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El Extraño Caso Martín Ramírez


El tránsito era un caos, como cualquier otro medio día de miércoles hábil en la capital federal. Para colmo el calor estaba apretando, cosa no muy común en Buenos Aires a mediados del mes de Marzo.
En la esquina de Tacuarí y Av. De Mayo, el semáforo me tiró con bronca su rojo contra el parabrisas y, malhumorado, tuve que frenar.
Mientras esperaba que la luz cambiara a verde observé al otro lado de la avenida algo muy curioso que llamó mi atención. Un hombre joven vestido con ropas de época caminaba de manera imprecisa y vacilante topándose con cuanto buzón, poste, o persona encontraba a su paso. Él miraba en todas direcciones como buscando algo y a veces tocaba asombrado algunos objetos como un basurero o un cartel que se encontraban a su alcance. Por momentos se detenía y caminaba un poco en sentido contrario solo para detenerse nuevamente a los pocos segundos y volver sobre sus pasos. Lo más extraño del asunto es que nadie parecía notarlo. No le prestaban la más mínima atención.
La brillante luz verde me sonrió desde lo alto del semáforo.
Crucé la avenida sin quitarle los ojos de encima a este raro personaje, pensando: ¡qué locura la de esta ciudad! ¿Cómo pueden no notarlo? Antes que desapareciera de mi vista, oculto tras el enorme edificio cuya sombra me cubrió al atravesar la avenida, vi que el joven llegaba a la esquina contraria. Yo supuse que este seria parte de alguna compañía teatral que estaría poniendo en escena alguna obra cuya acción transcurría en el siglo XIX.
Conduje derecho por la misma calle dos cuadras más, hasta llegar cerca de un viejo bar que está en la esquina de Tacuarí y Tte. Gral. Perón, donde debía reunirme con un posible cliente para presentarle unos diseños. Estacioné a unos treinta metros del bar, tomé una carpeta de muestras que llevaba conmigo y bajé del auto. Caminé sin apuro hasta llegar a mi destino y entré, ocupando una mesa junto a los grandes ventanales de vidrio que dan hacia la calle.
Un mozo entrado en años, de muy buen humor me preguntó:
- ¿Que va a servirse? –
- Una hamburguesa al plato –
- ¿Algo para beber?-
- Gaseosa de lima limón por favor.
- Como no, enseguida estoy con usted - dijo el mozo mientras partía a paso veloz rumbo a la cocina.
Miré la hora; faltaban veinticinco minutos para las 14 así que pensé - tengo casi media hora antes que aparezca Valverde-.
Respiré profundo y trate de distenderme.
Afuera, la gente se auto imponía ese ritmo de vida incesante, vertiginoso, característica general de las grandes orbes y particular de las ulceras gástricas y el envejecimiento prematuro. Comenzaba yo a hilvanar una reflexión acerca del objetivo de tanta carrera hacia ningún lado cuando apareció una mujer trayendo mi almuerzo. Sin remordimientos resigné la filosofía bajo el imperio del instinto; tenía más hambre que ganas de razonar.
Mientras comía, otra vez asaltó mi conciencia la imagen del tipo vestido con ropas antiguas extraviado en plena avenida. Buscándole una explicación al asunto me imaginé que él estaría formando parte de alguna creativa campaña publicitaria, en la cual se insinuaba, por ejemplo, que el público debía consumir el producto o servicio ofrecido en la propaganda, o se vería igual de patético y fuera de tiempo como el protagonista de la misma. O acaso estarían filmando con una de esas cámaras ocultas la reacción que causaba la interacción del personaje con la gente”normal”, para luego utilizar estas tomas en alguno de los programas cómicos de generación local. Sea como fuere, no me cabían dudas, seguramente se trataba de un actor.
Sin embargo me equivocaba... y mucho.
Unos minutos antes de las 14 hs., bebí el último sorbo de gaseosa mientras miraba circular los vehículos a velocidades excesivas y me admiré de la mezcla entre destreza y negligencia con que los peatones los esquivaban. Repentinamente, por la vereda de enfrente, saliendo desde atrás de un kiosco de revistas y caminando en dirección al bar donde me encontraba, reapareció el tipo de las ropas antiguas. Lo vi bajar de la acera a la calzada sin ninguna precaución, sin mirar a los lados, sin aminorar la marcha (la cual ahora era casi un trote), como si nada existiese allí excepto él y sus pensamientos. Quizás por eso no advirtió que la camioneta roja no tendría tiempo ni espacio para frenar. Ni siquiera cuando el vehículo estuvo a menos de dos metros de su cuerpo, pareció advertirlo. Vi y oí como el chofer con los ojos desorbitados gritaba – NOOOO!!! – mientras con fuerza, “estiraba” hacia atrás el volante presionando el asiento con su espalda en un acto reflejo que le daba mas bien el aspecto de un jinete tratando de frenar a su caballo desbocado. Aquellos que han conducido un auto con poco freno saben a que me refiero.
El impacto fue tremendo.
Impulsado por la fuerza del choque, el cuerpo del desdichado se elevó cerca de metro y medio sobre el pavimento volando otros cinco antes aterrizar de manera grotesca, desarticulado como una marioneta a la que se le cortan todos los hilos a un mismo tiempo. Su cuerpo todavía rodó varias veces antes que el ángulo formado por el cordón de la vereda y la calzada lo detuviera poniéndole fin a la involuntaria acrobacia.
