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Inicio / Cuenteros Locales / Birrico_Bellaco / El Campesino, o el dueño del mundo

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Más allá de las espesas arboledas, en los confines del horizonte difumado por negras condensaciones, una gran tormenta estival se adueñaba de la escena.
Las aguas añejadas en el éter, comenzaron a precipitarse en blancas cortinas que fueron velando la vegetación subyacente, luego, el cielo parpadeó, para inmediatamente vomitar frondosos arcos voltaicos que iluminaron instantáneamente todo el valle.
Cuando las poderosas descargas eléctricas convirtieron los campos en infiernos e incendiaron las copas de algunos árboles, el campesino cesó en sus labores y hubo de presenciar, sereno, la conjunción atípica de mares verticales e infiernos horizontales.
Parecía impasible, inmutable. Observó absorto el espectáculo durante el tiempo que le tomó percatarse de que la vorágine ignífuga se había extendido hasta comenzar a devorar sus propios graneros de paja y su humilde cabaña de pinos autóctonos.
Un gesto convulsivo le arranco del rostro toda expresión de serena contemplación, pues, sus intereses, los escasos frutos de sus arduas labores, se estaban consumiendo paulatinamente por las llamas. Fue entonces cuando hecho a volar su sombrero de paja y se dispuso a correr a través del bosque con velocidad animal, rumbo a su cabaña tan austera.
En su camino, fue sorteando árboles robustísimos con trancos increíbles y superando grietas profundas con saltos semejantes a eternas suspensiones, que seguramente hubieran desconcertado al propio Isaac Newton. Finalmente alcanzó el lugar. Ni siquiera la abundancia de la lluvia había podido evitar que sus graneros y su cabaña se redujeran a una bazofia negra y pastosa. Permaneció de pie, obnubilado, clavando sus pupilas en los restos humeantes, como si esperase convencido de que entre los trastos fuera a surgir una especie de resurrección, una compensación o un milagro que ajusticiase los esfuerzos de su larga y sacrificada vida campesina.
La lluvia ya había convertido los suelos húmedos en pantanos incipientes, y, los cabellos abundantes del campesino, en una lengua negra y ridícula que caía hacia un costado, cubriéndole una de las sienes. Sin duda el patetismo alcanzaba proporciones inéditas en la historia de este tranquilo y apacible campesino, el único habitante del bosque.
Pero, éste, finalmente despertó de su letargo.
Caminó ascendiendo hacia los acantilados arrastrando las piernas tan cansadas y fue a sentarse sobre una roca saliente y voluminosa, desde donde podía apreciarse toda la escena frustrante de su tragedia y también, a la vez, toda la fastuosa y maravillosa orquesta que las colisiones de los cuatro elementos supieron conjurar.
Luego de un par de horas, la tormenta cesaba y el cielo se replegaba sobre si mismo revelando un azul burlón, y allí mismo, sentado en la roca, cavilando, despreocupado por cualquier posible plagio a Rodin, comprendió que debía volver a empezar, que en definitiva era lo que había hecho todos los días de su vida, que en su destino de hombre estaba inscripto el absurdo, la eterna doctrina de los ciclos, y que estaba hermanado a ella como Sísifo a su piedra.
Finalmente se puso de pie sobre sus piernas temblorosas, necesitaba dar el primer paso, el mas duro. Juntó valor, espiro el aire espeso de la derrota que aun merodeada en sus pulmones, y comenzó a descender nuevamente hacia el bosque con habilidad simiesca pero cargando un coraje de hombre, ese coraje sui generis que nos brinda la sublime oportunidad de ser grandes ante la adversidad.
Cuando el hacha mordió por primera vez la tierna corteza de los pinos autóctonos, se sintió digno de habitar esta hermosa Tierra, de ser su dueño: de ser un Hombre.

Texto agregado el 08-02-2006, y leído por 143 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
22-01-2007 Esto me hace reflexionar, esto me hace ponerme en el lugar del tipo que vive allà----->puajjjj frases clichès, que siùtica jejejejeje. Fue un placer leerte, un placer agradable, digno de repetirse jajajaja. En serio, un beso y sigue escribiendo, dale? chau maria_jose
17-02-2006 Lo leí con mucho interés, las personas que vivimos en la ciudad, muchas veces se nos olvida la sacrificada vida de los hombres del campo, dependientes de los caprichos de la naturaleza. Me gustó tus :" mares verticales e infiernos horizontales." purpurinagirl
 
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