Las venas en mi cabeza parecían a punto de estallar y las imágenes se sucedían en un una tras otra desesperante, tan vertiginosa la velocidad como caer por las escaleras de piedra esculpidas de templos mayas.
Cruzar el límite era una alternativa entre otras, la que me afectaría con menor intensidad, teniendo en cuenta el resto de las opciones.
Desearía no tener que tomar decisión alguna, era algo que me provocaba el mayor de los horrores; me congelaba en el momento justo de la determinación, las piernas como ancladas a cementos malsanos al igual que los brazos, la boca muda de palabras, cerrada a toda evocación de auxilio, y ese sudor frío que corría por mis sienes, frente y espalda, corroyendo, quemando superficies de piel.
No podía esperar más, tenía que hacerlo sí o sí, tarde o temprano todo se derrumbaría sobre mí, por culpa de este retardo fatal en mis reflejos.
Sin pensarlo más opté por uno de mis impulsos irrefrenables, debido a la acuciante situación que se estaba gestando a mi alrededor.
Mi cuerpo vibró, provocado vaya a saber porqué fuerza, ejecutando los movimientos precisos, surcando el aire con impronta maestría, a la vez que de mi boca salió el sonido que mi estómago anudado liberó: -¡TRUCO!!, grité y se fueron al mazo.
El alivio que siguió a continuación fue sublime...