No sé en que momento me levante de la silla. Tampoco recuerdo como abrí la puerta del bar, pero cuando pensé – debo ayudarlo -, ya me encontraba afuera corriendo hacia el infeliz siniestrado que, tendido sobre su costado derecho, no daba señales de vida.
Muchas personas se dirigieron presurosas hacia el lugar, pero yo llegué primero.
Me incliné sobre él para comprobar si aun tenía signos vitales. No lo toqué, pero me di cuenta que estaba consciente y, con alguna dificultad, todavía respiraba. Estando a su lado pude ver bien las prendas que vestía. Un levitón de tela muy gruesa, ceñido en el tórax y en las mangas, de color azul marino o negro; un pantalón largo tipo calza muy ajustado color piel, una camisa color blanco o tiza con enorme cuello y puños llenos de volados saliendo por debajo de las mangas del levitón y con grandes volados también al costado de los botones y unos zapatos que parecían de cuero color oscuro con hebillas cuadradas grandes y plateadas, sujetas donde generalmente están las lengüetas de los mocasines. Se parecía bastante a esas representaciones de cuerpo entero de Manuel Belgrano.
Su presencia me producía una fuerte impresión que no puedo describir. No se trataba de su accidentada condición, lo sé porque otras veces estuve junto a personas seriamente heridas en accidentes. No, no era eso, había algo más. Algo misterioso... no sé decir que... el idioma siempre es insuficiente a la hora de definir emociones y sentimientos. Era como estar junto a un objeto histórico al cual nos une un lazo antiguo, indefinido... una pieza de museo pero con vida. Al menos todavía lo estaba.
Debió percatarse de mi presencia, porque extendiendo el brazo izquierdo me ofreció algo que apretaba fuertemente dentro del puño cerrado. Yo le tomé la mano y entonces él la abrió dejando caer un trozo de papel arrugado y ligeramente manchado de sangre el cual se me escapo y fue arrastrado por el poco viento que corría, hasta una boca de tormenta a unos cincuenta centímetros de donde nos encontrábamos; en el último momento, cuando ya parecía que la obscura boca de metal se tragaría el trozo de papel, estirándome lo atrapé con la punta de los dedos de una mano, mientras con la otra seguía sosteniendo el brazo del herido.
Con mucho esfuerzo movió un poco la cabeza, hasta que con su mirada pudo encontrar mis ojos. Trató de hablar pero no pudo. Quise tranquilizarlo diciéndole:
- No se preocupe, los médicos ya vienen. Tranquilo.
Haciendo caso omiso a mis palabras lo intentó de nuevo y esta vez logró articular lo que sigue:
- Buen hombre... la imprenta... por favor... no puedo encontrarla...
- Cálmese, la ayuda ya viene.
- La esquela... trescientas copias... mañana a las 9...
- Por favor no trate de hablar – le dije nervioso.
Tres paramédicos aparecieron en ese instante, uno de ellos llevaba ya en la mano un cuello ortopédico que se lo puso inmediatamente mientras que otro le tomaba el pulso y el tercero abría la puerta trasera de la ambulancia en la que seguramente llegaron, sacando de su interior una camilla plegable. La ambulancia estaba apenas a cuatro o cinco metros de nosotros pero yo recién la veía. El pobre accidentado no dejaba de repetir una y otra vez, sin quitarme la vista de encima:
- ... la esquela... mañana a las 9... la esquela...
Miré entonces en mi mano derecha el trozo de papel que él había dejado caer. Alcé los ojos con la intención de preguntarle algo, pero él confirmó lo que yo pensaba señalando el papel en mi mano y repitiendo:
- la esquela... la esquela... no puedo encontrar la imprenta... por favor...
Por los movimientos de los paramédicos supe que lo alzarían a la camilla. Un oficial de policía me tomó por el brazo pidiendo que me alejara.
Mientras lo atendían y trataban de tranquilizarlo; uno de ellos le preguntó:
- ¿Cuál es su nombre? -
Él todavía me miraba cuando repitió:
- ...a mas tardar para las 18...trescientas copias... para mañana a las 9... -
- Su nombre señor, ¿cómo se llama Ud.? – insistió el paramédico.
- ...la imprenta... no está... todo sé fue... -
- dígame su nombre señor, su nombre... -
Comenzó a desenfocar la mirada y los ojos se le pusieron en blanco cuando murmuró:
- Martín... Martín... Ra...mirez.
Estaba ya en la camilla y trataban de subirlo a la ambulancia, su brazo izquierdo que todo el tiempo estuvo extendido hacia mí, se relajó por completo cayendo colgado a un costado del cuerpo. Alarmados, chequearon su pulso y respiración y al notar la ausencia de los mismos comenzaron con las maniobras de resucitación. Presionaban rítmicamente debajo de su esternón, obligando al corazón a bombear de manera mecánica, masaje coronario, respiración artificial, después el desfibrilador, incluso una inyección supongo que de adrenalina, pero nada resultó. Martín Ramírez había dejado de existir.
Los curiosos se habían reunido en gran cantidad, así como un par de servicios de emergencias médicas. Los oficiales rodeaban ahora a la camioneta roja revisando algunos papeles, registros y documentos varios que el conductor les facilitaba desde su asiento. Este, visiblemente perturbado, se negaba a salir del vehículo.
