Los Hombres del Bosque
Arturo Familiar
Todo vestigio de su cultura se ha perdido. El abandono y las catástrofes naturales acabaron con sus edificios, que debieron de ser asombrosos para nosotros, humildes habitantes del siglo XXI. Por eso, es poco lo que se sabe de ellos.
Juan Zamorano, arqueólogo y antropólogo, fundador de la reconocida Universidad de Chinicuila, en el estado mexicano de Michoacán, durante una plática en una palapa de las costas de Aquila, cerca de su Alma Mater, fue el primero en hablarme de ellos.
De principio pensé que las cervezas y la modorra que deja el clima de la costa, que el continuo resonar de las olas y la partida de dominó le habían liberado la imaginación. Pensé que se trataba de un cuento fantástico que él estaba inventando para entretener las largas horas del anochecer.
A la mañana siguiente, justo cuando desayunábamos, le pedí que me volviera a hablar de los Hombres del Bosque. Él me miró sorprendido y murmuró algo sobre viejas leyendas que era mejor olvidar.
Meses después, el trabajo me regresó a Aquila. El segundo día tuve unas horas libres, y decidí pasar a la Universidad de Chinicuila para consultar un texto sobre la conducta tribal de los chimpancés, producto de una investigación conjunta de la Universidad con el Instituto Tecnológico de Massachuset (MIT).
En la biblioteca me encontré a Sergio Monteverde, rector, desde hacía poco, de la Universidad. Al parecer se alegraba de verme, y me explicó por qué:
–Pensaba ir a buscarte a Morelia. Pero será mejor que vayamos a mi oficina.
No tiene mucho caso describir lo que vi en su oficina y no recuerdo gran cosa de lo que hablamos, pero debimos intercambiar opiniones de política, de etología y de antropología. Quizá también hablamos de nuestros proyectos y de libros.
Luego habló de Zamorano:
–Bien, la cosa es que parecía obsesionado con los Hombres del Bosque. Hace tres meses pidió su año sabático. La última noche que permaneció en Chinicuila cenamos juntos.
Al parecer, la plática entre ambos fue trivial, y por alguna razón salí yo a tema. Creo que fue Sergio Monteverde quien me mencionó y que Zamorano le comentó lo del juego de dominó.
A la mañana siguiente, al despedirse en la oficina del rector, Zamorano le dejó un paquete dirigido a mí, con la instrucción de que me lo entregara en caso de que a él le ocurriera algo.
–La cosa es que hace una semana fue asesinado en Nueva York. Según la policía el móvil fue el robo, pero yo creo que tuvo que ver con sus actividades, y creo que éstas se referían a los hombres del bosque.
Entonces me entregó el paquete.
Y bien, durante esa conversación con el rector de la Universidad de Chinicuila llegó a mí la historia más asombrosa sobre cualquier civilización que pudiera haber existido sobre el planeta, una civilización que tuvo el final más trágico.
La desaparición de esa civilización es un crimen en el que estamos involucrados todos, de la misma manera en que estamos todos involucrados en el asesinato de José Zamorano.
Me esperé hasta llegar a casa para abrir el paquete. Se trata de una bitácora sobre las investigaciones del antropólogo. Al principio, los textos son fríos, como los de cualquier investigador, y están centrados sobre la civilización de los Hombres del Bosque.
Sin embrago, las últimas páginas están repletas de referencias personales. Habla, por ejemplo, de la desaparición de James Wilhort, con quien realizó varias investigaciones sobre la cultura de los chimpancés y, últimamente, sobre los Hombres del Bosque.
No transcribiré lo que leí, en cambio hablaré de los Hombres del Bosque. Debo decir que todo lo que escribiré a continuación se basa en las investigaciones de Zamorano y de Wilhort.
Sus investigaciones están basadas en unos documentos encontrados en una cueva de Borneo. El material en que estaban escritos, la caja en que se encontraron y algunos objetos estaban elaborados con un material desconocido.
Zamorano supone que fueron creados para permanecer a través de los siglos con el único objeto de que quienes llegáramos después los conociéramos.
La datación por potasio argón demostró que tales vestigios tenían una antigüedad de tres millones de años. Eso sorprendió a los dos científicos; tales objetos antecedían a los primeros seres humanos por más de dos y medio millones de años.
En cuanto a la escritura, ni los caracteres, ni la gramática se parecían a ningunos hasta ahora conocidos; como podrá suponerse, la paleografía no fue suficiente. Eso no sorprendió tanto a los investigadores como la antigüedad del texto.
Fue necesario recurrir a los contactos; expertos en criptografía lo suficientemente cercanos como para aceptar un reto y como para tener confianza en que guardarían el secreto; no se consiguió a nadie que cubriera la segunda condición.
Sin embargo, se contó con un ex agente de la CIA, un experto en informática y un matemático ocioso. A cada uno de ellos se le brindó una copia de una parte del texto. Si lograban traducirlo, el resto lo podrían desencriptar los investigadores.
Y así fue. El texto se logró traducir. Lo que leyeron Zamorano y Wilhort (y que ahora me llega a mí de manera resumida) es sorprendente. Lo que escribiré a continuación se basa en especulaciones de ambos a partir de la traducción del texto.
Y es que lo que encontraron sólo habla de un lejano presente, el presente de los Hombres del Cielo, como ellos se llamaban a sí mismos, o los Hombres del Bosque, como los llamamos nosotros ahora.
