La ciudad era un infierno aquella tarde de invierno.La gente dormía en sus casas y yo,como cada noche por aquellas horas, regresaba del trabajo. Apenas cuatro o cinco coches se cruzaron en mi camino hasta que llegué a Rosow Street, en donde al fondo de un callejón divisé a dos jóvenes heroinómanos metiéndose porquería en la sangre. Toda mi vida iva bien hasta aquella noche, tenía una mujer, y una pequeña hija, trabajaba para el Departamento de la Policía de Nueva Gujans, y tenía una lujosa casa a las afueras de Melrow`s .
Cuando salí del coche, la fría noche se chocó de frente contra mi cara, despertando en mí mis mas desconocidos y temidos momentos de agresividad. Abrí el maletero del coche sin ninguna prisa, saqué el gatillo, los yonquis ya ivan a largarse del callejón, pero me apresuré a acercarme a ellos, me vieron con el gatillo pero no parecieron asustarse, seguramente porque estaban ya muy colocados, en otra onda, como solía decirme mi mujer que yo estaba.
Me puse cara a cara y llegó el momento que nunca debió suceder :
- Oye perdonar, ¿Tenéis tabaco?
- No tio, déjanos.
-¿Y ese paquete que llevas en el bolsillo?
-A si, toma pa`ti.
Volví al coche, me agaché, y arreglé el pinchazo.
Desde aquella noche mi vida giró en torno a los cigarros, dejé de ir al trabajo para quedarme en casa en el salón viendo la tele mientras me fumaba cuatro cartones diarios, un pitillo detrás de otro, de pronto el mundo dejó de tener sentido, y con él la comida. Así que, como quien no quiere la cosa, también dejé de comer. Mi mujer non soportaba mas esta terrible situación y la niña tenía asma a causa del humo. Una mañana cualquiera me levanté y comprobé con mis propios ojos la terrible tragedia que había cometido la noche anterior por causa del tabaco.
Fuí al servicio y me miré al espejo,como todas las mañanas me apené de mí mismo al mirarme en él, después no me lavé ni me afeité, recuerdo que tenía barba de seis meses, los seis meses que llevaba en casa sin salir ni ver la luz solar. Un dulce olor a gatuño decoraba gustosamente la casa.
Salí del baño y bajé las escaleras de madera que llevaban al piso de abajo.Bueno en realidad no las bajé, sino que ellas me bajaron a mí. Al pisar el segundo escalón se destrozó un aguante y caí rodando hasta el piso inferior. En aquel momento me acordé de porqué aquella puñetera baranda se había destrozado. Mi mujer me había dicho dos noches antes que llamara a algún albañil para hacer reformas, pero yo, tan obsesionado con el tabaco no le hice el mínimo caso, y asi pasó lo que pasó.
Pero esa no era la tragedia.Lo peor estaba aún por llegar. Con paso firme me dirigí hasta la cocina y me caí cuatro veces por el pasillo ya que me había destrozado una rodilla e intentaba andar como si nada pasara. Encendí un cigarro, me asomé por la puerta de la cocina, y ví la desgracia, lo peor que me había pasado en la vida, era realmente terrible. Cuando lo ví, sentí como si mil mazazos me hubieran dado en la cabeza, como si me hubiera puesto a hacer surf con la lava de un volcán, mis ojos se pusieron como platos al comprobar que mi mujer había traído a su madre a casa.
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