La policía no pareció darle importancia a mi contacto con el occiso, y lentamente retrocedí mezclándome con la gente antes que me pidieran fuese testigo o algo así.
Una mano me tomó por el hombro y giré sobresaltado como quien trata de ocultarse y es descubierto. Con alivio vi un rostro familiar sonriéndome. Era Valverde. El tremendo acontecimiento me había hecho olvidar por qué me encontraba allí... negocios.
- ¿Qué sucedió? –preguntó mi futuro cliente.
- Un terrible accidente.
- ¿Hay heridos?
- Un peatón muerto.
- Que barbaridad...en fin...¿trajo los diseños?
- Sí – suspiré – los tengo aquí en el bar; venga conmigo por favor.
Mientras caminábamos hacia la mesa donde había dejado la carpeta, metí “la esquela” en el bolsillo de mi camisa sin que nadie lo notara, pero aun así me sentí un ladrón.
Entramos al bar que estaba prácticamente vacío, pues casi todos los parroquianos todavía curioseaban la historia que contarían exagerando lo más que pudieran, durante el resto de la semana.
Ya sentados a la mesa, Valverde me explicaba por qué el logotipo de su empresa debía llevar tal o cual color, por qué las letras y el dibujo debían mezclarse sin confundirse en una figura difusa, etc, etc, pero yo no lo escuchaba, no podía, en mí mente seguían retumbando las frases inconexas de Martín – “... la esquela... trescientas copias...” -
- Ve, así como acá, pero en perspectiva, visto un poco desde arriba - dijo Valverde señalando con el índice uno de los dibujos de la carpeta sin dejar de hablar ni un momento.
Lo miré sin verlo. En lugar del gráfico yo solo veía los ojos del pobre Ramírez mientras repetía – “... la imprenta... no está... todo se fue...”
- ¿Le parece bien? – preguntó Valverde suponiendo que yo seguía su discurso.
- Claro. En todo caso lo llamo si surge alguna duda – le dije por cortesía.
- Fenómeno! Está casi terminado, con un par de retoques va a quedar perfecto –
agregó incorporándose satisfecho. Me paré también y nos despedimos estrechando las manos.
Pedí otra gaseosa y mientras la esperaba, saqué del bolsillo la esquela.
Se trataba de un trozo de papel grueso y poroso color cetrino, ligeramente amarillento. Estaba doblado en cuatro partes y comencé a desdoblarlo con gran expectativa ¿qué encontraría dentro? Si hubiera apostado sobre su contenido, habría perdido.
Terminé de abrirla y leí lo que tenía escrito en tinta azul lilácea, con una caligrafía inglesa, estilizada y muy elegante. A continuación transcribo textualmente el contenido de la esquela:

“...El Excmo. Cabildo convoca a Ud. Para que se sirva asistir precisamente mañana 22 del corriente a las 9 sin etiqueta alguna, y en clase de vecino al Cabildo abierto que con anuencia del Excmo. Señor Virey a acordado celebrar, debiendo manifestar esta esquela a las tropas que guarnezcan las avenidas de esta plaza, para que se le permita pasar libremente.

Sr.:

Estimado Gutiérrez: el texto escrito al principio de la presente, es lo que debe rezar la esquela de invitación para la reunión patriótica de mañana.
Por favor, sírvase Ud. imprimir 300 copias, las cuales se necesitan con extrema premura, a más tardar para las 18 de hoy.
Desde el Cabildo, suyo

Juan José Castelli...”


- Su gaseosa señor – dijo la misma mujer que había traído mi almuerzo, dejando la pequeña botella verde sobre la mesa. Yo la tomé dándome cuenta que estaba casi a temperatura ambiente... ¡y ni siquiera trajeron un poco de hielo! Pero no me importó. Yo estaba como hipnotizado por la nota que sostenía en la otra mano. Había algo en ella. Y no era solo la rareza del papel, las manchas de tinta al costado de algunas palabras, ni la irregularidad en el corte de la hoja. Algo en el contenido era muy denso, profundo, importante... una loca teoría comenzaba a tomar forma en mi mente.
La leí, releí, volviéndola a leer infinidad de veces, tantas, que para transcribirla aquí no tuve que poner a mi vista la esquela, pues antes de retirarme del bar, ya la sabia de memoria.
Por cierto, aun hoy conservo en mi poder, celosamente guardada, la esquela original que considero invaluable.
Pagué la cuenta, salí del bar, subí al auto tirando la carpeta sobre el asiento trasero y arranqué. Me dirigí hacia el hotel donde estaba parando, uno bastante lindo, de tres estrellas, nombre francés y dueños coreanos en el barrio de once. Al llegar subí a mi habitación y me di un baño. Luego encendí el televisor y me entretuve cambiando de canal en canal sin mirar nada en particular, solo distraía mi atención. Después de 20 o 25 minutos apagué el aparato y me tendí boca arriba en la cama con los ojos cerrados tratando de invocar al sueño. Este no se hizo esperar y enseguida me envolvió con su manto mágico sin que pudiera notar como ni cuando llegó.
En algún momento comencé a soñar. Y fue un sueño muy vívido.
