CARRO A LA SIESTA
El caballo no es tan joven como para disimular las huellas del mal trato.
Está “mancao” diría el que sabe refiriéndose a la renguera de origen incierto, que en este caso el animalito se la debe a un día de mal humor etílico de su dueño.
El que lleva las riendas tiene la piel como dulce de membrillo pero aun así resiente la furia del sol que tampoco conoce de misericordia.
¡Splash! ¡Splash! Resuena atrevido, iracundo el látigo contra el lomo del animal que tira del carro. Tira de el, indefenso, obligado… sintiendo el dolor como si una faca ardiente le revolviera las tripas de manera caprichosa. ¡Splash, splASH, SPLASH!! Aumenta la fuerza catártica de los golpes sobre el pelaje amarillento que muestra cicatrices de un gris intenso. Y el carro avanza sobre el pavimento de la siesta, la siesta a través de la vida absurda del carrero, y el ojo saltón del caballo todo lo observa desde su incertidumbre; no sabe cuando ni porque volverá el dolor inexplicable, más lo espera con terror.
El otro hombre, el que desconoce las leyes que lo superan por ser hombre, el que descansa tranquilo en su living mientras lee el diario, oye el restallido del látigo, obsceno disparador de algún mecanismo interno que lo obliga a arrojar su lectura al suelo y ponerse en pie.
El carro dobla la esquina frente a la casa del otro hombre que sale a tiempo para ver el látigo mordiendo el anca despellejada…y ya no es él mismo.
El otro hombre ahora es otro hombre. Y no sabe porqué salta por sobre el muro bajo y sus años altos. Y se desliza como en una visión hasta el carro sucio, donde el dueño de la mano obscura que sostiene el látigo lo mira incrédulo pero entendiendo. La carencia y la vida en la calle lo instruyeron al carrero en el arte de reconocer el peligro. No pregunta, no disimula ni dibuja gesto alguno. Frena y a un mismo tiempo soltando las riendas fustiga al otro hombre con toda la fuerza de la que es capaz. Este asimila el latigazo que le abre la piel del brazo, hombro y espalda sin respetar la prenda delgada como una ilusión.
Pero el hombre es distinto.
No recibe el latigazo como el caballo. Él, con algún movimiento inconsciente, deja enredar el trenzado de cuero en su brazo y con las dos manos, brazos, y espalda, (espalda sangrante) pega el tirón mas duro de toda su vida. Toda su fuerza, su hombría, toda la misma furia inmisericorde del sol que los calcina se resume en la contracción de sus músculos. Ningún equilibrio resiste tamaña acción. Ni siquiera el del duro carrero que vuela por sobre la baranda donde se le enganchan los pies y se estrella violentamente contra el pavimento. El otro hombre ni espera que el cuerpo aterrice del todo, le enreda el látigo dos veces alrededor del cuello y lo arrastra manchando el gris con rojo que mana de la espalda desnuda del carrero. Y lo refrega, lo patea, lo insulta adivinándole la expresión porque la sangre le baña la cara mientras fuera de si le grita:
- ¡Mirá hijo de puta! ¿Te gusta lo que se siente? ¿Es lindo? ¿Querés más hijo de mil putas? ¡Así, igualito siente el animal! ¡¡Guacho de mierda!!
Y el carrero pataleando bañado en sangre y semi estrangulado:
- ¡Soltame! Loco hijo de puta ¡¡Soltame!!
Y el otro hombre mordiendo las palabras:
- Te voy a matar…te voy a matar malparido…-
Jadeando, lo maltrata un poco más y luego lo arroja a un lado con desprecio como arrojaría si pudiera el vicio que le arruina la vida.
El carrero queda tendido boca abajo tan inerte como su carro.
El otro hombre a los tumbos, se dirige hacia el caballo y se le acerca tanto que ve su propio reflejo en los ojos saltones. Respirando con dificultad le toca el hocico y el caballo mueve las orejas.
El hombre le quita el cabresto y la cincha, desengancha los maderos que le unen al carro y en ese momento siente un fuerte dolor en el centro del pecho que le inutiliza el brazo izquierdo. Emite un rumor seco, se dobla en dos apretándose el hombro izquierdo y cae de rodillas. Siente un pequeño alivio, luego ya no hay dolor...escenas confusas de otras décadas cuando respirar era fácil y la madre lo llevaba al colegio, el casamiento, el nacimiento de los hijos, la jubilación, el carrero de mierda que maltrata al pobre animal que le sirve, un fuerte mareo…y cae fulminado.
El caballo relincha, se aleja un poco, mira la escena, y luego se acerca al otro hombre, le huele el cabello, resopla varias veces sacudiendo la cabeza, y se aleja asombrado por el alivio que viene con la falta de carga.
Se aleja al trote porque se acercan hombres…y los hombres siempre traen consigo el maldito dolor de faca ardiente que revuelve las tripas.
Julio César Gallardo
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