Libélulas
Días de verano
Calor intenso y siesta
En ese riachuelo de un pueblo de Ávila, cuando todavía los riachuelos llevaban agua.
Entre soles y sombras con el calor que da el verano a las cuatro de la tarde. El niño que fui se tumbaba en el verde junto a un remanso de agua, acompañado de ruidosas chicharras, olores a pino y poleo menta.
Intermitentes también daban su tono los pájaros picapinos y mi vista se perdía en el cielo que intentaba salir de entre las púas de los pinos.
El murmullo del agua y el zumbido de los insectos eran los sonidos cercanos, y ladeando la cabeza era capaz de ver la vida que había a pocos centímetros del agua, bichos de agua que andaban sobre la superficie con la facilidad con la que se anda sobre una pista de baile.
Las libélulas de colores imposibles volaban dueñas de ese espacio aéreo con la elegancia del que se reconoce bello.
Alargaba mi brazo como el díos de Miguelangel y en total silencio, el silencio es el respeto que le debemos a la Naturaleza, si consigues ser silencioso los seres del bosque te integran en su lar. Conseguí que aquellas libélulas utilizarán mi cuerpo como plataforma de lanzamiento.
Me sentía tan cómodo y relajado que era capaz de holgar por tiempos, interrumpidos por los moscones (celosos) de tanta lujuria reposada.
Algo interrumpió este momento tan placido, eran risas jóvenes.
¿Quién goza de este sitio sin mi permiso? – pensé –
Despacio... sigiloso, con la agilidad que permite el cuerpo de un niño baje por ese hilo de vida hasta que, entre juncos pude ver una de las escenas más inolvidables de mi vida.
Dos chicas jóvenes, que abandonaban la adolescencia y acogían la madurez, jugaban en un remanso de piedra tallada lista para aposentar esas criaturas bellísimas que jugaban desnudas, salpicándose.
Sus cuerpos ajenos al espectador se movían ágiles y divertidos. Me senté en mi improvisado palco y disfrute de aquel momento, sin la maldad sexual que posteriormente me dio la vida.
Con las piernas dormidas por la postura, me medio incorpore produciendo el chasquido de la vegetación que me protegía. Alertando a mis improvisadas Ninfas que de inmediato se protegieron preguntándose inquietas por el furtivo.
Furtivo que huyo como tal, y que nunca olvidó estas palabras:
- No pasa nada, solo es un niño.
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