Me encontraba de pié frente a la puerta del cabildo pero el edificio se veía del tamaño que dicen tenía originalmente, no lucía irrespetuosamente cercenado como en la actualidad. Las calles todo alrededor eran de tierra y estaban muy húmedas aunque no barrosas. Era de día pero no puedo especular sobre la hora porque espesas nubes cubrían todo el cielo. La gente no podía verme y sentí escalofríos cuando algunas personas pasaron a través mío como si fuese un fantasma. Entraban y salían del cabildo conversando animadamente y parecía que preparaban algo. Las personas, las casas, todo cuanto alcanzaba a ver lucía muy antiguo, gastado, me sentí como en medio de una obra de teatro ambientada en la época de la revolución de Mayo. Justo cuando avancé para entrar, del interior poco iluminado, salió Ramírez. Esto me asombró porque en el sueño yo estaba consciente de que él había muerto. Con mucha curiosidad lo seguí mientras, apurado, rodeaba el edificio, y casi corriendo avanzó por lo que hoy sería Av. de Mayo o Av. Rivadavia. Situado casi detrás de él caminé dos calles. De pronto, algo me detuvo. Se sentía como una cortina rígida pero transparente extendida a todo lo ancho de la calle, a través de la cual podía ver a Ramírez alejarse rápidamente. En vano intenté atravesar la barrera invisible, era totalmente infranqueable. En ese momento vi un resplandor deslumbrante seguido de un grito desgarrador y, sobresaltado, me desperté. Miré el reloj, pasaban de las seis de la tarde. Me vestí y salí a la calle sabiendo precisamente lo que debía hacer, mas... ¿por dónde comenzar? La lógica me decía que debía recorrer los lugares de espectáculos, teatros, canales de televisión, etc., buscando obras y programas ambientados en la época de la revolución, pero la intuición me sugería otra cosa. Me impulsaba a investigar directamente la historia, buscando información sobre desapariciones en la época colonial.
Un rato después estuve frente al cabildo, pero Ramírez nunca salió de adentro.
Observé largo rato sus zaguanes como cubiertos por una penumbra liliácea, tratando de imaginar como me contactaría con estudiosos de la revolución histórica. Ya pensaría en algo.
La tarde caía dando paso a un anochecer bastante fresco y decidí cruzar la avenida para sentarme en la plaza de Mayo. El tiempo estaba cambiando. Algunos adolescentes atravesaron apurados la plaza y estoy seguro que como de costumbre, no se fijaron en los monumentos allí situados, ignorando que pisaban indiferentes un trozo del pasado de sus propias raíces. Pensaba en esto cuando un hombre setentón, de mucho cabello muy blanco, bien vestido, apoyándose en un bastón detuvo su marcha frente a mí, diciendo:
- Disculpe, ¿le molesta si me siento?... - señalando el lugar vacío en el banco que yo ocupaba.
- No, por favor, es un lugar público. –
- Gracias. No piense que soy un entrometido... pero... recién lo vi concentrado, mirando el cabildo. ¿Es Ud. historiador?.
- No, ni mucho menos. En realidad mi último verdadero contacto con la historia fue en tercer año de la secundaria.
- La culpa no es solo suya, no se avergüence, los maestros son los que deben inculcar en el niño el amor por su patria, su cultura, sus raíces, desde el jardín de infantes. Pero ¿Cómo van a hacerlo sí ellos mismos no recibieron esa herencia cultural? Un maestro que no sabe estimular en sus alumnos el sentido del verdadero nacionalismo es en parte culpable del futuro de su propio país.
- Es demasiada carga para un simple maestro, ¿no le parece?.
- De ninguna manera. Medite Ud. un momento sobre esto. Los países devenidos en potencias mundiales, precisamente son los que tienen las raíces más profundas, jamás olvidan su herencia, nunca reniegan de sus orígenes y siempre manifiestan profundo orgullo por su patria a través de cada individuo. Ahí tiene el caso de Japón, EE.UU., Francia, Alemania,... En cambio los países que sienten poco o ningún respeto por su idiosincrasia, los que son volubles frente a la penetración cultural extranjera, siempre terminan empobrecidos y sometidos. Latinoamérica y el sudeste asiático son un ejemplo más que elocuente de esto.
Lo pensé. En cierta forma tenía razón y, aunque nunca de forma tan clara, yo lo había considerado antes. Luego le dije:
- Sin dudas Ud. concede gran importancia a la historia. ¿ Acaso es historiador?.
- ¡Perdone! Cada vez que hablo sobre el pasado o presente de los pueblos me entusiasmo tanto que olvido todo lo demás. Me llamo Alberto Del Buono, soy profesor de historia y co-fundador de la S.I.H.B.A (Sociedad de Investigaciones Históricas de Buenos Aires.)
- ¡Qué coincidencia! - exclamé - Justo cuando Ud. apareció pensaba donde podría conectarme con estudiosos de nuestro pasado, y de pronto, como caído del cielo, todo un maestro se sienta a mi lado. ¡Es increíble!
El hombre sonrió halagado. Luego agregó:
- ¿Busca información acerca del cabildo?
- En realidad necesito conocer algunos detalles acerca de las esquelas de invitación entregadas el 21 de Mayo para el cabildo abierto del 22 de Mayo de 1810 - le dije
inseguro de lo que hablaba. Pero tenía que poner a prueba mi descabellada teoría. Su respuesta me llenó de asombro.
- ¡Ah! ¡Un fanático de la semana de Mayo! ¿No decía Ud. que se alejó hace mucho tiempo de los estudios históricos? Me parece que exageró un poco su desconocimiento al respecto.
