Mucho tiempo estuve pensando en ver mis venas abiertas, soltando mi existencia en chorros de vida; era esa época en que la saliva entre palabras no salía como siempre, ese período en que los golpes en las vísceras no me permitían respirar, asfixiándome.
Fueron varios y en vano los intentos de quitar mi alma harapienta de este cuerpo raído. Todo... en esas tardes cutres de denso verano.
Fue en una de esas ocasiones, que mi cigarrillo se terminaba, como terminaban los amaneceres que alguna vez fueron comienzo.
Ese descenso terminal, ese apagón en cadena de motivos que no duraría mucho más, puesto que el frío metal de las ideas perforaría mis sienes, una vez cargada el arma de la insensatez.
Me encontraba ya preparado para efectuar ese acto cobardemente valiente de usurparme lo que es mío, lo que debo cuidar, porque me corresponde y porque me di cuenta en ese instante, solo en ese infinito instante de segundos que dura ese traspaso a lo absurdo, que hay algo de una valía inconmensurable, ¡MI PROPIA VIDA NI MAS NI MENOS!!, mi pequeño universo en esta constelación de vidas ajenas que me rodea.
Es por esto último que tomé la decisión terminante de aceptar el duro desafío de la permanencia, opción preferible antes que la injusta muerte de todo lo mío, que clama a gritos la vida, tanto anhelada por esos otros que no poseen oportunidad alguna y mueren deprisa, o no, por manos ajenas.
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