CAUTA
Hasta que despertó asqueada por el olor a tinto y un retorcijón. Buscó su bata entre el desorden y la vistió iniciando un viajecito de reconocimiento por el pasillo. Para su sorpresa un pantalón yacía tirado sobre la mesa del comedor a la vez que una botella de vino manchaba el parqué. Así que ansiosa fue a la cocina encontrando a su antigua pasión en un renovado compromiso, sellado la noche anterior debajo de las sábanas, cocinando huevos revueltos.
Mientras esperaba el desayuno, atenta a las segundas oportunidades, se engolosinó con una esperanza. Entonces entró al cuarto con la bandeja y dos tazas de café, pan tostado y huevos con jamón. Ocurrió otro reencuentro de labios con recuerdo, presente y una noche previa a medias; e interrumpiendo sus cucharadas calientes rieron, se mencionó un te extrañé y repentinamente el uno estuvo en la otra. Y derramando café en la alfombra se corrigieron meses de frustración como antes o incluso mejor, y dieron cuenta que el cuerpo tenía memoria. Se rozaron y confundieron en la tibieza recreándose en formas conocidas y otras experimentales. De pronto, previo al ardor de la fricción, ocurrió la encrucijada que despedía fosforescencias hasta llegar a la cima, ¡la muy próxima cima, alta, preciosa y húmedos, ahí como era antes! Pero con una leve diferencia: a ella le parecían los mismos colores pardos de sus ojos, pero ya la mirada no la envolvía ni la hacía parte de ello. Gélidos.
Y a destiempo, acabaron.
Él bajó callado a comprar algo para el almuerzo, si es que encontraba algo abierto a esa hora, mientras ella se quitaba una sensación salobre bajo la ducha. Las tazas aún estaban tiradas en la alfombra y tenía que pensar en alguna manera de quitar la suciedad (sin olvidar la mancha de vino en el parqué); además de comprar otra escobilla para sacar la grasa de la paila, como también recoger los platillos rotos debajo de la cama porque le había parecido escuchar tronar algo. Y qué bruta..., pensó, pues se había ido sin pedirle un lavalozas... y también un buen jabón.... |