El día que la conoció, él salía del circo en el que prestaba sus servicios como Don payaso. Había contado los mismos chistes de todas las aburridas noches, se había bajado los pantalones ante el público y se había echado un pedo muy sonoro en la cara de otro payaso. Había botado lágrimas a chorros por sus falsos conductos lacrimales y se había caído de la silla en la que quería trepar con sus largos zapatos.
Ella había caminado al parqueadero del edificio y había fumado un cigarrillo largo, antes de subir a su auto que la llevaría a casa luego de un agotador día de trabajo en la oficina de bienes raíces que dirigía junto a su hermano. Todo marchaba de maravilla, buenos ingresos, conocía mucha gente y hacía lo que le gustaba, rondar por la ciudad buscando antiguas propiedades en venta, las mismas que compraban y reconstruían, tratando de que el pasado permaneciera intacto en cada rincón.
David se arregló la camisa, se apretó el nudo de la corbata, peinó su cabello en una cola sobre la nuca, escupió en una franela y dio brillo a sus zapatos regalados. Se miró al espejo y se dijo…!qué guapo eres David y que mala suerte tienes!...Se puso una chaqueta de cuero, y salió rumbo a la cafetería en la que solía cenar después de la función.
Ana Clara, detuvo el automóvil en esa cuadra, miró hacia una de las casas antiguas que se encontraban en la avenida, puso el retro y se fijó en un gran letrero…SE VENDE.
-Es hermosa, pensó, debe costar una fortuna.
Buscó un lugar para parquear el auto y bajó. Se paró frente a la casa y la examinó con su ojo de lupa. Buena fachada, no tiene remodelaciones anteriores, gran jardín, aunque abandonado. Ese no es problema.
Desde el interior de la cafetería David la miraba y se preguntaba. ¿Qué estará mirando ?, ¿qué estará buscando en este viejo barrio esa guapa?. No dejó de mirarla, de pronto, ella, como sintiendo su mirada, se volteó y lo miró a través del ventanal de la cafetería. Cruzó la calle y entró a la cafetería. Se acercó a la cajera y le preguntó si sabía a quién pertenecía esa casa o alguien que le podía dar información. -Se ha borrado una parte del número de teléfono del cartel, dijo Ana Clara, sonriendo.
David se limpió con la servilleta el azúcar impalpable de la empanada que estaba engullendo, se puso de pie, se acomodó la chaqueta y la corbata y se acercó a Ana Clara. – Hola, mi nombre es Sebastián Del Río, ¿estás interesada en mi casa?, preguntó muy ufano. – Hola, soy Ana Clara Dobert, y si, estoy interesada, muy interesada en la casa. No había terminado de decirlo y ya estaba arrepentida, seguramente al mostrar tanto interés, él subiría el valor.
-Es decir, no exactamente es esa la casa que busco, pero me gustaría conocerla por dentro. ¿Cuánto tiempo tiene construida?
-Me encantaría llevarte a conocer la casa ahora, pero mi abuela está de viaje y se ha llevado las llaves.
-Creí escuchar que Ud. es el dueño….. _Si, mi abuela me la ha heredado en vida, pero no quiero vivir allí. Ella quiere ir a vivir a un asilo para ancianos, pero yo quiero que viva conmigo, quiero venderla y comprar un departamento en los suburbios para mudarnos los dos, ella es todo lo que tengo en esta vida.
Ana Clara era una mujer que no se dejaba impresionar con sentimentalismos. Le importaba hacer el negocio de la casa, pero había algo en David, algo salvaje, un aire gitano que le atrajo desde que lo vio a través del cristal.
Ana Clara estaba preocupada por su auto que había estacionado junto a la casa, constantemente mientras conversaba con David, miraba hacia fuera asegurándose de que todo esté bajo control. Tomó el teléfono de su cartera y trató de llamar a su hermano para avisarle que tardaría, que había encontrado una casa antigua en venta en el centro de la ciudad y que posiblemente llegaría tarde a casa.
-¿Deseas tomar un café mientras charlamos de la casa?, preguntó amablemente David. –Gracias, prefiero agua.
Ana Clara no podía disimular, miraba a David buscando aquello que le llamaba la atención. No era un hombre guapo, aunque el se lo dijera todas las mañanas frente al espejo; estaba vestido elegante y sobrio.
Ana Clara se sintió incomoda ante esa extraña sensación. Prefirió marcharse.
-Le voy a dejar mi tarjeta, cuando vuelva su abuela me gustaría que me llame para poder conocerla y apreciar los detalles de la casa.
-Está bien, dijo David, con su sonrisa,-la llamará, pierda cuidado.
Ella le extendió la mano para despedirse, el se la tomó entre las suyas y le repitió, pierda cuidado.
Ana Clara soñó esa noche, entre sus sabanas azules, con Sebastián amándola. En medio de la noche se despertó muy agitada pronunciando su nombre…-Estoy loca, pensó, debo estar totalmente loca. Se sirvió un vaso con agua y se quedó mirando las luces de la ciudad desde la ventana sobre el lavabo de la cocina…estoy loca…se dijo para sus adentros…estoy loca…
Mientras tanto David le juraba amor eterno a la cajera del café, en su sucio cuarto alquilado, con las luces apagadas, sobre un colchón a rayas tirado en el piso.
Al día siguiente, Ana Clara pasó despacio por la avenida, ya no buscaba la casa, lo buscaba a él. No se atrevió a entrar a la cafetería.
Pasó una semana y él no la llamaba, la abuela no habrá llegado aun, pensó. Los siguientes días fueron agónicos, sentada frente al teléfono, preguntando en la oficina si acaso la habían llamado.
El nunca llamó y ella sigue soñando entre sus sábanas azules.
30 dic 2004
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