Hace aproximadamente seis millones de años, mucho antes del surgimiento del homo sapiens, aparecieron los primeros seres inteligentes. Al parecer, igual que nuestros antepasados, surgieron en el centro de África, pero emigraron y se establecieron en el sudeste de Asia, en Sumatra y Borneo.
Ahí, cerca del mar, se creó la primera civilización. A diferencia de los homo erectus, los Hombres del Bosque no se expandieron por el viejo mundo.
No es difícil suponer su evolución: tecnologías primitivas, domesticación del fuego, mejoramiento de tecnologías, complejidad en sus relaciones sociales, domesticación de plantas, lengua escrita, grandes ciudades, recopilación de conocimientos.
Y es, precisamente en ese último rubro, en el que alcanzaron su máximo esplendor. Y es que, a decir de Zamorano, como los Hombres del Bosque no tuvieron una expansión continental como los homo sapiens, no hubo reencuentros que generaran guerras devastadoras.
Al parecer, las guerras entre ciudades estado eran más rituales que violentas; en general, los Hombres del Bosque eran pacíficos.
Melisa Heissner sugiere que nuestros antepasados se metieron en el mar, en donde evolucionaron. Por eso no tenemos pelo en el cuerpo. Los Hombres del Bosque no lo hicieron; siempre conservaron el pelo. Quizá su ropa era breve y simplemente decorativa.
Así, Zamorano y Wilhort suponen que su desarrollo tecnológico tuvo una dirección distinta a la humana. Creen, por ejemplo, que predominaban las herramientas agrícolas y los instrumentos de observación espacial. Para ellos, la filosofía era más importante que la tecnología.
Según los investigadores, el documento encontrado sugiere que los hombres del bosque eran monoteístas, pero la religión no chocaba con su exploración del universo.
Alguna vez supusieron que el universo había sido originado por una gigantesca explosión, y que las estrellas, el polvo cósmico, los planetas, ellos mismos y nosotros somos los vestigios de aquel gigantesco cataclismo universal que generó la materia, la energía y el tiempo.
Sin embargo, desecharon tal teoría por inapropiada. Si bien no desecharon la idea de una gran explosión cósmica, consideraban que no era más que una entre tantas. Ellos planteaban la existencia de un multiverso.
Conocieron el mundo y lo exploraron, pero al parecer el único lugar que les pareció digno de ser habitado permanentemente fue Borneo y Sumatra; en el documento hay referencias de lo que podría ser América, Australia e Inglaterra.
Parece ser que hace cuatro millones de años, los Hombres del Bosque abrazaron la idea de que la sabiduría consiste en conocerse a sí mismos, porque dentro de cada uno están todos los conocimientos; poco a poco el universo exterior dejó de interesarles.
Puede ser que los más jóvenes siguieron buscando la verdad en el mundo externo, pero al llegar a la madurez se encerraban, como sus padres, en sí mismos.
Los Hombres del Bosque terminaron por abandonar sus ciudades y dejaron de frecuentarse; las relaciones con los demás, consideraban, era una fuente de distracción. Para aislarse lo más posible subieron a los árboles.
A partir de entonces se alimentaron de plantas, raíces, huevos y, de vez en cuando, de reptiles que caían en sus manos. La tecnología fue abandonada y sólo conservaron lo más elemental para cubrirse de la lluvia, abanicarse, espantar a las moscas y obtener miel de los panales: hojas y pequeñas ramas.
Entonces dejaron de ser los Hombres del Cielo para transformarse en los Hombres del Bosque. Pero antes de que la transición se completara, antes de que el último miembro de su civilización emigrara a los bosques y abandonara las ciudades, uno de ellos dejó constancia de su existencia.
De sus ciudades no queda nada. Tampoco sabemos qué fue lo que descubrieron y cuál fue su tecnología. Y sin embargo, no se llevaron su conocimiento con ellos, porque ellos aún están con nosotros. O por lo menos, Zamorano y Wilhort suponían eso.
Desde la copa de los árboles, los Hombres del Bosque debieron ver a los homo erectus como a simples niños jugando a ser grandes. Y desde ahí debieron verlos evolucionar y convertirse en lo que somos nosotros. Quizá nos compadecieron.
Escribí que aún están con nosotros, pero no por mucho tiempo. Ellos pronto desparecerán si lo que supusieron Zamorano y Wilhort es cierto; nosotros, los seres humanos, los estamos exterminando y pronto habrán desaparecido.
Zamorano abandonó la Universidad de Chinicuila para intentar frenar el exterminio, pero afectó intereses. Creo que esa fue la historia del investigador mexicano. Creo también que por eso lo eliminaron y que la suya fue la suerte de Wilhort.
Y, de alguna manera, todos los demás somos responsables de la muerte de los investigadores y de la desaparición de los Hombres del Bosque. Quiero creer que la ignorancia puede redimirnos, pero no a todos.
Sus ciudades, que debieron ser asombrosas, han desaparecido; de su cultura sólo quedaba un vestigio, pero el documento, la caja que lo contenía y los objetos que dejaron están perdidos y, quizá, fueron destruidos. Ahora Ellos se están extinguiendo.
El nombre que se dieron cuando abandonaron sus ciudades para dedicarse a la meditación fue Hombres del Bosque. Sus vecinos humanos en Sumatra y Borneo aún los llaman así. En su lengua se dice Orangután.
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