- No crea. Para serle sincero, recién esta mañana me enteré de los hechos que le acabo de mencionar. Mis dudas tienen que ver con el autor de la esquela.
Me miró por algunos segundos con el asombro arqueándole las cejas. Evidentemente mis palabras le resultaban contradictorias. Luego comenzó a decir:
- Hay muchas hipótesis, las más creíbles basadas en serias investigaciones, le adjudican la autoría a uno de lo...
- No tengo dudas acerca del autor – le interrumpí - es otra cosa lo que querría preguntarle.
Ahora me miró como sí le hubiera faltado el respeto (creo que lo hice), e ignorando la curiosidad que por otro asunto yo le insinuaba, volvió sobre mi aparente seguridad acerca del autor de la esquela, preguntándome sin disimulo en tono sarcástico:
- ¿Y en opinión del experto, quien sería el que redactó la dicha esquela?
Lo dudé un momento. Luego decidí que no había peligro alguno con este hombre y, sacándola del bolsillo de mi camisa, le pasé la esquela.
Tomó el papel en sus manos mirándome con curiosidad. Lo desplegó y viendo que contenía texto, extrajo de un estuche rígido sujeto al cinto, unos anteojos colocándoselos para leer. No comenzó directamente la lectura, sino que examinó el papel observándolo al dorso, al frente... volvió a mirarme inexpresivamente mientras con las yemas de los dedos hacia pequeños movimientos circulares sobre la superficie tratando de notar el grano del papel. Después lo leyó.
Supongo que terminó de hacerlo porque de pronto se incorporó enérgicamente gritando a viva voz: - ¡Dios mío! ¡Santo cielo! ¡Pero si es el original! ¡Dios mío! – y acontinuación tuvo una actitud que me divirtió y asustó a la vez. Se había alejado un poco, luego de levantarse eufórico del banco donde estábamos sentados. Mientras volvía rumbo al banco sosteniendo la esquela extendida con las dos manos, continuaba exclamando todo tipo de expresiones de asombro y al llegar junto a mí tomó su bastón que descansaba apoyado contra el respaldo, lanzándolo como si se tratase de una jabalina atravesando el aire hasta caer dentro de una fuente que se encontraba frente a nosotros varios metros mas allá. Me puse de pié y apoyando la mano en su hombro le pregunté:
- ¿Qué le pasa, se siente bien?
- ¿Sentirme bien? ¿Sabe Ud. joven lo que es esto? – me preguntó con el rostro enrojecido por la emoción.
- Creo que sí... me hago una idea - le contesté inseguro.
- ¡Já! ¡Se hace una idea! – exclamó golpeando el papel con el dorso de los dedos de una mano mientras lo sostenía con la otra. Dándome la espalda caminó otra vez unos pasos rumbo a la fuente con las manos elevadas por sobre la cabeza repitiendo una y otra vez:
- Lo sabía. Alguien lo guardó. Yo tenía razón. Lo sabía. ¡Já! ¡Cuándo se entere Ibáñez! –
Se detuvo en seco, volvió hacia mí, y poniendo la esquela frente a mis ojos preguntó con esconfianza:
- ¿Dónde la encontró? Algún anticuario la hecha de menos ¿verdad? ¿Acaso está a la venta?-
No me gustó su tono de voz; así que arranqué la esquela de su mano diciéndole:
- No señor, nada de eso, la esquela me pertenece, me la dio... - callé al darme cuenta que no podía decírselo. Mi silencio aumentó su curiosidad y quitándose los anteojos me preguntó:
- ¿Quién se la dio?
- Una persona en su lecho de muerte.
- Ah, ya entiendo. Es una herencia entonces.
- Así es. Por eso no puedo venderla, ni quiero entregarla a museo alguno.- expliqué, y
en cierta forma, decía la verdad.
El hombre, ya más tranquilo, guardó los anteojos en su estuche, peinó sus canas con las manos y acomodándose las ropas caminó hacia la fuente que artísticamente lanzaba chorros de agua los cuales caían en forma circular dentro de su receptáculo de cemento parecido a un plato gigantesco. Me adelanté a él y extraje del agua su bastón sacudiéndolo un poco antes de entregárselo. Lo tomó y rodeando el diámetro del mismo con su dedo índice lo escurrió varias veces, desplazando el dedo así ajustado, a todo lo largo del bastón.
Todavía un poco agitado me dijo:
- Gracias joven. Disculpe mi exabrupto de hace un momento. Eso que tiene Ud. en sus manos es un documento de inmenso valor histórico. Claro que algunos análisis
habrá que realizar sobre la tinta y el papel para establecer su autenticidad, pero
créame después de tantos años he desarrollado un olfato para estas cosas, estoy
casi seguro de que es el original. Solo el papel me preocupa un poco.
- ¿Qué original? ¿Que hay de malo con el papel? – pregunté contrariado.
- Pues... no se supone que se vea así. El tiempo debería haberlo puesto de un tinte amarillento oscuro, casi anaranjado. De ser autentico no puedo ni imaginar el método usado para cuidarlo. Estaría maravillosamente conservado.
