Lluvia
Era una tarde lluviosa, la pertinaz aunque fina lluvia calaba hasta los huesos. (si mi abuelo la hubiera calificado diría que era lluvia mojaindejos), por aquello de que uno no pensaría mojarse tan rápido con esa llovizna, debería de ser un poco mas de la media noche, no se veía una sola alma, solo los aullidos de algunos perros que platicaban con la luna lo acompañaban, la luz de esta, iluminaba la ancha y recta avenida, donde de tramo en tramo había grandes luminarias que servían para alumbrar el paso de los caminantes, pero a esta hora estaban prácticamente agonizando, solo una débil luz rojiza salía de ellas misma que no iluminaba pacticamente nada.
Cuitlahuac tenia la encomienda de llevar un mensaje urgente a la partera, su tía tenia los síntomas inequívocos que anunciaban la llegada de un nuevo ser, llevaba caminando tal vez una legua. Cuando simultáneamente vio y escucho a una mujer vestida toda de blanco, a la distancia que estaba, pudo distinguir perfectamente el peinado que tenía, el pelo lo tenía recogido y unos adornos lo mantenían en su lugar.
Avanzaba sobre la avenida rumbo al lago, aunque mas que caminar, Cuitlahuac hubiese jurado que flotaba. El solo pensar que estaba flotando turbo a Cuitlahuac, que a pesar de ser un hombre de unos 23 años y presumir de valiente sintió que las piernas se le aflojaban, intento seguir a la mujer, quiso averiguar mas de ella, Quien era?, Adonde iba? En ese pequeño lapso de tiempo la mujer gimió. El sonido que salio de su garganta se fue haciendo cada vez mas alto penetrando los oídos de Cuitlahuac y un terror sordo lo invadió. Sintió primero que todos los vellos de su cuerpo se erizaban y un escalofrió recorrió su cuerpo, una fuerte debilidad lo invadió, sus piernas se negaron a continuar caminando, sintió que su corazón latía en forma tan rápida que pensó que el pecho se le rompería ahí mismo, a pesar de estar paralizado por el terror, escucho claramente a la mujer cuando decía. “POBRES DE MIS HIJOS, POBRES DE MIS HIJOS, POBRES DE MIS HIJOS”
La mujer siguió moviéndose rumbo al lago quejándose simultáneamente. Hacia donde se dirigía no había ninguna casa, ninguna calle. No había nada. Desapareció la mujer en medio de la nada. Cuitlahuac no fue ni el primero ni el último que la vio. Unas lunas mas tarde unas criaturas, mitad hombre y mitad bestia invadieron esa misma avenida. Traían con ellos unas lanzas de fuego. Y alguna magia muy poderosa, porque los guerreros y el pueblo cayeron enfermos. Ni los chamanes, ni los sacerdotes, ni las infusiones servían para detener la aparición de los granos que brotaban en la cara y en todo el cuerpo. El enfermo casi siempre moría, solo unos cuantos sobrevivieron. La ciudad, defendida por unos cuantos valerosos guerreros, Caballeros Águila, Caballeros Jaguar, cayo.
Nadie opuso más resistencia ante el avance del invasor que venia de Castilla. También algunos de ellos vieron a la mujer, muchas generaciones han pasado desde que apareció por primera vez hasta hoy. Pero la queja es la misma, no importa donde estén, quien sea el opresor, el lamento sigue siendo el mismo. “POBRES DE MIS HIJOS, POBRES DE MIS HIJOS”
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