Cuatro canas a primera vista son injustas. A las seis menos diez la injusta eres tú. Te apareces así, sin más, y de súbito siento como si me tomaran de las caderas y me menearan al ritmo de una lambada. ¡Por Dios! ninguna alarma te iguala corazón.
Aveces pienso y me digo: ¿pero que te pasa Jacobito, porque sigues amarrado a ella, a lo que queda de ella? ¿que no seria mejor buscarte una que ni mariposas, ni gorriones, ni golondrinas que te canten? Una que: "Al grano. Lo mejor es manosearte, sin más, morderte los muslos, ya, porque te vas de tres a cinco y tus talones me gustan más de lejos; los mios son un par de polvorones que se desmoronan a propósito. Por eso no me quieras, no me inventes como el amor a ese par, o como Rodin al Beso; ya ves como desafinan las verdades: aparecen tantos hoyos como telarañas en los corazones y ¿para que quieres? No, no, no, lo mejor será que me arrójes tu braguita, ay chiquita, que me mientas rebonito "kis mi beiby, kis mi jir, lle, lle", que me arranques estas pinches cuatro canas". Lo pienso pero nada. La verdad es que yo soy una gota, así, pequeñita, tristemente orgullosa porque en sus ojos luce otros ojos, los tuyos, mi mar. Te quiero, y mi nuca y mi lengua y un hueso, dos, tres, dolorosamente agusto juguetean en tu remolino de ausencias. Te quiero, desnuda, cínica y elegante mujer, tal cual, como una iluminada y porque te quiero te propongo: Un suicida, el diablo, tú y yo en una mesa redonda, o mejor aún, tú suicida y yo diablo, menos apretados. Te quiero y charlemos de las pirámides al Eneagrama, de Jacob a la sed de Jesús, de tu ombligo a mi ombligo, como debe ser, con un par de sueños in the rocks y el fuego en tu falda, porque te quiero. |