Inicio / Cuenteros Locales / gui / Amor platónico
No. Ella no lo sabe, nunca lo sabrá. La amaré en silencio, la sufriré y la admiraré detrás de estos ojos de felino agazapado que se niegan a despegarse de su figura perfecta, de su rostro de elegante hermosura, de su voz algo lejana y cortante, la que lejos de intimidarme, me anima a acatar gozoso sus sugerencias. -No me quedan bebidas light- me dice con entonación germánica y me la imagino voluntariosa y belicosa, dominando mis actos y yo, sumiso, arrastrándome casi, entre las columnas egregias que son sus piernas, las que imagino tersas y firmes. Le cancelo el importe y ella me observa tal si yo fuese un repugnante insecto pero aún así, la bendigo por dirigirme ese fuego sofrenado que se adivina tras sus oscuras pupilas.
Transito una y otra vez por aquel almacén y a veces la atisbo fugazmente con el rabo del ojo, pero en otras ocasiones me detengo y me adentro para consultarle por cualquier tontera. Entonces su voz corta el aire encantado de mis divagaciones al responderme con esa frialdad tan habitual. La mujer jamás adivinaría mi adoración hacia ella, puesto que no le entrego ninguna pista que la haga pensar en ello. Ni siquiera sé su nombre, en ningún momento le sugeriría esto que estoy sintiendo y que cada vez ocupa más lugar en mi pecho. No, jamás, preferiría que apareciera en este mismo momento un guardián y me cortara el gaznate con su cimitarra, no, definitivamente no.
Pero el subconsciente maneja sus propias pautas y siempre busca cauces para traicionarnos. El otro día, pasé a comprarle a la bella un par de huevos y dos panes amasados y mientras buscaba el dinero en mis bolsillos, dejé sobre el mesón un libro que en esos momentos leía y cuyo título es “Los amores platónicos”. Ella aguardó que yo encontrara lo que buscaba y entretanto, miró de reojo el libro y comentó con voz decididamente más dulzona: -Bonito título, supongo que usted es amante de la lectura. Me quedé congelado con las manos detenidas en mis bolsillos y con mis ojos ligeramente desorbitados. – ¡Que vergüenza! Eso que había expuesto delante de sus ojos era lo más parecido a una declaración amorosa. Creo que palidecí por la angustia, tanto que ella me preguntó si me estaba sintiendo mal. La voz se negaba a resurgir de mi garganta estrangulada y sólo atiné a mover mi cabeza negativamente. De todos modos, la hermosa partió en busca de un vaso de agua, el que me lo empiné y bebí de un trago, simplemente porque provenía de sus manos.
Este amor que estoy sintiendo me atormenta día y noche. Ya no estoy tan seguro de permanecer callado y mientras ella me atiende con sus gestos armónicos y precisos, ensayo algunas palabras elogiosas que nunca salen de mi boca porque me intimida su mirada enigmática. Cierta vez sentí sus ojos clavados en mí, mientras sus labios parecían repetir algo en voz muy queda. Mi corazón comenzó a latir aceleradamente. ¿Acaso yo también le gusto un poquito? Ella no despegaba su mirada en mi persona y yo comencé a enrojecer de pura timidez. Sus labios repetían algo que yo no podía adivinar hasta que de pronto alzó su mirada y dijo en voz alta: -…más quince, son dos mil cuatrocientos cincuenta pesos, eso es. La bella no ensayaba una frase para mí, simplemente realizaba una suma mental, ejercicio que gustaba de practicar, dado que odiaba las calculadoras. Salí de ese lugar más cabizbajo que nunca.
Al poco tiempo supe que la bella era casada y que tenía una numerosa prole. Desde entonces, comencé a percibir que la inflexión germánica afeaba sus facciones, me percaté que era demasiado masculina para desplazarse y que uno de sus ojos lagrimeaba profusamente producto de una rebelde conjuntivitis. Además comprobé que sus piernas no eran tan perfectas como lo sugerían sus pantalones sino más bien delgaduchas y algo torcidas.
Esta mañana he ingresado a su almacén para comprarle un litro de leche y un cuarto de jamón. Mientras ella me atendía, preguntó de que marca prefería el producto lácteo y yo, trajinando en mi despecho, creo que le respondí: -No mi linda, los amores platónicos son una burda falsedad…
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Texto agregado el 09-02-2006, y leído por 402
visitantes. (5 votos)
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Lectores Opinan |
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18-02-2006 |
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Jaja. me gusta. Perdón, entré sin llamar, a ese almacén. Toc, toc, ¿se puede?, espero que nadie me eche, pues los almacenes son sitios públicos. ***** Ruth |
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11-02-2006 |
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Creo que yo no podría tener un amor platónico, porque los ojos me delatarían.Además no podría sentir amor por alguién que me tratara friamente, sólo podría encontrarlo atractivo.Porque yo, para amar, necesito admirar, pero no tanto la belleza exterior, para mi hay otras cualidades mucho mas valiosas.Como que me contesten o me atiendan con una voz dulce, esa persona ya empieza a contar con mi afecto.Me gustó mucho este relato, es fluido y entretenido.*****
Besitos Victoria. 6236013 |
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09-02-2006 |
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Maravilloso y fluido, es tierno el amor platónico pero es una gran caida la desepción ,mis5* Citlalli |
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09-02-2006 |
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La palabra - y la palabra escrita - une a través de los tiempos y de los espacios, de la ocasión y la frontera. Ella nos liga con lo remoto y nos prolonga hacia lo que vendrá. Somos hermano de la antigua Grecia y sus pensadores; somos tributarios de la India y sus místicos; somos uno con los pueblos del viejo mundo, por la vía de la palabra, sangre del espíritu. No hay cordillera que nos disocie ni océano que nos separe. La palabra va y viene, como el espíritu que sople donde quiere. La palabra es nuestro lazo, lazo que resiste tiempo y distancia. Y aquí esta la palabra, tienes el don del mensaje y el entretenimiento. Un abrazo. Llevo dos día en esta página, y eres lo más sobresaliente que he leído. web |
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