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Todos estaban de acuerdo en que Raúl Porras era un hijo de puta. Disfrutaba del dolor ajeno y fue él el primero en reventarme los huevos. Se alucinaba un dios, la última cagada del mundo. Ignoraba por completo que era aquel, el mismo mundo quien hablaba y odiaba a espaldas suyas.
Fue Mauro Ibringas el primero que habló. "¿Vieron a Porras en clase? Un cabro de mierda", dijo a la hora del recreo un jueves, "Que Porras me chupe las bolas." Entonces yo opinaba lo mismo. Tal vez porque Porras me había cagado el día en otras ocaciones, tal vez por estar de lado de Mauro Ibringas. "Pero yo sé algo", siguió él, "Yo sé algo para cagarlo a ese hijo de puta."
El tío de Ibringas era policía. Sabía cosas, cosas que la gente normal no sabe. "Tienen un secreto, un secreto grande", dijo Mauro, "pero no sé de qué se trata, todavía." El tío de Mauro sabía algo sobre la familia de Raúl Porras, algo que no le decía porque de saberlo lo miraría con "malos ojos". Tendría que esperar al último año para saberlo, para que lo cuente y lo sepamos todos. Tendríamos que esperar al último año para no volver a ver la cara de sapo de Raúl Porras.

Fue en el cuarto año cuando sucedió. Dionisio Ríos y Ángel Huertas fueron los que llevaron la pintura. No sé cómo terminé en el baño con las manos cubiertas por un color rojo intenso, pero lo cierto era que los más imbéciles- irónicamente, los más populares- celebrarían las groserías escritas en la pared. Escondimos los tarros en una de las cabinas de las tazas, nos lavamos las manos y mis compañeros abandonaron la escena del crimen. Yo me demoré porque quería limpiarme una mancha del pantalón. El profesor Galdós entró.
El profesor Enrique Galdós llevaba veinte años en el colegio y conocía quizás demasiado bien a los estudiantes. Cuando me miró a los ojos pudo ver un rezago de culpa en alguna de mis pupilas. Pero- estoy seguro- fue la mancha en mi uniforme la que me tracionó del todo. Sin embargo, en el preciso instante en que el maestro iba a abrir la boca, la misma puerta detrás de la cual habíamos escondido los envases de pintura se abrió: era Raúl Porras, con las dos manos cubiertas por pintura roja.

Nunca supe por qué lo hizo. "Ríos y Huertas son unos cagones", fue lo único que dijo cuando le pregunté. Pero, después de eso, por alguna extraña razón que jamás pude entender, Raúl Porras se convirtió en algo más que el primer ser humano que me pateó las pelotas. No sé si llamarlo amigo, de verdad no lo sé; lo único que sé con certeza es que él significó más para mí que nadie más en todo el colegio, significó más incluso que Ríos y Huertas. Después del incidente del baño, hablábamos en los recreos y no me molestaba el acompañarlo a su casa, terminadas las clases. Una vez me invitó a almorzar. Sólo vivía con su abuela y sus hermanos, eso lo sabía; lo que no sabía era que su abuela era una mujer de verdad admirable, y que sus hermanos eran de algún u otro modo, graciosos. Pero Raúl Porras no era el mismo en su casa. Era como si, al cruzar la puerta de su casa, fuera liberado de algún demonio desconocido. Pensé que yo también me estaba liberando de ese demonio.

El quinto año acabó sin ninguna novedad. La graduación duró dos horas. Terminado aquello, los convocados estábamos destinados a formar un círculo en medio del patio, y Mauro Ibringas revelaría el secreto que él ya sabía, un secreto que tenía que ver todo con Raúl Porras. Fui el primero en llegar. Luego, uno a uno fueron apareciendo los demás. Entonces Mauro Ibringas iba a hablar, pero algo pasó que no pude entender. Todos a mi alrededor, seguían igual, ansiosos, dispuestos a escuchar un rumor de mierda sobre alguien que no conocían en verdad, dispuestos a nada. ¡Pobres diablos!
Retrocedí un poco. Luego, di media vuelta. "¿Adónde vas, Cano?, preguntó Ibringas detrás de mí, "¿A chuparle las bolas a Porras?" No respondí. No me interesaba decirle nada a Mauro Ibringas: era un pobre imbécil más.
-Cano- oí entre las voces que se alborotaban en mi cabeza. Creí que era Ibringas. Continué caminando-. Cano, ¿adónde vas?
De pronto, reconocí quién hablaba. "Porras", me volví, "¿Qué pasa?" Me miró con sus ojos, tímido, una parte de él que sólo conocí en los últimos años. "¿Adónde vas?", repitió. "No sé, a buscar unas putas para celebrar". Sólo se rió. "Cano, tú todavía no estás para eso". Levanté una ceja. "¿Tú sí?" Me miró riendo: "Claro, Cano, claro".
Reímos los dos. Seguimos caminando hacia la salida. Seguimos caminando en la oscuridad, solo escuchando nuestras risas.

Texto agregado el 10-02-2006, y leído por 238 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
06-03-2006 me quede con las ganas de saber pero....muy bueno***** eslavida
28-02-2006 Raúl Porras fue un gran maestro.Así lo dicen sus distinguidos discípulos.Yo admiro y respeto a Raúl Porras (q.e.p.d)*****Un abrazo lengua_de_puma
10-02-2006 Ta mares cuñaos , siempre me dejas esperando que miercoles van a decir de ese h d p de Porras ... Excelente. alvan
 
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