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Bizcochos

Quizás porque mi ropa ya no desentonaba con el resto, o por haber dejado de ser ese bicho raro de la novedad, la cuadrilla comenzó a tratarme como a un integrante más del grupo. En ese ambiente de eternos forasteros, mi carácter de "nuevo" había durado menos que una jornada. Lo noté a la mañana en el corto viaje hasta el taller.

- ¿Ché vos, como era que te llamabas? -

Me preguntó tocándome el hombro el que viajaba detrás mío. Porteño, por su modo inconfundible.

- Decime ¿qué tiene la caja de la 22? -

Se refería a la pickup Ford que aguardaba repuestos. Le conté lo que había visto el dia anterior y al momento de descender del colectivo, ya otros se habían sumado a la charla.

En los primeros minutos, el correntino dió instrucciones al grupo, disponiendo lo que cada uno debía hacer ese día. Cuando llegó mi turno, me entregó los repuestos necesarios para terminar el trabajo pendiente y dispuso que un gordito con cara de vago trabajara conmigo. Medina, que así se llamaba ese ladero, era un personaje por demás ocurrente, de ésos que derrochan buen humor, pero buenos solo para hacer sombra.

A media mañana ya había desaparecido. Tuve que colocar la caja de velocidad en la Ford sin su ayuda. Cuando la tarea estaba terminada, apareció misteriosamente y se ofreció para salir a probarla. No me pareció que debiera objetar esa prueba, al fin y al cabo ¿quién era yo para decirle lo que debía hacer?

Me dediqué al otro "cacharro" y como a la media hora apareció Medina con un paquete de bizcochos de grasa recién horneados, me invitó a compartirlos mientras comentaba que la chata había quedado bien.

A los manotazos me prendí de esos bizcochos, el hambre pudo más que la vergüenza. El gordito volvió a desaparecer y recuerdo que dejé solo uno de esos manjares en el fondo del paquete. El Barba aprieta pero no ahorca; lo pensé con esa agradable sensación que brinda tener la panza llena después de tres días a mate y cigarrillos.

Una bota pateó la mía mientras estaba debajo de un vehículo y escuché al correntino preguntar:

- ¿y Medina? -

Asomé un poco la cabeza y desde abajo contesté:

- Cómo... ¿no está? reciencito estaba, seguro que andará en el baño -

Seguí trabajando como si nada y el correntino se fué sin decir palabra.

Cuando el vago apareció, le comenté sobre el asunto. Puso cara de susto y se alejó apurado en busca del oficial. Qué se arreglen entre ellos, pensé para mis adentros.

Al rato volvió y le noté otra actitud respecto del yugo, aparentemente le habrían llamado la atención.

Mientras trabajábamos, charlatán como él solo, me contó que era de Mendoza como la mayoría del personal de IMPSA, y que la empresa tenía sede central en esa provincia. En nuestra cuadrilla en cambio, el único mendocino era él y porque andaba "castigado". Como el capanga era correntino, y mal arriado según dijo, le integraban la cuadrilla con lo peorcito.

Aunque poco me importaban esos chimentos, Medina había logrado sacarme del aislamiento. Como ocurre en la gayola, uno no puede andar eligiendo amigos, se acepta lo que toca en suerte.

Esa noche también encontré al correntino mateando, aunque esta vez fuí yo el cebador. Hasta hubo conversación. Aprovechó para entregarme los tickets de comida, con lo cual quedaba resuelto el mayor de mis problemas.

Cuando volví de las duchas, aún estaba despierto. Desde su catre y ya con la luz apagada, lo escuché decir:

- Tené cuidado con Medina, está en capilla. En cuanto lo agarre en otra, lo hago echar -

No dije nada... ¿para qué?

ergo

Texto agregado el 09-02-2006, y leído por 443 visitantes. (14 votos)


Lectores Opinan
13-07-2015 Después de 10 años por fin la leí ahora entiendo por que insistías tanto.... gracias, saludos a la distancia PRIXA
04-10-2008 cada vez me gusta más. avefenixazul
22-01-2008 Me trae recuerdos tu relato, en especial el trabajo de faenas, todo me es familiar. auripo
20-09-2007 Entretenido el relato. Pero el protagonista ¿no tenía nadie quién le prestará unos pesos para no pasar hambre? Siempre hay alguien que puede auxiliar. ***** PeggyMen
12-01-2007 Está muy bien esto. La lectura se hace amena, pero conlleva un mensaje crítico muy profundo. Nos cuentas muchas cosas sin darnos cuenta. Selkis
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