La noche ya estaba entre nosotros. Un manto de luz artificial, multicolor, producido por muchas fuentes nos cubría. El viento comenzaba a soplar bastante fuerte, arremolinando los papeles caídos sobre el suelo de la plaza, ahora casi vacía, y sacudiendo las hojas de los árboles que producían un sonido similar al de la lluvia cuando cae suavemente. Yo me preguntaba si alguno de estos árboles, los más enormes y añosos, habrían presenciado los hechos históricos que tratábamos de desentrañar. De ser así, seguramente se divertían con nuestro pobre esfuerzo.
Del Buono me invitó a cenar, indicándome que vivía cerca, a pocas cuadras de allí. Yo acepté pensando – si entramos en confianza, talvez me permita revisar documentos históricos que con toda seguridad tendrá-.
Su departamento, situado en el tercer piso de un edificio silencioso, era modesto pero confortable. Durante el trayecto que separa a la plaza de su hogar, él se aseguró de no mencionar la esquela mientras hablábamos de temas triviales. Ya en el pequeño y reluciente living, me ofreció la comodidad de un antiguo sillón de cuero marrón para que lo esperara mientras calentaba, al microondas, algo que extrajo del interior de una heladera. Desde la cocina me preguntó - ¿Quiere tomar algo? – y ante mi –No gracias – sonriendo agregó:
- Espero que le guste la pasta, pues solo tengo un poco de lasaña con salsa.
- ¡OH sí! Por lasaña podemos llegar a pelearnos. – le dije sinceramente.
Se limpió las manos y tomando una copa que sirvió previamente con una bebida color té, se acerco sentándose frente a mí. Mostrándome su copa en alto dijo:
- Jerez añejo. Tanto estimula la digestión como predispone a la relajación mental.
Buen sabor y aroma... es una gran bebida, debería probarla.-
Le sonreí sin decir nada. Bebió un poco, apoyó la copa sobre una mesita de vidrio ubicada entre nosotros, luego me miró fijo y habló directamente:
- Algunos vimos pasar décadas de nuestras vidas investigando asuntos como el concerniente a esa esquela que Ud. posee. Muchas veces chocamos con colegas enemistándonos incluso para siempre por la diferencia de ideas desarrolladas a partir de dichas investigaciones y las hipótesis que estas generan. En nuestra profesión se especula mucho y se comprueba poco. A veces los temas de controversia pueden parecerle irrelevantes al público, pero para el investigador, para la reconstrucción de la historia, pueden ser fundamentales ¿Entiende Ud.?-
- Sí, claro. ¿Por qué se toma el trabajo de explicarme esto?-
El agudo pitido del microondas lo interrumpió. La lasaña estaba lista.
Se levantó del sillón, y ya en la cocina, sacó la cena del horno perfumándolo todo con un delicioso aroma a pasta.
Nos sentamos a la mesa redonda que dominaba un ángulo del living, junto a un falso hogar que le daba distinción al ambiente. Después de probar un bocado lo felicité por sus buenas manos para la cocina, pero mi anfitrión riendo confesó que antes de entrar al microondas, la pasta descansó un tiempo envuelta en papel aluminio, al frío de la góndola del supermercado más cercano. Promediando la cena otra vez descolgó de la nada el tema principal de la tarde, para mí en realidad el de todo el día.
- ¿Quiere saber porque le expliqué lo que le expliqué?-
- Sí por favor – dije entendiendo a que se refería.
- Mire. Un grupo de colegas hemos seguido las pistas de las esquelas de invitación al cabildo abierto, por toda la ciudad de Bs. As. Incluso en el interior del país las buscamos. Después de años de pesquisas recuperamos cinco esquelas, dos de las cuales se exhiben hoy en la S.I.H.B.A. Las cinco recuperadas son copias idénticas entre sí, por lo que sabemos se editaron de una sola vez. La duda histórica es acerca del autor. Hay quienes sostienen que fue redactada por el mismo virrey Cisneros, otros aseguran que los revolucionarios las imprimieron y repartieron en secreto, pero la mayoría sostiene que fue redactada por algún revolucionario con anuencia del virrey. No quiero aburrirlo con el análisis de cada teoría, mas Ud. se dará cuenta de la influencia que puede tener en la historia escrita, el hecho de que la fuente sea una u otra.
- ¿Y Ud. a que teoría adhiere?-
- Yo era de los que creen en la impresión apócrifa por parte de los revolucionarios-
- ¿Era?
- Así es. Ahora el manuscrito que Ud. me enseñó, de ser autentico, hecha por tierra muchas ideas que algunos atesoramos por largo, largo tiempo.
Las últimas palabras las pronunció poniéndose de pie. Se movió hasta la ventana que daba sobre la calle del frente, corrió las cortinas para mirar afuera y se quedó un rato en silencio.
Luego de unos minutos pensé - este es el momento - y me acerqué para preguntarle:
- ¿Dígame Del Buono, existía algún registro de personas extraviadas en aquellos
tiempos?-
- No que yo sepa. Me parece que ni siquiera hoy existe tal cosa. Pero... ¡Qué extraña pregunta! ¿Qué busca en realidad Ud.?
- Nada en especial. Solo me preguntaba que hubiera pasado si alguno de los protagonistas de la gesta de Mayo, hubiera desaparecido, ya por sufrir accidentes en lugares alejados, ya por viajar silenciosamente a países limítrofes escapando de algunas cuestiones personales, o por ser detenido como preso político en cárceles de donde nunca saliera. De haber sucedido algo así ¿Cómo podríamos hoy enterarnos de dicho acontecimiento? ¿Qué registros habría de esto?
