El índice de la mano izquierda orada sus narinas mientras conduce el automóvil. “Nada me detiene, nada me perturba, nadie me detiene, nadie me perturba…” Maquinal, ya no se distrae en ver las luces tricolores o los peatones que cruzan, se remite a latir con la masa que le mueve sobre la vena urbana.
Entra. El cuerpo que le obstruye el paso pide comida mediante ronroneos que ella no escucha. Autómata : mano a la bolsa : puño de croquetas : cesan maúllos.
Su frente se enturbia haciendo números. La rutina de acumular dinero le atrapó el pensamiento, por su cabeza pasan filas de interminables catástrofes que podrían sucederle y a un costado se transparentan las facturas que tendría que pagar.
Ella recuerda que su hijo le pidió hace algunos meses una mascota. -“Un perro no, podría morderte y pegarte rabia, podría subirse a mis sillones y mancharlos, habría que llevarlo a pasear y nos podrían atropellar; ¡Un gato! Sí, un gato, con un gatito no hay tanto problema porque aprendería pronto a cuidarse, no hay que bañarlo ni requiere tanta atención con un perro, un gatito sé que te haría muy feliz ¿verdá mi niño?”
El pequeño confirma con la cabeza, él sólo desea un regalo no importa si es un elefante, una metralla o un esclavo, habituado a esta rutina, sólo pide sin desearlo.
La ducha fría siempre la calma y aprovecha para planear con detalles el desarrollo del día. Es sábado, hoy toca como cada ocho días ir por el guato de marihuana y “después hay que llenar el tanque de oxígeno antes de medio día para llevarlo al cuarto del hospital y regresar a tiempo para guisar la pasta”. Unos cuantos toques y vino chileno serán suficientes. “Nada me detiene, nada me perturba, nadie me detiene, nadie me perturba…”
Un compañera del trabajo le ha hablado de “Nag champa” y sus poderes milagrosos, de los beneficios de la meditación y la acupuntura como opciones de curación -“¡Estupideces! Nadie se cura con esas pendejadas, mejor me chingo trabajando para poder pagar un hospital bueno”.
Sentada en la sala de su casa ella se mancha la cara con sombras, sientes al gato pasar una y otra vez por detrás de sus pantorrillas, su esponjado pelaje no la distrae. Antes de salir lo acaricia mecánicamente, su hijo acostumbró al animal a esta mañosa despedida. Dos recorridos de la mano por la cabeza y el costado del pecho son suficientes : mano a la bolsa : puño de croquetas : el gato almuerza con fingida desesperación.
Sube el tanque vacío a la camioneta, sonríe, los números desaparecen los sábados después de la ducha. Lía un toque con los residuos de la mota, conduce lentamente : autómata : su hijo espera el oxígeno en la cama número cinco : guato completo : tanque lleno : agradece a la vida el tener un trabajo que le permite pagar un hospital de prestigio : recita para sí reteniendo el humo : “Nada me detiene, nada me perturba, nadie me detiene, nadie me perturba…”
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