...Y ella se frotaba el vestido una y otra vez. Aquellas manchas blanquecinas y pegajosas habían quedado para siempre en su bonito vestido primaveral; más abajo de la rodilla, de grandes flores estampadas y unos pliegues a juego con las mangas que le legaban casi hasta el codo.
Salía apresuradamente de un pequeño cobertizo, detrás de la granja, donde estaba pasando unos días con su tía Eugenia, hermana de su padre.
En el colegio, donde cursaba la secundaria, había conocido a un muchacho, mayor que ella del que se había enamorado locamente, habían dedicado unos días de vacaciones para conmemorar la llegada de la primavera. Así es como su enamorado pudo al fin deshojar la flor de una vez, cosa que ella deseaba se cumpliera lo antes posible.
Ese hormigueo en el cuerpo al cruzarse con él en el colegio y esas noches de revuelo en la cama con la almohada, se hacían insoportables. Las caricias que sus dedos dedicaban a su sexo y sus senos no la llenaban del todo; deseaba ser acariciada por las manos de un hombre, tocada y penetrada hasta sentir el placer infinitamente.
Ella le invitó a que se presentara en la granja con la excusa de realizar unos trabajos conjuntos del colegio, de esta manera su tía no sospecharía nada y en un descuido se podrían dedicar a amarse carnalmente.
Aquel cobertizo detrás de la casa era el lugar adecuado. A nadie se le ocurriría ir después de la comida y menos cuando todos estaban tomando una siesta o viendo la televisión.
Estiraron un viejo colchón en el suelo que había en un altillo y desplegaron una vieja manta sacada de las cuadras. Ella se quitó el vestido de flores y lo dejó junto a la manta, encima del colchón, después suavemente se deshizo del pequeño sujetador dejando los pechos al descubierto y a continuación se fue bajando las diminutas bragas que cubrían sus partes. Una agonizante luz solar se filtraba a través de las destartaladas ventanas, insuficiente para que la muchacha sintiera pudor al verse desnuda delante de él. El muchacho ya se había quitado los pantalones y esperaba estirado en el colchón a la vez que se deleitaba viendo como ella se desvestía.
Un cuerpo de niña, una piel fina y tierna, unos pechos redondos y pequeños y un sexo sin apenas bello; eso era lo que estaba mirando desde su postura hambrienta de amor el muchacho.
Poco a poco los dos se fueron mirando en la penumbra del cobertizo, se fueron rozando con las manos. Los cuerpos se juntaron para sentir el calor mutuo. Ella volvió a sentir ese cosquilleo, pero esta vez no necesitó de sus dedos para calmarlo, ni de la almohada donde morder y derramar aquellos placeres; ahora tenía ante ella un persona donde poder gritar y gemir hasta llegar al éxtasis en toda su plenitud.
El primer día de clase, después de las pequeñas vacaciones en conmemoración de la llegada de la primavera, Verónica, que así se llamaba la muchacha que había tenido su primer encuentro amoroso con un hombre, no acudió a clase. Su pupitre estaba vacío.
Aquel muchacho de la tarde en el cobertizo, estaba frente al lugar donde debía de estar sentada ella.
Desde la mesa del profesor, este dirigió unas palabras a sus alumnos y se lamentaba de que Verónica no estuviera también. Era el nuevo profesor para las clases de literatura por los dos trimestres que quedaban, en sustitución del anterior por problemas familiares.
®Manuel Muñoz García.2003
>>>>>>>>>>continuará.............
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