Cuento: Inédito
Cultivador de rosas (I capítulo)
La brisa de la montaña estremecía los techos del humilde caserío; el invierno se acercaba oscureciendo la cima.
La pareja que moraba en uno de los ranchitos, se protegían del frío con abrigos y gorritos. Atizaban el fogón con leña de eucalipto dejando grata fragancia y calor para los amantes.
Los sorprendió la mañana, toda la tempestad fue falsa alarma; en el bosque si se notaban algunas ramas caídas y el rocío de una leve lluvia. Juan se dirigió al conuco, luego de su religioso café con arepa que solía desayunar. Micaela se encargaba en los quehaceres de la casa, para mantener el rancho al día.
Micaela y Juan eran dos ermitaños que luego de quedar solos, emigraron al campo buscando paz y tranquilidad lejos del bullicio y contaminación de la ciudad. Juntos habían formado una familia con cuatro hijos, pero al crecer, cada uno formaron familias diferentes; y ellos quedaron solos en una inmensa casa que construyeron para albergarlos a todos junto con sus proles. Pero todo fue diferente y no les quedó mas que buscar otro refugio donde vivir en la tranquilidad, armonía, sano ambiente y paz que brinda la naturaleza.
Los días transcurrían con toda normalidad en el caserío, Juan regresaba siempre a casa al mediodía luego de sus jornadas cotidianas en la pequeña huerta, donde cultivaba a demás de las verduras necesarias para la alimentación; plantas medicinales, y un hermoso jardín de diversas variedades de flores; siendo las mas preferidas las rosas. Con toda delicadeza cortaba flores para Micaela, con las que adornaba su acogedora habitación, manteniéndola siempre con un suave aroma.
Cultivador de rosas (II capítulo)
Un día sábado se levantó Juan muy contento, se paseó por todo el patio silbando, cantando y barriendo alrededor del rancho con una escoba hecha de montes; le dio comida a las gallinas, decidió ir a cortar unas rosas para el florero de Micaela. Salió con la misma alegría que lo embargaba esa mañana; luego de regarlas con dedicación se dispuso a seccionar las mas frondosas y las que mas exhalaban un rico aroma. Tanto se distrajo en las rosas, que no reparó en las heridas que le produjeron algunas espinas, solo se limpió con el pañuelo la sangre; y se regresó a casa.
Micaela tomó con halago el obsequio de su marido, luego curó con ternura las heridas que habían causado las espinas. Al caer la tarde Juan se sintió quebrantado por las lesiones de las estacas; ya en la noche tomó un guarapo de hierbas que le había preparado su mujer, y se acostó.
Empezó a recordar (un poco delirante ) todas las flores que había cultivado desde su juventud, y no solo ellas, sino las rosas (amores) que en otrora igual lo hirieron. Calmado por efecto brebaje cayó en un profundo sueño.
Recordó en su sueño a Matilde, su primera herida, era la chica del colegio que nunca le paró y que lo marcó como su primer amor. Luego apareció Elena con mas edad que él y que los padres de ella nunca lo aceptaron y siempre se veían a escondidas en la plaza o a la salida del liceo; así fueron pasando por su sueños varias heridas pocas profundas, que no dejaron huellas.
Esa noche si llovió, hubo rayos y centellas; tanto que los truenos llegaron hasta los sueños de Juan, recordándole las tormenta que pasó con el amor de Mariana, cuyas heridas costaron para sanar ya que ese fue el amor prohibido y lujurioso; casi le cuesta el divorcio con Micaela.
Cultivador de rosas (III capítulo)
Con la llegada del alba, Micaela notó que su marido daba vueltas y vueltas en la cama, como si tuviera pesadillas, y optó por despertarlo; se levantó somnoliento aún y contó a su mujer que las heridas causadas por las rosas que había cortado le trajeron a soñar otras heridas de su pasado; pero que ella con su amor había sanado. Se dispuso a salir como siempre a su huerto, pero ésta vez dijo a Micaela que no iría solo, que le acompañara ya que ella era su mas hermosa rosa y que a igual que las rosas que cultivaba para ella; así cuidaría, y amaría por siempre.
Ella le agradeció el gesto a su Juan, y le dijo que él era su único jardinero y que a pesar de pasar por muchas penurias e inclemencias del tiempo a punto de marchitarse, jamás había dejado de quererlo.
Juan le dijo: __ eres la única rosa que jamas me haya herido, que ha perdurado en el tiempo tan bella y lozana, toda la vida. __ gracias, Mica...
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