El profesor me miró intrigado. Rascándose la cabeza hizo una mueca de duda diciendo:
- En realidad nunca pensé en algo semejante, ni conozco alguien que haya investigado con tal criterio. Por lo que sé, hoy día no hay manera de seguirle el rastro a personas extraviadas hace casi 200 años. ¿Está tras la pista de alguien en particular?
- Sí, pero ni siquiera sé si vivió en aquella época.
Me miró profundamente como queriendo adivinar mis pensamientos. Luego sonriendo me preguntó.
- ¿Hay alguna posibilidad de que yo obtenga esa esquela suya para la S.I.H.B.A?
Me había puesto en una posición difícil con esa pregunta. Si decía “no”, corría el riesgo de perder su ayuda que, obviamente era indispensable. Pero no podía mentirle, así que me arriesgué cuando le dije:
- No, lo siento. Es imposible.
- Ya lo sabía. De todas maneras no puede culparme por intentarlo. Le diré que vamos a hacer. Ud. me permite sacarle varias copias a su esquela original, además de tomar una pequeña muestra del papel, y yo a cambio sin hacer preguntas, le permito revisar copias de archivos del registro civil de aquellas épocas.
- ¿Acaso tiene copias de tales registros?
- Claro que sí. La S.I.H.B.A, se enorgullece de poseer incluso partidas de nacimientos fechadas en 1765. Son parte de nuestro tesoro principal. ¿Hacemos trato?
- ¡Seguro! – estrechamos las manos sellando el compromiso. A continuación me dijo:
- Vamos entonces. Hay mucho que hacer.
Se dirigió hacia la puerta y descolgó de un gancho atornillado a la misma, una gabardina color té con leche. Se la puso encima de los hombros sin meter los brazos en las mangas. Después giró con velocidad haciendo flamear la parte inferior del abrigo como si fuese una capa. Al ver que no me moví de mi sitio preguntó:
- ¿Qué sucede? ¿No viene conmigo? –
- ¿Adónde? Son pasadas las 11 de la noche. En realidad iba ya a marcharme...
- ¡OH! ¡Me olvidaba! La sede de nuestra sociedad de investigación, queda aquí enfrente (por eso me mudé a este departamento) y como soy cofundador... – dijo
sacudiendo suavemente ante mis ojos un pequeño manojo de llaves. Después se dio vuelta y abriendo la puerta me invitó a salir con un ademán de cortesía.
Caminando rápido cruzamos la calle. La noche estaba muy fría, y el viento lejos de amainar iba en aumento. Ya en la otra vereda, nos detuvimos frente a la entrada de una vieja casona remodelada, según me explicó Del Buono, con el esfuerzo de los mismos socios. Junto a la gran puerta doble, de madera maciza trabajada a mano, una placa de bronce mostraba en bajorrelieve la sigla de la sociedad.
Un estridente chirrido me causó neuralgia en los dientes, cuando el profesor empujó las puertas que nos cedieron el paso. Entramos a una sala alta, fría y oscura donde Del Buono se adelantó unos pasos para encender las luces, que enseguida lo iluminaron todo dejando al descubierto un gran salón con muchas columnas de madera dura labrada, y algunas grandes aberturas con forma de zaguán en las paredes que a su vez daban acceso a otras salas menos espaciosas donde se exhibían multitud de objetos de toda clase.
Me invitó a que lo siguiera guiándome hasta una oficina donde se encontraban sendas máquinas copiadoras, y encendiéndolas me solicitó:
- ¿Me la presta?- señalando el bolsillo de mi camisa.
Extraje de allí la esquela y se la pasé. Me entretuve viendo como sacaba con ambas máquinas todo tipo de copias, en colores, blanco y negro, ampliadas, reducidas. Luego escogió ciertas áreas del texto, obteniendo muchas copias ampliadas de las mismas. Cuando juzgó que tenía suficiente, apagó las máquinas, tomó todas las copias, y las guardó en una carpeta que depositó dentro de un armario. Después, girando hacia mí me pasó la esquela, no sin antes extraerle un pequeño trozo del papel que excedía al texto, con una tijerita que colgaba de una de las copiadoras.
Tomé la esquela por uno de sus extremos pero él no la soltó inmediatamente, nos quedamos así unos segundos en los que me dijo:
- Déjeme sostenerlo un poco más. Talvez esté llevándose un tesoro histórico.
Guardé la esquela y me dejé conducir a un salón con varias bibliotecas y escritorios. Entonces señalando un librero inmenso me indicó que lo revisara.
Me acerqué hasta el mueble, rústico, sin brillo alguno, y observé los rótulos que aparecían clasificando todos los estantes. En uno de ellos podía leerse “Bs. As. Hasta 1805”, y sobre él, descansaban grandes libracos muy voluminosos. Tomé uno de esos volúmenes y leí en la tapa: “A – D 1800 a 1803”. Lo abrí y pude ver que contenía copias de actas del registro civil, de personas nacidas hasta el año 1803, con apellidos que comenzaban con las letras A-B-C y D. Enseguida me di cuenta de cómo estaban ordenados los volúmenes. Entonces tomé varios de ellos y me senté a revisarlos. No necesito aclararles que solo chequeaba los libros en cuyas tapas se veía la letra “R”. Además, como Martín Ramírez tendría entre 24 y 28 años, según mis cálculos habría nacido aproximadamente entre los años 1777 y 1783, por lo que me concentré exclusivamente en los volúmenes de estos años. Del Buono me ofreció café que trajo de alguna otra oficina y se sentó frente a mí preguntándome:
- ¿Puedo ayudarlo?
