada y sin ganas para nada, haces rechinar la puerta, después el piso de machimbre, tomas una toalla para secarte los cabellos y te acercas al espejo. Mientras me miras en él te das cuenta de todo, que el diablo soy yo, que te hablo todo el tiempo, que no puedes escapar porque estoy dentro de ti, que en el fondo el diablo también eres vos porque vos y yo en realidad somos lo mismo, mi dulce y querida Natalia.
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