- No se moleste, gracias - lo esquivé. Yo esperaba que él mantuviera su palabra de no hacer preguntas.
Junto con la pila de volúmenes revisados, crecía mi ansiedad.
¿Y si Ramírez hubiera sido en realidad un actor que solo buscaba donde almorzar?
¿Podría ser todo una fantasía creada por mi mente, a partir de la impresión que su ropaje me producía? ¿Sería la esquela nada más que parte de la utilería?
Ramos... Rivas... Robledo... Rojas..., nada por aquí. Iban pasando uno a uno los gruesos libros. Raffo... Ramírez (pero Ramírez Elsa)... Ruedas..., nada tampoco en este.
Solo me quedaban tres libros de los nueve que había escogido.
- Se enfría el café - me dijo el profesor señalando el posillo junto a mi mano izquierda.
Bebí un sorbo agradeciéndole la atención.
Cuando abrí el anteúltimo libro me quedé helado. No lo esperaba. En poco más de una hora y media (hora y media en las que Del Buono se limitó a tomar media jarra de café en silencio) me había acostumbrado a pasar y pasar los libros sin encontrar nada. Y ahora de pronto, aquí en la primer hoja, tres Ramírez nacidos en 1779 encabezaban la lista. Durante todo el día había imaginado cientos de veces esta situación y ahora no quería leer el resto de los datos. De la tensión nerviosa mi mandíbula se contraía haciendo rechinar los dientes. Bebí lo que quedaba de café en mi taza y luego decidí leer esas líneas. La del medio de las tres, fue como recibir un golpe en el estómago. Una gran impresión. Allí estaba... Legajo Nº : 3043... Lugar de nacimiento: Buenos Aires... yo no daba crédito a mis ojos... Fecha: 29 de Junio de 1779... Hora: 15:25... tenía ganas de saltar, de correr de gritar, estaba sucediendo algo asombroso... Sexo: Varón... Nombre: Martín... Martín Ramírez

Antes de partir de Buenos Aires, lamentando que DelBuono no tuviera registros de defunciones de los tiempos coloniales y llevándome un par de copias del legajo Nº 3043, volví al lugar del accidente y di algunas vueltas por ahí. Como no encontré lo que buscaba, me dirigí a las oficinas de “Oficio Gráfico”, una revista especializada para los trabajadores del rubro. Conversando con el jefe del taller de impresiones, este me mostró un listado de las primeras imprentas de la ciudad de Buenos Aires, incluso me mostró fotos descoloridas de las primeras prensas de imprimir que llegaron al país. Entre las imprentas más antiguas había una que funcionó desde la época del virreinato hasta fines de 1850. Estaba situada en Rivadavia y B. de Irigoyen (lo que hoy sería B. de Irigoyen y Av. De Mayo mas o menos), prácticamente a la vuelta de donde vi a Ramírez por primera vez, y se llamaba Gráfica Gutiérrez. Automáticamente recordé la segunda parte de la esquela: ...“Estimado Gutiérrez: el texto escrito al principio de la presente...”, donde Castelli solicitaba la impresión de las invitaciones. Me llegue hasta esa dirección, pero actualmente funciona allí un Fast-Food y el encargado no tiene idea de quienes son los dueños del local.
Allí terminó mi pesquisa.

¿Qué le había pasado al pobre de Martín? ¿Dónde había estado por mas de 190 años?
Algunos físicos investigadores sostienen que es posible bajo ciertas condiciones, la aparición de una anomalía en la continuidad del Espacio – Tiempo. Por alguna extraña razón hasta ahora inexplicable, en algunos puntos específicos del globo, en determinados momentos, Espacio y Tiempo se disuelven en una sola cifra creando algo parecido a un agujero negro, algunos incluso sostienen que son puertas de acceso a otras realidades. De ser esto realidad, sí Ramírez por azar cayo en uno de estos “vórtices”, probablemente sintió un ligero desvanecimiento, un vértigo, o talvez se vio repentinamente segado y envuelto, como lo vi en mi sueño, por un resplandor desconocido. Luego un mareo... y segundos después se encontraba en el mismo lugar, pero casi dos siglos en el futuro. De haber sucedido así, esto explicaría el excelente estado de conservación del papel que tanto preocupaba a Del Buono.
Pobre Martín.
Nunca pudo completar su importante misión. Me pregunto quien lo habrá hecho por él, obviamente alguien entregó una esquela similar pues las invitaciones ciertamente se imprimieron. Me pregunto que habrá pensado Juan José Castelli cuando pasaban las horas y su mensajero no aparecía...

Hablando de cosas extrañas. Una revelación más. Martín Ramírez finalmente me entregó la esquela en su lecho de muerte a mí; que me dedico a las artes gráficas…y también me apellido Gutiérrez.

Texto agregado el 09-02-2006, y leído por 169 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
12-03-2006 Sí, tienes mucho talento. 5* sorgalim
09-02-2006 Es un relato adictivo... como para pasarse el rato leyéndolo con el corazón en un puño, tienes mucho talento... de ése que a uno le gustaría poseer. turcoplier
 
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